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Va por El Relicario (cerrado por derribo)

Por: Alcalino

2012-09-03 04:00:00

 

No son estos que corren tiempos fáciles para nadie. Ni siquiera para el autoritarismo rampante, perfectamente capaz de reconvertir en negocio privado un terreno alguna vez considerado de interés público: ése en el cual El Relicario se asienta aún, en espera de la inminente acción de la picota.  Aunque presuma impunidad, la arrogancia también tiene sus costos.

Un hotel cinco estrellas o un estacionamiento de gran capacidad se erigen con el evidente propósito de que su explotación arroje rentas elevadas... al propietario. Pero no es menos cierto, aunque sí difícil de percibir para sensibilidades poco sutiles, que cualquier espacio destinado al goce de manifestaciones culturales –la tauromaquia, en este caso– tiene  miras más altas que un simple valor mercantil. Y que aunque éstas no están reñidas con la necesidad de obtener unos beneficios que lo sustenten, funcionan también como bienes intangibles para la comunidad que los aloja. Esa es la diferencia entre, por ejemplo, una casa de apuestas o un centro comercial y un escenario teatral, una sala de conciertos, un taller de pintura, escultura o danza o, en fin, la famosa página en blanco de que hablan poetas y literatos. O, para el caso, un coso taurino.

Bienes intangibles que el materialismo voraz, en su soberbia, es incapaz de captar.

 

Oportuno blindaje

 

Escuchaba a Juan Antonio de Labra referirse el juevesa la declaratoria de patrimonio cultural inmaterial que, en favor de la tauromaquia y sumándose a pronunciamientos anteriores en el mismo sentido (Tlaxcala y Aguascalientes), acaba de emitir el gobernador del estado de Hidalgo. Aunque esta columna tuvo ocasión, con motivo del II Coloquio Internacional de Tauromaquia, de referirse en extenso a los requisitos marcados por la Unesco para poder acceder al título de patrimonio cultural inmaterial de la humanidad (La Jornada de Oriente, 23 y 30 de enero de 2012), hay que advertir que, aunque inspiradas en idéntico espíritu de preservación y salvaguardia, las tres declaratorias mencionadas son sólo decretos estatales sin alcance internacional. Lo cual no desdora por cierto la oportunidad y valentía con que fueron emitidos.

Es indudable que, en un mundo progresivamente invadido por la manía de lo políticamente correcto, la incorrección política de la tauromaquia resulta patente. Su apego a una liturgia invariable en tiempos de cambios compulsivos, al paladeo de la lentitud en tiempos de rapidez hasta en el comer –las prisas, para los ladrones y los malos toreros, reza el refrán–, la contemplación de un misterioso diálogo entre la creatividad humana y el poder de la naturaleza, encarnado en uno de sus más agresivos y nobles representantes, ante una juventud formada en el video clip y los filmes de acción y, sobre todo, el sacrificio ritual –el último que en occidente pervive– de seis hermosos animales de combate, justo cuando el ecologismo más superficial y agresivo apuesta a la mitificación de las mascotas, son contrastes que nos convierten en reos de una afición que dice muy poco a la aséptica y cada vez más vacía sensibilidad del siglo XXI.

Razones que –con sus opuestas sinrazones– justifican con creces las tres declaratorias comentadas. Y todas las que en el resto del mundo taurino han ido surgiendo, en principio, por elemental defensa de una tradición ancestral; en el largo alcance, como afirmación de un concepto de cultura dispuesto a defender el libre derecho a disfrutar del arte en cualquiera de sus manifestaciones, por encima de la tácita censura que el abolicionismo cerril encierra.

Entendiéndose aquí por cerril aquello que juzga con ignorancia, argumenta con sofismas y condena con ligereza.

 

Perennidad del arte

 

Se ha dicho a veces que la tauromaquia es la única manifestaciónartística sin obra material permanente. Esto, lo mismo que el riesgo mortal que su realización encierra, debería apreciarse como una singularidad valiosísima. Virtud en que fundamenta su razón de ser la presenta columna y las venideras. Su finalidad consistirá en asumir la no tan breve historia de El Relicario como muestra de una vitalidad vigente, con eje en los principales sucesos ocurridos en su arena a lo largo de casi cinco lustros, a contar desde el 19 de noviembre de 1988.

No está de más recordar que aquella clara tarde otoñal apadrinaron el primer despeje de plaza Luis Castro El Soldado, Alfonso Ramírez Calesero y José Alameda (el arte taurino también es literatura). Esto, desaparecidos los tres de la faz de la Tierra, tal vez no signifique nada para la materialista visión dominante. Para nosotros, en cambio, se trata de tres presencias más vivas que nunca, capaces de trascender y fortalecer con su aliento nuestro apego al coso del Cerro. Y, por extensión, a cualquier otro coso donde el toreo encuentre ocasión de manifestarse.

Al rememorar algo de lo mucho que los poblanos le debemos a El Relicario, esta columna se aboca no al duelo lacrimoso o la lamentación anticipada, sino al recreo de lo que el toreo ha dejado impreso en la memoria sensible de la ciudad, y la personal del autor, durante los últimos 24 años. Con el mejor ánimo de prolongar su continuidad futura, acaso en un recinto mejor y más apropiado al desarrollo de un arte a la altura de Puebla y su arraigada tradición taurina.

 

Por la necesaria

reacción

 

Si el propósito expuesto respalda la continuidad de un bienpatrimonial que urge preservar, es indispensable un compromiso en defensa de la fiesta en Puebla que solo puede surgir de un acuerdo activo entre toreros, ganaderos, prensa especializada, grupos y peñas de aficionados y gobiernos con aspiraciones democráticas, tanto a escala local como nacional. Y algo así sigue sin ocurrir.

Habría que exhortar a todas esas fuerzas latentes a que por fin se decidan a actuar, pues limitando su papel al de simples espectadores están dejando el campo en manos de esas otras fuerzas –ellas sí resueltas y activas– cuya finalidad es despojarnos, en nombre de la modernidad y el progreso, de algo entrañablemente nuestro. Doble lucha ésta, contra la incomprensión de quienes operan expresamente para suprimir la fiesta, y contra la falta de compromiso de quienes tendrían que representar y defender los valores éticos y estéticos que alguna vez hicieron la grandeza de la tauromaquia en México –el pundonor, la imaginación, el arrojo, la inteligencia, el arte... O damos esa lucha entre todos, o triste porvenir  será el que aguarde a un país dominado por la indiferencia colectiva y el desprecio de sus propias tradiciones.

Urge, sí, alentar vigorosamente la esperanza. Pero una esperanza activa y actuante, basada en los valores invocados y vencedora de inercias muelles e intereses miopes. La supervivencia de la fiesta –no sólo en Puebla– así lo exige.    

 

Sergio Flores hace

honor al doctorado

 

Por fin, luego de tres años de ardua campaña europea, Sergio Flores arribó a la alternativa. En Bayona, país vasco francés, El Juli le cedió ayer la muerte de “Espejito”, número 19, un jabonero con el hierro de La Reina, propiedad de Joselito. Embistió el toro y se arrimó el torero, en derroche de una fresca y templada tauromaquia: dos orejas.

Tres cortó el padrino y ninguna el testigo Miguel Ángel Perera por culpa de su deficiente acero, tras una faena de mérito sobrado. Y hubo un lleno casi total en el coqueto coso galo para presenciar la séptima alternativa en Francia de un torero mexicano. Fueron los anteriores Pedro Moreno, Carlos Lombardini (ambos en Marsella, 1909), Ricardo Balderas (Bayona, 1946), Mario Sevilla padre (Arles, 1947), Joselito Adame (Arles, 2007) y Juan Pablo Sánchez (Nimes, 2011).

Ha sido buena semana para los mexicanos en campaña europea: en Bayona misma, Saldívar desorejó ayer a un Cebada Gago; y ayer en Daimiel, Diego Silveti cortó una oreja a su primero.  

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