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Un gran toro de Los Encinos

Por: Alcalino

2012-02-20 04:00:00

 

Fue “Príncipe” un toro armónico de hechuras y precioso de estampa. Cárdeno plateado listón, caribello, bragado, meano, axilado, un poquito atigrado y algo corniapretado, hizo salida de bravo, rematando bajo en el burladero y obedeciendo con alegría el mando de los engaños. Los lances de recibo de Fermín Spínola, ajustados mandiles rematados con suave rebolera, serían superados ampliamente por sus rítmicas chicuelinas andantes para poner en suerte al de Los Encinos, que peleó con fijeza mientras el piquero apretaba de firme. En su quite, el primer espada –que había recurrido al obsequio– giró con precisión y ceñimiento en chicuelinas antiguas para continuar alborotando al cónclave. Aquejado de fuerte gripe, esta vez Fermín no banderilleó. Pero muleta en mano centró por alto la encastada embestida con serena quietud, condujo al cárdeno hasta los medios y de inmediato se puso la muleta en la izquierda, dándole distancia a su desafío.

 

De menos a más

 

No necesitó el torero acortar demasiado el terreno de su cite porque “Príncipe” acudió de inmediato. Y su repetidora acometida aportó emoción desde el principio, mientras Spínola aguantaba y conducía con largueza viajes asimismo prolongados.  No hubo, sin embargo, total acople en esas dos primeras tandas izquierdistas, pues la cabeza alta y algo suelta y una embestida rebrincada conspiraron contra la limpieza de algunos naturales. Y fue hasta que Fermín empezó a pasarse a “Príncipe” por el otro pitón cuando la faena remontó vuelo, pues ése era el mejor lado del cárdeno, que iba y volvía noblemente humillado y con un temple y un son inmejorables.

Torero templado y recio más que inspirado, Spínola fue construyendo un trasteo poderoso y variado –la capeína, la fedayina, el cambio de mano para abrir tandas, o la capetillina y el de pecho rodilla en tierra para culminarlas–, aprovechando que por el derecho el de Los Encinos derramaba miel para prolongar cada pase y ligarlos en series generosas de hasta 10 muletazos, ahondando progresivamente el temple y dando a cada serie cumplido remate. Sólo muy al final –ya con los tendidos en pos del indulto– abandonó la pulcritud de la faena para abusar de la artificiosa zaragata del tiovivo, tan antiestético como injustificado, pues, sin ratonerías, la entrega del público era ya delirante.

 

Rasgo de auténtica torería

 

Habiendo sido un ejemplar bravo y noble, y con la inusual cualidad de ir siempre a más, “Príncipe” no era toro de indulto si nos atenemos a su desigual pitón izquierdo, áspero primero y marcado después por cierta sosería. Y aunque indudablemente, Spínola pudo ampararse en la petición generalizada para presionar al juez, tuvo la misma torerísima actitud que ya había mostrado Silveti el 11 de diciembre: desatender las protestas para perfilarse en corto y, más derecho que una vela, dejarse caer sobre la noble mole cárdena en un estoconazo monumental. Así redondeó Fermín la tarde más importante de su vida y cortó, sin la menor muestra de inconformidad, las orejas y el rabo de un toro cuyos restos fueron merecidamente paseados en una lenta y ovacionada vuelta al ruedo.

Ambos premios estaban plenamente justificados, como la comparecencia del ganadero Martínez Urquidi y salida en hombros de Fermín, a la que sin tantos merecimientos se unió presto Hermoso de Mendoza, que había cortado dos muy discutibles orejas.

Otro juez manirroto

 

Estando en el biombo Jorge Ramos, es de extrañar que el indulto de “Príncipe” no se haya consumado. Pero no que en el reparto de orejas volviera a ser excesivo. Que Pablo Hermoso de Mendoza sea una de las cumbres del rejoneo de todas las épocas no autorizaba al juez a regalarle dos orejas tan pueblerinas como las del domingo.

Por principio, Hermoso reservó las estrellas de su cuadra para mejor ocasión. De modo que  esta vez no hubo largos galopes a dos pistas, ni la acostumbrada precisión en los encuentros con dos bureles de Los Encinos que se dejaban torear, sin apremiar de más a los caballos ni obligar a su jinete a correr riesgos mayores. Aun así, “Pescador” alcanzó de lleno al castaño “Dalí” cuando Pablo le ordenó hacer un giro inoportuno en el segundo tercio, y no lo hirió solo porque a los toros del navarro les serruchan cada cuerno hasta la mazorca y, antirreglamentariamente, les dejan los muñones sin redondear. A ese toro, segundo suyo, le clavó apenas un rejoncillo, marró en una de las banderillas cortas, las del par  a dos manos quedaron notoriamente desiguales y, para liquidarlo, empleó un rejonazo mañosamente trasero y perpendicular. La petición de sus fieles –que produjeron una buena entrada– daba para una oreja, pero el inefable Ramitos se apresuró a conceder dos que, aun entre justas protestas, el navarro se atrevió a pasear festivo y sonriente.

De plano, la mejor contribución de Hermoso consistió esta vez en imponer la presencia en el cartel de Fermín Spínola, ausente del derecho de apartado en un caso más de notorio e inexplicable ninguneo.

 

Mansos para el mano a mano

 

Si Los Encinos salvó la tarde, La Soledad casi la hunde, malogrando un mano a mano entre dos de los diestros mexicanos más interesantes del momento. Ambos estuvieron por encima de sus toros y, de haber estoqueado con acierto, hasta pudieron cobrar algún apéndice. Spínola por su faena al primero –incierto, áspero y probón–, basada en un valor más auténtico que aparente y un toreo serio, reunido y mandón. Y José Mauricio porque, con un par de sosos no exentos de malicia, se mantuvo en el sitio que ha exhibido toda la temporada, con un aguante libre de aspavientos, y sin renunciar al toreo de trazos tersos y despaciosos, interpretados con señorío y naturalidad.

Faltó, obviamente, la ligazón que la condición mansurrona del ganado hacía imposible. Y que tanto Fermín como Mauricio hundieran el sable con mayor presteza y acierto.

 

Balance mexicanista

 

Con el del domingo son ya tres los rabos cortados en la temporada, lo que eleva a 124 la estadística total desde la inauguración del coso, hace 66 años. Lo mejor del caso es que estos tres apéndices caudales los han obtenido tres jóvenes mexicanos: Arturo Saldívar (“Buen Mozo”, de San Isidro), Diego Silveti (“Charro Cantor”, de Los Encinos) y Fermín Spínola (“Príncipe”, de Los Encinos).

A mayor abundamiento, de 34 orejas otorgadas en 16 corridas, 23 han sido paseadas por paisanos nuestros y 11 por distintos diestros foráneos. Suena bien, aunque mejor sería que no mediara –para unos y otros– la magnanimidad absurda de Ramos y Ruiz Torres, dos supuestos jueces con sus pañuelos disciplinadamente alineados a las órdenes de la empresa. 

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