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El oasis de Pamplona

Por: Alcalino

2012-07-16 04:00:00

 

Pamplona y sus sanfermines tienen mala fama entre los taurinos: demasiado ruido, dicen, y muy poca atención a la corrida. Y los aficionados puristas, tan afectos a los silencios de Sevilla, la sabihondez aburrida de Madrid o los torazos de Bilbao, secundan la idea sin contemplaciones: Pamplona: alcohol y turismo, triunfos y orejas a capricho. Y sin embargo...

Y sin embargo, en Pamplona tuvo que apechugar Joselito con Rodolfo Gaona el año en que lo tenía vetado de todos sus carteles –y aquel 8 de julio de 1915 puso el Indio su famosísimo par a “Rodillero” de Concha y Sierra, antes de cortarle la única oreja de la tarde–, y nunca un mexicano tuvo más arrastre allí que Armillita Chico, que en los tempranos 30 era anunciado todos los años el día de San Fermín, y en Pamplona cobró Manolete un 10 de julio el último rabo de su vida, y en 1952 El Ranchero Aguilar cuajó allí su mejor faena, superior, según él mismo, a las de “Montero” y “Bogoteño”, y fue Pamplona la plaza que con mayor virulencia y humor rechazó a El Cordobés, despidiéndolo con histórica cojiniza, en contraste con la veneración que suscitaban allí artistas de la talla de Ordóñez, Camino o El Viti.

 

La huella de Hemingway

 

Desde luego, atractivo y distinción básico de los sanfermineses el encierro de cada mañana, ese recorrido tumultuoso que acompaña a los toros desde el corral del Gas hasta la plaza. En los años 20, Ernest Hemingway paseaba por Europa su desazón existencial cuando topó, de manos a boca, con el encierro, impresión que llevó a una de sus primeras novelas –The sun also rise–, cuya posterior divulgación supondría una publicidad sin paralelo y la consecuente celebridad universal de dicha feria. Desde entonces, Pamplona es por San Fermín una ciudad abierta a toda suerte de aventureros y curiosos que colman calles y parques y traen a sus fiestas un aire cosmopolita superior al de cualquier Olimpiada o mundial de futbol.

 

Llenazos en medio de la crisis

 

Caracterizan a la Casa de Misericordia, instituciónque desde tiempo inmemorial organiza la feria, su independencia para armar carteles, los altos emolumentos que paga y la fidelidad para con los diestros que triunfan: quien corta oreja en Pamplona asegura su repetición al año siguiente, sana y taurinísma costumbre, cada día más en desuso.

Estos rasgos irrenunciables están ligados a una masiva respuesta del público, tanto local como foráneo, que llena su plaza y disfruta la fiesta a tope, tanto arriba –música, canto, bocadillos, platos fuertes y mucho vino– como con cuanto ocurre en la ruedo, por más que muchos esto último lo nieguen, tachando al enfiestado cónclave navarro de distraído, imprevisible y voluble.

¿Qué sucedió allí la última semana, en un año de crisis económica galopante, drástica disminución del número de festejos, escasez generalizada de público y notorio bajón de casta en las ganaderías? Pues que los pamploneses, nativos y honorarios, tan vocingleros y golosos, han otorgado 26 orejas, cada una de ellas con propia historia y fundamentos. No faltaron ni El Rey ni la Chica Yeyé, pero sin colisionar con los pasodobles que ponen fondo musical al toreo bueno.

 

Lucido inicio

 

Para empezar, ante una novillada de El Parralejo de juego mediano, cortaron sendas orejas Gómez del Pilar y Román Collado, y una por astado el madrileño Gonzalo Caballero, que se sobrepuso a un puntazo en el escroto al estoquear a su primero. El chupinazo estalló al día siguiente y las localidades del coso se agotaron para presenciar un nuevo triunfo del Pablo Hermoso de Mendoza, que tuvo que sobreponerse a un porrazo del que milagrosamente salió indemne el bayo “Disparate”; las orejas se las cortó a su segundo, mismo premio que recibiría del 6º otro navarro, el novato Roberto Armendáriz, para acompañar a Pablo en la salida en hombros, que la presidencia negó tacañamente a Sergio Galán al limitar sus trofeos a la oreja del quinto de El Capea, corrida bastante propicia al éxito de los rejoneadores.

 

La oreja de un Miura y tres

salidas en hombros

 

El día de San Fermín, sábado 7, un pésimo encierrode Dolores Aguirre malogró los esfuerzos de Antonio Ferrera y Eduardo Gallo, obteniendo Joselillo solitario apéndice a fuerza de redaños. Pero el domingo, Javier Castaño le cuajó al tercer miura una de las faenas más meritorias del ciclo, casi toda por naturales que el morlaco tuvo que tragar a pesar de sus malas pulgas. Fue un trasteo de torero macho y templado, mal calibrado por el palco, pues solamente otorgó una oreja. No Rafaelillo ni Robleño pudieron hacer otra cosa que defenderse de unos miureños de comportamiento y lidia ochocentistas.

Dentro del mismo tramo torista de la feria, los de Cebada Gago no fueron fáciles, limitando las posibilidades de Morenito de Aranda mientras el navarro Francisco Marco –en su primera corrida del año– obtenía del 4º benévola oreja, cuando su faena premiada debió ser la del primero, mucho más ligada y torera; justísimo, en cambio, el apéndice que paseó Antonio Nazaré tras bordar al 6º con la zurda: además de decisión, el sevillano reveló temple, estilo y sentimiento.

Los de El Pilar del día 10 salieron de dulce, con la mala suerte para Matías Tejela de que el bueno de su lote se quebrara una mano a media faena. Esa tarde, Iván Fandiño y David Mora anduvieron a gusto con los dos suyos y les cortaron una oreja a cada uno para salir ambos en hombros. Como al día siguiente Esaú Jiménez Fortes, auténtica revelación de la sanferminada por el asentamiento y temple de su elegante toreo: salió a oreja por cada Fuente Ymbro, sobresaliente encierro a cuyo 5º toro también desorejó Rubén Pinar, quedando en palmas la actuación de César Jiménez.

 

Bajó el trapío y bajó el nivel

 

El Juli, único espada que repitió actuación, saldóla primera de ellas con la oreja del 5º de Victoriano del Río. La verdad es que estuvo muy puesto y dispuesto toda la tarde, abierta por “Cóndor”, un toro de escándalo al que El Fundi debió cortar las orejas: sólo paseó una y se libró de milagro de una cornada, volteado y buscado en el piso al pinchar a “Fabuchero”, el otro de su buen lote. Esa tarde la presidencia regateó un trofeo legítimo a Castella, que luego topó con un toraco cornalón que le buscaba la cabeza y lo persiguió con saña tras un pinchazo; a metisacas se desquitó el galo. Peor encierro, por soso y mal presentado, sería el viernes el de Juan Pedro. Sólo la fuerza taurina e imaginativa de Talavante explica la oreja cortada a su insípido primero, “Demagogo”, pues los de El Fandi, que la armó en banderillas, llegaron mortecinos al último tercio. Hubo uno que embistió y Perera le cuajó una gran faena –extraordinarios sus naturales en tres tandas de muleta bajísima y temple impoluto–; pero “Bejarano”, tan alegre y noble, desmerecía por falta de trapío, y un bajonazo emborronó la obra.

 

Festín pirata

 

El sábado, la historia se escribió en torno a Juan José Padilla, recibido y despedido en triunfo sin importar la ruina de toros que envió Torrehandilla/Torreherberos, en realidad una desastrada y mansísima novillada. Pero se impuso el cariño de la gente y a Padilla, entregado y bullidor toda la tarde, le bastaron sendos estoconazos para cobrar su par de apéndices como pasaporte de la salida en hombros. El ganado no dio posibilidades a El Juli, pero Luque le arrancó al cierraplaza la última oreja de la feria a base de valor, imaginación y buena clase.

Si algo afeó este año los sanfermines fue la enorme diferencia de trapío entre los toros hechos del principio y los descafeinados productos de divisas comerciales impuestos por las figuras. 

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