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Del puro a la pipa... y de Arles a Sevilla

Por: Alcalino

2013-04-08 04:00:00

 

La fiesta de toros tiene hoy en Francia un enclave fundamental. Lamentándolo mucho, la verdad es que le preminencia histórica de México como segundo país taurino del orbe ha perdido realidad, y que se nos esfumaron, por culpa exclusivamente nuestra, los asideros argumentativos antaño vigentes: numéricamente, aún contamos con más cosos y más toreros, sí, pero ni en seriedad ni en niveles de exigencia –el toro por delante– tenemos ya nada que oponer a los galos. Post–toreo no suple autenticidad.

Una confirmación más de esta terca e ingrata certeza se vivió durante la pasada feria de Arlés, primera de la temporada francesa. Allí, el único espada no europeo que se anunció fue el colombiano Luís Bolívar, considerado allá el espada americano más importante de los últimos tiempos.

 

Amar la fiesta es amar al toro. Inmejorable impresión nos produjo constatar la personalidad, sobria y sin embargo capaz de entusiasmarse hasta el estallido, de un público aparentemente frío, abigarrada mezcla de damas elegantes, jóvenes –mujeres y hombres– atentos e interesados a la lidia, y señores de talante reconcentrado, más afectos a fumar en pipa que al aromático y tradicional habano.

Pero si bien no es la de Arles una plaza donde priven el ruido y la alharaca –las notas de su estupenda banda de música destacan con nitidez en ese ambiente–, con qué clamoreo de ovaciones se acompañó la fiera pelea en varas de  “Lagarto”, 3º de Cebada Gago, y “Dirigible”, el 2º victorino del lunes de Resurrección, generosamente colocados por sus matadores –Marco Leal y Javier Castaño, respectivamente– a gran distancia de los caballos de Gavin Trévie y Alberto Sandoval, que aguantaron a pie firme, señalaron en lo alto y manejaron la rienda con maestría para convertirse, a los ojos de ese público, en dos de las estrellas de la feria.

En un coso extrañamente oblongo. donde un mínimo de dos puyazos es obligatorio, “Lagarto” tomó cuatro y fue premiado con la vuelta al ruedo por su encastada pelea, sin que la gente, en otro rasgo de contención y buen gusto, se ensañara en absoluto con Marco Leal, espada francés con muy poco rodaje, incapaz de aprovechar la bravura y fijeza del de Cebada Gago. También “Dirigible” fue tres o cuatro veces al caballo sin mengua de su rendimiento en el tercio de muerte, y algo similar ocurriría con “Honesto”, el más propicio para el torero de los de Victorino Martín.

Torrestrellas, cebadagagos y victorinos. Una empresa que respete a su público y respete a la fiesta tiene que poner sumo cuidado a la elección del ganado a lidiar. Simón Casas lo sabe de sobra, por eso los encierros que llevó a Árles, procedentes todos de hierros garantes de encastada bravura, tuvieron edad, movilidad y hechuras. Nada exagerados en peso –con una media en torno a los 520 kilos–, en general respondieron a las exigencias de una plaza cuyo público es tan celoso  guardián del trapío como de la suerte de varas, practicada según los cánones y la buena tradición.

En todas las corridas hubo toros asequibles. Torrestrella está en franca recuperación, Cebada Gago mantiene su impronta de agresividad y dureza, pero además, dos por lo menos apuntaron clase –1º y 5º, éste último francamente pastueño, como para compensar a David Mora del mal trago que le hizo pasar el complicado segundo. Y Victorino mantiene la variedad como divisa, entreverando toros nobles –por lo menos uno le tocó a cada matador– con otros más correosos y avisados.

Amante asimismo de dar variedad a sus cartelerías, Simón Casas reservó para el mano a mano de sabor francés que abría feria un sexteto conformado por tres ganaderías punteras: Garcigrande, Puerto de San Lorenzo y Alcurrucén, cuyos dos toros por esta vez ganaron de calle la partida. 

 

Duelo entre galos. Los dos históricos franceses en activo –Juan Bautista y Sebastián Castella– provocaron la mayor entrada del ciclo, justamente en la fecha inaugural (marzo 29). Como quedó dicho, se repartieron sendos bichos de Alcurrucén, Garcigrande y El Puerto, y por bravura y clase la ganadería de los Lozano se impuso con amplitud. En cuanto a los maestros, brillaría la frescura y el sitio de Castella por encima de la voluntad y corrección formal de Bautista, quien jugaba en casa pero se encontró con un público más bien adusto, que pasó su actuación a través de un cedazo muy fino y limitó sus premios a la oreja del garcigrande lidiado en tercer lugar.

En cambio, el de Bérziers, dejándose crudos a los tres suyos y echando el resto desde que se abrió de capa, se alzó con dos apéndices del encastado tercero, aunque el toro y la faena de la tarde llegaron con el cierraplaza “Cornetillo”, de Alcurrucén. Como éste tardara en doblar sólo un apéndice pudo cobrar Sebastián, lo que no impidió su salida triunfal por la puerta grande del hermoso y original coso arlesiano.

 

Bien los toreros y trofeos ajustados a la realidad. Luego pasó de todo, pero en todo hubo seriedad y medida. A los de Álvaro Domecq les cortaron orejas Juan José Padilla –dos del cuarto, la segunda a cuenta de un espectacular final de faena–, y una Iván Fandiño –que pudo cobrar algún apéndice más del complicado segundo, con el que se fajó toreramente– y Daniel Luque, quizás demasiado casado con el posturismo.

Al día siguiente –domingo 31– el colombiano Luís Bolivar, muy despejado, templado y dispuesto, hizo lo más torero de la tarde, desorejando al primer Cebada y mostrándose por encima del cuarto, un sardo muy cuajado y nada fácil. Pero para dificultades, las del segundo, auténtico pregonao, que de milagro no hirió a David Mora cuando le echó mano por el imposible pitón izquierdo. Mora encontraría desquite con el quinto, un cárdeno arromerado cuya dulce embestida supo conducir con temple y sabor para cortarle la oreja. Completó terna Marco Leal, torero local, valeroso en verdad pero de limitadas posibilidades.

En cuanto al mano a mano final –Robleño y Castaño, dos gladiadores que saben hacer el toreo bueno– fue una lástima que mataran tan mal, pues la corrida de Victorino dio un juego muy interesante y ellos se entregaron a fondo, ofreciendo un buen cierre de feria a los arlesianos.    

 

Fandiño, premio del jurado. Otra nota de profundo saber taurino iba a darla el jurado encargado de dilucidar lo mejor del ciclo, pues eligió como triunfador a Iván Fandiño, que solamente había recibido una oreja la misma tarde en que el carismático Padilla acababa de pasear dos por una obra de calidad notoriamente inferior a la templada, torerísima faena del de Orduña al burraco de Torrestrella lidiado en quinto turno.

Con tal decisión, el jurado arlesiano evidenció que sobran sumadoras cuando de calibrar méritos artísticos se trata. Alguien podrá argumentar en favor de la redonda actuación de Castella en el mano a mano, pero hay que reconocerles a los solones galos la sutileza de saber interpretar los escollos interpuestos a Fandiño por el empresariado español, empeñado en reservarle las fechas y los encierros menos apetecibles de sus ferias para hacerle pagar así el pecado de su independencia administrativa: no te vienes con nosotros, pues confórmate con las sobras.

En el capítulo ganadero, tan caro a la afición francesa, los trofeos a lo mejor del ciclo fueron para “Lagarto”, de Cebada Gago, y el encierro de Victorino Martín Andrés.

 

Y El Juli... Unanimidad absoluta en la crítica taurina al juzgar como una cumbre del toreo la tarde de Julián López en la Maestranza, el domingo de Resurrección. Dada la arraigada costumbre de que cada cronista o relator vea su propia corrida y los textos alusivos constituyan por lo general un efímero monumento a confusión, perdido en un mar de contradicciones, es casi milgroso que un acuerdo tal se produzca, y por tanto hay que suponer lo que sería esa tarde de El Juli con su lote de Garcigrande, vestido de tabaco y oro y dejando muy atrás a sus alternantes, que no eran dos segundones sino, nada menos que Morante de la Puebla y José María Manzanares.

El Juli lleva con ésta dos temporadas resistiéndose a la rebaja de honorarios que, en consonancia con la crisis económica que asuela a España, han impuesto a la torería toda –espadas, subalternos y ganadero incluidos– las empresas que controlan el mercado. Por esa razón no irá Julián a San Isidro, como no estuvo antes en las corridas de la Magdalena en Castellón ni las de Fallas en Valencia. Incluso, se le ha escuchado encomiar la actitud soberanamente independiente de José Tomás –alguna vez, el de Galapagar lo invitó a sumar fuerzas, pero El Juli, o su administración de entonces, prefirió irse con Ponce–. Y, sobre todo, se ha declarado dispuesto a aprovechar esto de torear menos para romper con lo que de rutinario y mecánico llega tener el toreo cuando se practica casi todos los días. Estamos, pues, ante un Juli muy alejado de la imagen de niño prodigio con que asomó al toreo, un hombre maduro y capaz de filosofar acerca de la realidad que lo rodea y el arte para el cual vive.

Luego de las tres orejas de Sevilla, coronadas con su tercera o cuarta Puerta del Príncipe y, sobre todo, con la sensación arrolladora que deja, es de esperar un Juli más reposado y expresivo. El esbozo lo vimos hace poco en México... sin toros. Allá será distinto. Y entonces sí, a temblar, coletas y añadidos. Y a disponerse a gozar de verdad, aficionados de paladar pata´negra.

Porque Tomás, herido cuando se entrenaba en la finca de Bohórquez, parece que tiene para tres meses, por lo menos. 

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