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Retorno de un clásico

Por: Horacio Reiba

2013-05-20 04:00:00

Símbolo vivo de la frustración madridista, Mou y
Cristiano –en la imagen– se marcharon expulsados
a los vestidores bastante antes de que sonara el
último silbatazo de la contienda

 

El Cruz Azul–América cobra altura de clásico un día de julio de 1972 cuando, en el Azteca, chocan por primera vez en un final de liga–liguilla, pues, pero sin abuso de play offs y como corolario de una torneo de 38 jornadas. En ese entonces se calificaban directamente a semifinales las dos cabezas de tabla, cada una de ocho equipos, en que se dividía la Primera División mexicana: los cementeros eliminaron al Guadalajara (2–1 global, ganando cada quien a domicilio, las Chivas con gol del Willy Gómez luego de regatear a Marín con gran habilidad; este Willy, por pequeñito y flaco, sería totalmente inviable en un futbol tan físico como el de nuestros días), mientras el América de Roquita y Reinoso tenía que disputar un tercer partido, jugado en León, para eliminar al Monterrey –nótese la coincidencia– y declararse listo, con todo el aparato de Televisa encima, para repetir como campeón. Final a un solo partido, como tendría que ser siempre.

Las fanfarronadas de los canarios –no Águilas todavía– se perdieron en el vacío. Cruz Azul los aplastó desde el principio. Fue 4–1 y debieron ser cinco, pues el árbitro ignoró piadosamente un balazo de Victorino que sacudió el travesaño y picó claramente dentro. Los cuatro goles de los azules (Pulido, Victorino y dos de Octavio Muciño) fueron un poema y afortunadamente usted puede saborearlos a voluntad si se conecta a youtube. Borja hizo más llevadera la afrenta en tiempo de descuento. Y la liguilla vivió uno de sus momentos estelares, quizá su final más apasionante hasta la fecha.

 

El desquite

 

Para 1989 ya la liguilla era para la tele multimillonario negocio, lo cual explica que pudieran llegar a la final, tras sinuosas trayectorias, el sexto (América) y el séptimo (Cruz Azul) de la tabla general de un torneo que aún se componía de dos vueltas y duraba más de nueve meses. Ese año, el Puebla de Pedro García había quedado superlíder y de nada le sirvió, culpa de unas Chivas venenosas, luego doblegadas por las Águilas, con las que la franja había empatado sus dos partidos de la ronda final.

El cuadro de Coapa, dirigido por Jorge Veira, venció en la ida 3–2 –teóricamente era visitante, aunque los dos duelos se celebraron en el Azteca–, con goles de Zaguinho, Hermosillo y Santos. Y como el segundo choque se saldó con empate a dos (Juan Hernández y de nuevo Carlos Hermosillo por las Águilas; Patricio Hernández y Mojica por los azules), América alcanzó su cuarta corona de una década  incomparable, la mejor de su historia.

Desde entonces, por más que los publicronistas se llenen la boca con lo de clásico joven, ni uno ni otro club han vuelto a encontrarse en una final. De hecho, la última vez que el América se coronó fue en 2006, larga espera hasta hoy que es nada comparada con los 15 años y medio que lleva Cruz Azul sin oler un título aunque fuese de minitorneo, puesto que la Copa recién levantada difícilmente califica como tal.

 

Débil oposición

 

Como si de una predestinación se tratase, los otros semifinalistas apenas sirvieron de sparrings a americanistas y cruzazulinos. Al grado que, antes de saltar al campo en Insurgentes para jugar el encuentro de vuelta, la calificación de las huestes de Memo Vázquez está prácticamente garantizada, luego del estrepitoso 0–3 con que obsequiaron al Santos a domicilio, partido de un solo lado que empezó con un gol cuando el cotejo estaba aún en pañales –Gerardo Flores, un defensa, entró a cabecear libre de marca para fusilar a Osvaldo– y concluyó con autorgol de Figueroa para sellar la derrota del local, equipo que nunca puso en riesgo el paseo triunfal de los albiazules.

La otra llave la resolvió el América más ajustadamente, pero el 4–3 es engañoso, pues la verdad es que, salvo cuando Suazo abrió el marcador en el Tec mediante magistral tiro libre, la superioridad de las Águilas fue evidente y su presentida victoria nunca corrió peligro. A pesar del coraje que a ratos exhibieron sus hombres, el Monterrey confirmó su condición de colado –otra de las exclusividades de nuestro futbol es que un equipo clasificado entre los ocho mejores puede perder “reglamentariamente” su lugar en los playoffs, como ocurriera en este caso con el descendido Querétaro. Nunca el equipo de Vicetich mostró tan baja forma como en el  actual torneo, que se prolongó para ellos más allá de lo justo hasta que, el sábado, en el Azteca, entre Alonso y Benítez firmaron su esperada eliminación. 

 

Mordisco xoloscuintle

 

El equipo de Tijuana, mátalas callando, se metió en los cuartos de final de la Liber cuando nadie lo esperaba. En su visita a la frontera, el Palmeiras había aguantado el 0–0 y se las prometía felices a la vuelta, anunciada para el martes último en Pacaembú. Pero la histórica escuadra paulista, actualmente en Segunda, sufrió, ante su público, mayúscula humillación. Xolos lo venció a domicilio –lo que antes sólo lograron en Brasil el Guadalajara, a expensas del Atlético Paranaense (2005) y el Sao Paulo (2006), y el América la vez que goleó al Flamengo en Maracaná.

Los de Mohamed siguieron su libreto al pie de la letra. No es un guión protagónico, pero le han sacado un lustre a fuerza de coraje. Esta vez, además, ayudó la pifia del arquero Bruno cuando dejó que se le escurriera un débil cabezazo de Riascos (’27), aunque después, el 2–0, obra del tijuanense Fernando Arce, fue un zurdazo soberbio (’51), uno de los goles estelares de la semana. Palmeiras se acercó de penalti, tras una mano algo grotesca de Aguilar, que se atropelló torpemente con un compañero sin intención de cometer falta (Souza, ’60).

Daba igual, los Xolos son ya cuartofinalistas y van a recibir, este jueves 23, a otro gallo brasileño. Sólo que en este caso será el Atlético Mineiro de Ronaldinho, ni más ni menos que el candidato más viable a campeonar, de acuerdo con lo visto hasta ahora.

Pero no cabe duda que estos Xolos se están tomando las cosas muy en serio, tanto como Antonio Mohamed, quien querrá despedirse del cargo peleando por un puesto en semifinales.  

 

Arde Madrid

 

El Real Madrid cerró su año más inolvidable con Mourinho al timón  –inolvidable pero por lo nefasto– viendo cómo el Atlético celebraba, en el mismísimo estadio Bernabeu, la conquista de la Copa del Rey. Un acto menor que, sin embargo, esta vez cobró una importancia capital debido a cuanto lo rodeaba. Aprovechando la coyuntura, pero ignorando la crisis económica por la que atraviesa España, ambos clubes se pusieron las botas y, al mejor estilo América, pusieron por las nubes los precios de entrada.

Cuando se da por descontada la marcha del DT portugués, apalabrado con el Chelsea, estaba en juego su oportunidad de lograr al menos un título como paliativo a una temporada de pesadilla. Y lo tuvo varias veces a su alcance (gol tempranero de Cristiano, tres remates a los postes de Curtois tras el 1–1, como confirmación del superior peso específico de su lujosa plantilla), pero al final, en los tiempos extra, prevaleció la garra y ambición de los hombres del Cholo Simeone, que habían alcanzado el empate cuando Falcao se hizo un traje de torero con Albiol y le sirvió medio gol a Costa, que la cruzó de zurda al poste contrario de Diego López (’34). En el tanto decisivo, a los ’8 de la prórroga, el defensa brasileño Miranda se anticipa a Diego y desvía de cabeza a la red un córner lanzado desde la derecha por Koke. Nombres éstos mucho menos rimbombantes y conocidos que los de las estrellas que tenían enfrente. Y que sin embargo se estrellaron contra los vaivenes del azar que ahora sí, por primera vez en 14 años, jugaron en favor del otro equipo de Madrid, el modesto. 

Símbolo vivo de la frustración madridista, Mou y Cristiano se marcharon expulsados a los vestidores bastante antes de que sonara el último silbatazo de la contienda. El que encendería el delirio en los jugadores del Atlético y sus ruidosos seguidores, con Joaquín Sabina a la cabeza.

El Atlético había ganado por última vez la Copa en 1995–96. La del viernes es la décima que conquista. Y la cuarta con el Santiago Bernabéu por escenario. 

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