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El arbitraje, una vez más

Por: Horacio Reiba

2012-06-25 04:00:00

Acabábamos de elogiar aquí el buen trabajo de los silbantes en la Eurocopa cuando, no bien se adentró el torneo en su fase decisiva, flaquearon feamente. Recordará el paciente lector que nuestra columna anterior asociaba esa sorprendente corrección de los jueces con una inusitada deportividad en el desempeño de los jugadores, de modo que ambas se alimentaban recíprocamente. Pero esa actitud de los futbolistas, debimos sospecharlo, desapareció en cuanto llegaron los encuentros a vencer o morir, por ejemplo, un España–Croacia –en el que el dejó de marcarse un penalti muy claro a favor de los croatas–, o un Ucrania–Inglaterra, con gol fantasma incluido y abundantes miserias arbitrales en la impartición de justicia. Se podrá alegar que, a cambio, hubo dos faltas dentro del área bien sancionadas, tanto en el Alemania–Grecia como en el España–Francia; pero fueron señalamientos que en nada afectaban ya el resultado de los partidos. Circunstancia bajo la cual será siempre más cómodo y sencillo decidir en consecuencia.

Por cierto, entre los goles invisibles y los ingleses parece haber la misma relación que entre los vetustos castillos de Britania y las apariciones fantasmagóricas en que muchos de ellos basan turística fama: que si no son verdad, la razón comercial los inventa. Véase si no: el equipo de la rosa vence en la final de la World Cup 66 con un gol que no lo fue más que para un bigotudo abanderado soviético –el tristemente célebre Bakramov–; la fantasmagoría siguió ejerciendo su influencia, qué duda cabe, en el famoso gol de la mano de dios, convalidado en el Azteca a Maradona en perjuicio de la Union Jack; vino luego lo de Sudáfrica 2010, cuando Lampard depositó aquel balón un metro dentro de la meta alemana sin conmover a ninguno de los árbitros en funciones, y apenas el martes pasado, un remate bombeado del ucraniano Devic rebasa la línea antes de ser devuelto por Terry, y ni siquiera el juez de meta es capaz de señalar el evidente gol.

Es esto último, la inútil presencia de quien no tenía otra misión que mirar si el balón rebasa o no esa raya –gran innovación de la FIFA según la propia FIFA–, la gota que colma no un vaso sino una inmensa represa que lleva más de un siglo llenándose: la de la necia negativa a echar mano de la tecnología en pro de unas mínimas garantías de trato justo para equipos y espectadores.

A beneficio del futbol, en suma.

 

Por cierto

 

Esta columna lleva no menos de tres lustros insistiendo en la necesidad de apoyar con recursos tecnológicos y reglas que les den adecuada cabida al sufrido –o taimado– árbitro central. El tema, que le ha costado al columnista debates sinfín con gente del medio y amigos muy estimados, queda ya, o eso creo, fuera de toda discusión. Es ahora o nunca.

Para una mejor comprensión de mis argumentos y propuestas, remito al lector al Semanálisis del pasado 6 de febrero (La Jornada de Oriente núm. 4201), el último de numerosos textos consagrados al tema a lo largo de los años.

 

Alemania asusta,

España convence

 

Son como el géiser y el manantial. O la fragua y la lámpara votiva, si se prefiere. Aun sin descartar sorpresas –tan al acecho que sin ellas el futbol no sería futbol–, se confirman como los más viables finalistas de esta Eurocopa. Sus trayectorias, sin embargo, difieren bastante, pues mientras los germanos dan la impresión de ir a más, afirmados los añejos valores que les dieron fama de implacables, el campeón mundial, sin perder el estilo aunque sí, a ratos, la autoridad, revela cierta fatiga, no se sabe bien si por cansancio de sus hombres o porque el modelo catalán empieza a dar signos de agotamiento.

Nunca hay semifinal resuelta de antemano, pero los italianos, rivales de Alemania, deben estar pasando un mal rato, especialmente tras el penoso concurso de estreñimiento ofensivo que sostuvieron ayer con los ingleses. El otro partido sigue teniendo como favorita a España, aunque los portugueses no sean pan comido para nadie. Ni siquiera para los teutones, que chocaron con ellos el primer día y les ganaron por la mínima y de casualidad. Dentro del llamado grupo de la muerte –el B– ambos, germanos y lusos, se despacharon después a Holanda y Dinamarca mediante ejercicios de clara superioridad futbolística, que en el caso de Alemania se acrecentó contra la débil Grecia hasta convertir aquello en una sesión de entrenamiento, no precisamente relajada, porque ellos no se relajan nunca, pero sí bastante llevadera. Portugal, que acabó resolviendo su enfrentamiento de cuartos contra los checos mediante una jugada realmente deliciosa –por cómo midió Nani el arribo fulgurante de Moutinho para ponerle en el camino ese suave servicio lateral que el centrocampista envió al área en perfecta comba, convertida por la cabeza de Cristiano en el mejor de los tres goles que hizo hasta el momento– va a ser un sinodal exigente. Pero como equipo aún está un escalón por debajo de España.

 

Los que se fueron

 

Entre las 12 selecciones ya eliminadas, los anfitriones Polonia y Ucrania presentaron escuadras sumamente mediocres y lo único que aportaron –los millonarios gastos de organización– debe agradecérselos la Uefa, no el futbol. Galos, ingleses, checos y griegos tampoco anduvieron finos y mucho hicieron con colarse a cuartos de final. El resto pasó  de puntitas, sin faltar el fiasco de rigor, esta vez a cargo de la esperadísima Holanda y sus  tres reveses al hilo, que la obligan a echar cuanto antes al DT y concederse un peroodo de seria reflexión.

No obstante, hubo equipos que, aun dejando la Eurocopa prematuramente, pudieron mostrar algo más que atisbos de buen juego. Por ejemplo Rusia, que atacó siempre y obtuvo el mejor goleo del grupo A, sin que le sirviera de nada. Y desde luego Croacia y Suecia. Los croatas, muy firmes ante irlandeses e italianos, a punto estuvieron de darle algo más que un susto a España, que se tuvo que amparar en Casillas y en un arbitraje garrafal. A los escandinavos los perdió su desidia inicial ante Ucrania –que esa tarde contó por única vez con Shevchenko, autor de dos goles decisivos–, porque después no fueron inferiores a Inglaterra –salvo su despistado arquero– y superaron con lujo de facilidad a los franceses, aunque ya era inevitable su eliminación.

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