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El Plan Cóndor

Por: Israel León O’farrill

2013-03-14 04:00:00

 

Jorge Rafael Videla y Reynaldo Bignone, ambos gobernantes durante la dictadura militar que controló los destinos de Argentina entre 1976 y 1983 se encuentran en este momento ante los tribunales de ese país enfrentando procesos por su participación en el denominado Plan Cóndor, procedimiento encaminado a la represión de grupos de izquierda en el Cono Sur y que hermanó en colaboración a las dictaduras argentina, chilena, brasileña, boliviana, paraguaya y uruguaya entre los años 70 y 80 del siglo pasado. Hoy, en un giro del destino  –largamente acariciado por familiares de víctimas de asesinato, tortura y desapariciones forzadas producto de la junta militar– pareciera que la justicia le llega a los dictadores y varios de sus colaboradores. Pero el asunto no queda ahí; de acuerdo a la nota publicada por este diario la semana pasada sobre el particular, el “ex coronel uruguayo Manuel Cordero es el único extranjero que comparece ante el tribunal argentino, acusado en 11 casos, entre ellos la desaparición de María Claudia García de Gelman, nuera del poeta argentino Juan Gelman”. Como se ve, el asunto es complejo –más de lo que nos imaginamos– y tiene que ver directamente con la manera en que el dichoso Plan Cóndor operó. Los gobiernos dictatoriales de Sudamérica intercambiaron inteligencia, esfuerzos y presos de un lado para el otro, haciéndose cargo uno de la tarea sucia del otro. Todo ello con el oficio y asesoría de la Agencia Central de Inteligencia estadounidense y de su líder intelectual, el ex Secretario de Estado Henry Kissinger. Como el amable lector comprenderá, ningún estadounidense verá los tribunales, sean argentinos o de cualquier otro sitio.

Hay que apuntar que los gobiernos que pertenecieron en su momento a estos procedimientos dictatoriales y que violaron todos los derechos de hombres, mujeres y niños, establecieron candados y lastres legales para evitar que los generales e involucrados en semejantes atrocidades pudieran ser enjuiciados. Leyes de amnistía, lentitud en la extradición, y demás artificios legales, lo mismo que obstáculos para investigación, complicidades de escándalo y el silencio de esas sociedades, se incorporan en una indignante mezcla tétrica que quizá pueda ver la luz en breve. De cualquier manera, son numerosas las denuncias que se han realizado desde el cine, la literatura y asociaciones de víctimas como para que quien no decida cerrar los ojos ante esta realidad vivida en esa región pueda darse una excelente idea de lo que ha implicado que la ultraderecha asuma el poder. El lector encontrará enGarage Olimpo (1999), del cineasta argentino Marco Bechis, una excelente idea de la manera en que los centros clandestinos de detención y tortura actuaban para quebrantar espíritus y voluntades en Argentina; o quizá enKamchatka (2001), de Marcelo Piñeyro, que, sin tener escenas violentas, nos transmite la terrible tensión a la que se vieron sujetas numerosas familias argentinas sólo por tener una ideología diferente; la muy reciente El Clavel Negro (2007) de Ulf Hultberg y muchos otras cintas documentales y de ficción. Obviamente también las miles de palabras escritas en poemas, canciones, ensayos, investigaciones, novelas y otras expresiones de sudamericanos que migraron de sus países de origen huyendo de las dictaduras y sus consecuencias.

Muy joven tuve consciencia de lo que sucedía en Sudamérica al convivir en la primaria con hijos de exiliados chilenos lo que, en conjunto con una formación familiar sensible a la justicia social, me hicieron fijarme en otras realidades latinoamericanas –concretamente en Nicaragua y El Salvador– y tener empatía con las causas de libertad y justicia de un continente que resultó terreno de batalla para que se librara la Guerra Fría donde aparentemente no hubo un solo tiro entre ambos bloques… ¡Sí, claro! El poder y su ejercicio conlleva riesgos fundamentales, sobre todo cuando se desarrolla a la par con una idea totalmente conservadora del deber ser, es decir, cuando su ejecución insana viene justificada por una sociedad que ve en ella la conservación de todo lo “correcto” y “de bien” –usualmente acompañado por argumentos familiares y religiosos–, entonces encontramos que se justifican violaciones sistemáticas a los derechos colectivos, tan simple como eso. Recientemente participé en un foro en la Primera Feria de la Cultura de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la UAP donde el tema central fue la posible injerencia de los medios de comunicación masivos en la construcción de la realidad social. Lo dije en ese momento y lo comento ahora: los medios, la iglesia, los partidos y grupos políticos y sus representantes llevan una parte activa en este sentido, pero es indudable que lo hacen instalándose en las fibras del entramado social existente; es decir, que no podemos entender la influencia mediática sin sociedades solícitas de influencia… tampoco a las dictaduras militares del siglo pasado en América Latina, sin sociedades dispuestas a aceptar o callar las atrocidades que se viven, por más terrible que suene. No hay manipulación sin personas manipulables. La historia de la humanidad está repleta de victimarios y colaboradores; de dictadores y secuaces. Los juicios, por tanto, habrán de evidenciar sociedades y países que por omisión quizá también hayan sido cómplices de esa represión. Y sin embargo, como de costumbre, miraremos para otro lado para no enfrentarnos con nuestras propias culpas.

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