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El juicio final

Por: Juvenal González González

2012-08-30 04:00:00

 

No hay que temer a los que tienen otra opinión, sino a aquellos que tienen otra opinión pero son demasiado cobardes para manifestarla.
Napoleón
 
Llegó la hora. Es probable que cuando su mirada se pose sobre estas líneas, ya haya salido humo blanco del Tribunal electoral, en relación a la validez o nulidad de la elección presidencial 2012. De no ser así, será cuestión de horas para que eso ocurra. No habrá sorpresa alguna, no hay indicios para suponer tal cosa.
Todo apunta a que el dictamen estará acorde con la opinión que se ha venido gestando en los medios durante las últimas semanas, en el sentido de que las elecciones fueron ejemplares y se desarrollaron como dios manda.
Las resoluciones e informes que el IFE hizo llegar al Tribunal, confirman que para los consejeros electorales el proceso democrático se reduce a las urnas y su entorno. Tantas casillas instaladas y anuladas, tantos votos emitidos, cuantos para cada partido y candidato; y colorín colorado la fiesta democrática ha terminado.
El sospechoso financiamiento de los partidos, el rebase de los topes de campaña, la propaganda disfrazada (y pagada bajo la mesa) en los medios, las encuestas cuchareadas y usadas como recurso manipulador e inductor del voto, las cuentas y tarjetas bancarias y comerciales descubiertas y exhibidas, la indebida intervención de los gobernadores, el convenio con Televisa y demás acusaciones y pruebas sobre las que López Obrador y sus huestes sustentaron la petición de anular la elección, quedarán en veremos.
Parapetados en los plazos que la ley les otorga y su proverbial capacidad para chicanear los resquicios legales, dirán que no encontraron nada que justifique la nulidad, que la constitucionalidad conserva su virginal pureza, y dejará para las calendas griegas las investigaciones en curso, cuyo resultado, sea cual sea, no tendrá la mayor importancia al carecer de fuerza legal para revertir lo asentado en el dictamen. Lo caido caido.
No desmontar y aclarar todo el tinglado financiero y mediático, cuyos indicios de sospecha han sido reconocidos por el propio IFE, tendrá, inevitablemente, varios efectos nocivos. Uno de los más graves, es que los funcionarios en activo tendrán luz verde para seguir promoviendo su imagen, usando recursos públicos para cubrir los onerosos servicios publicitarios, contratados con total opacidad.
Otro, que los partidos y candidatos podrán obtener recursos de donde sea, por el monto que sea y comprometiendo lo que sea, con la certidumbre de que, en el remoto caso de que los investiguen y los descubran, todo quedará en una multa pero podrán ocupar los cargos sin problemas y pagar desde ahí lo que haya que pagar.
Uno más: las instituciones y organismos electorales (IFE, Trife, Fepade) volverán a quedar bajo sospecha y puesta en duda su eficacia y utilidad, dado lo oneroso que resulta el sistema electoral mexicano, donde el costo de cada voto es de los más altos del mundo, si es que no el más caro.
Pero el que resulta más costoso en términos políticos es el arribo de un presidente débil, con baja credibilidad y, lo peor, carente de legitimidad. Los defensores oficialistas podrán negarlo, decir y escribir lo que quieran, pero ese es un hecho que ni saliva ni tinta pueden borrar.
Baste recordar que de los 80 millones de mexicanos inscritos en el Registro Nacional de Electores, sólo votaron 49 millones. De ellos, 18 millones lo hicieron por Peña Nieto, 15 millones por López Obrador, 12 por Josefina, uno por Quadri y otro de anulados (todos en números redondos). Estos datos, más allá de la retórica, indican la necesidad de que el Trife no salga con un domingo 7, como ocurrió en 2006.
Su dictamen tiene que ser riguroso, claro e inequívoco. Tiene que ser, además, autocrítico y señalar con precisión las fallas legales e institucionales que enturbian los procesos y auspician la mano negra. Porque tienen que responder a las dudas e inquietudes de millones de mexicanos que se sienten atropellados y que, en consecuencia, están poco dispuestos a compartir y aceptar la validación de la elección y el triunfo de Peña Nieto.
Ya veremos si el Trife está a la altura requerida y se muestra como el máximo órgano de justicia electoral en el país o como una simple instancia burocrática, cuyos magistrados se preocupan más por su futuro personal, que por los intereses nacionales.
Cheiser: Lo que mal empieza mal acaba, reza el dicho popular. Y así lo corrobora la tristemente célebre guerra de Calderón. Los últimos meses de su nefasta estadía en Los Pinos, se han tornado los más sangrientos y con una pérdida de control absoluta. A la balacera en el aeropuerto de la capital país, entre policías federales que se disputaban un botín, se agrega la emboscada en Tres María, donde un grupo de federales ametralló una camioneta conducida por un oficial de Marina y ocupada por pasajeros gringos, dos de ellos, se dice, agentes de la CIA. Nadie entiende, nadie sabe, nadie explica. Urge que la pesadilla termine y alguien levante el tiradero de Calderón ¿Será Peña Nieto?
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