A pesar de la propaganda triunfalista que ha desplegado el gobierno de Felipe Calderón, que se ha intensificado en el presente año, es innegable que su sexenio está marcado por el fracaso en el desempeño económico del país; claro, esto considerando que el buen funcionamiento de una economía debe expresarse en la elevación del bienestar de su población y en la preservación de los recursos naturales. Un análisis detallado de lo acontecido en el autodenominado “sexenio del empleo” mostrará que en ambos aspectos fundamentales se ha tenido un retroceso.
En cuanto al funcionamiento económico, se puede observar que el crecimiento de la producción fue bastante raquítico. En promedio el PIB nacional creció a una tasa anual de 1.8 por ciento, muy lejos del prometido 5 por ciento y es el más bajo de las últimas cuatro administraciones presidenciales, todas ellas amparadas en el manto neoliberal. Así tenemos que durante la administración de la modernización y la privatización, el salinista, el PIB creció a una tasa promedio anual de 3.9 por ciento; en tanto que en el sexenio del Fobaproa, de Ernesto Zedillo, dicho crecimiento bajó a 3.5 por ciento; y en la administración del supuesto cambio, el de Fox, el incremento anual promedio fue de 2.4 por ciento. Lo que muestran en su conjunto estos datos es que el modelo de crecimiento basado en las políticas neoliberales se ha agotado, no sólo en México, sino también a nivel mundial, como lo expresan las violentas crisis sucesivas a partir de 2007.
Sin embargo, el agotamiento de este modelo neoliberal en México es invisible e imperceptible para los políticos que gobiernan el país y sus economistas y asesores en turno. No solo persisten en las mismas políticas neoliberales, sino que aun antes de “tomar (im)posesión” ya están formulando acuerdos para echar a andar las reformas que “solucionarán” los problemas de nuestro país; entre ellas se habla de la energética, la laboral y la hacendaria, léase privatización de Pemex, profundización de la precarización del trabajo y mayores impuestos sobre los asalariados y transferencias hacia el capital.
Por el lado del empleo, las promesas de la administración federal que está por terminar fueron las de alcanzar a crear 800 mil empleos formales para este año (ver Plan Nacional de Desarrollo); el pasado 15 de agosto, el titular del Poder Ejecutivo federal anunciaba que de enero a julio ya se habían generado 554 mil, celebrando que hasta ese mes, en su gobierno, se habían creado más de 2.2 millones de empleos formales. Cuentas alegres que ocultan la dramática realidad. En primer lugar, cabe destacar que la demanda de nuevos empleos cada año es superior a un millón, de tal manera que si consideramos el total de empleos, incluyendo al informal, el déficit de empleo es de más de 2 millones de personas.
En segundo término, se prometió un empleo que permitiera un ingreso digno y que mejorara su calidad de vida. Durante el sexenio, la tasa de desempleo alcanzó niveles muy superiores a los del sexenio anterior, llegando a superar 6 por ciento en el tercer trimestre de 2009; con la tasa de subocupación ocurrió algo similar, alcanzando un máximo de 11.14 en el segundo trimestre de 2009, y de 8.9 para el mismo trimestre en 2012. Quizá un “logro” que puede señalarse es que mantuvo el empleo informal, representando 29.0 por ciento del total, al igual que en el sexenio panista previo.
En tercer lugar, en términos de las condiciones laborales, la precarización es la característica dominante: 64 por ciento de la población ocupada no tiene acceso a las instituciones de salud y 22.2 por ciento labora con ingresos de hasta un salario mínimo (incluyendo el trabajo sin pago) y otro 23.2 por ciento obtiene un ingreso entre uno y dos salarios mínimos –que para el caso de Puebla representa la fabulosa cantidad de 118.16 pesos diarios).
Así pues, el contraste de las metas propuestas con el comportamiento real de dos de las principales variables del desempeño económico muestra el fracaso de la política del “sexenio del empleo”. Uno de los argumentos que utilizan para justificar este fracaso ha sido el de la crisis, que se le ha dado el origen de “externa”, lo cual es una falacia dado que, primero, se trata de una crisis global del sistema capitalista y por tanto también de la economía mexicana, que es parte de dicho sistema. Segundo, la crisis de 2007 repercutió profundamente en nuestro país en virtud de las políticas y estrategias neoliberales implementadas desde la década de los 80 –liberalización comercial (apertura), privatización, flexibilidad laboral, estabilidad macroeconómica a toda costa, etcétera– eliminaron la capacidad de gestión del Estado, ahondando la relación dependiente y subordinada de nuestro economía con los intereses del capital financiero–industrial global, en particular del estadounidense. La crisis de éste es también la crisis de las políticas y estrategias neoliberales de las administraciones federales, priistas y panistas.
*Facultad de Economía BUAP
Fuentes consultadas:
INEGI (2012) Banco de Información Económica, INEGI, www.inegi.org.mx.
PEF (2007) Plan Nacional de Desarrollo 2007–2012, PEF.