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El estado y los monopolios en la economía

Por: Rogelio Huerta Quintanilla

2012-08-03 04:00:00

“Las condiciones económicas están constantemente variando, cada generación considera sus propios problemas de un modo peculiar”. Con esta frase Marshall inaugura el prólogo a su famoso libro Principios de Economía. Y viene a cuento porque pareciera que la realidad económica contemporánea se ha movido rápidamente pero los instrumentos teóricos de que disponemos no nos permiten su análisis.

En la polémica entre el Estado y el mercado, por una parte encontramos a quienes sostienen que sólo el Estado tiene capacidad para solucionar los problemas económicos más acuciantes y por tanto se declaran partidarios de la intervención del Estado en todos los ámbitos de la economía. Incluso hay algunos que piensan que de esa manera se abona el camino hacia la transformación del sistema de mercado capitalista. Por otra parte encontramos a quienes son fanáticos del libre mercado y están convencidos de que la “mano invisible” de Smith, operando en mercados dejados en libertad, conseguirán la mejor economía posible; que la competencia, en y por el mercado, es la mejor vía para asignar eficientemente los recursos escasos de cualquier economía.

En los últimos 60 años en México hemos vivido las dos experiencias, aunque se podría afirmar que de manera incompleta o no plena. En los primeros 30 años de ese periodo, el Estado interventor jugó su papel para asegurar el crecimiento de los grandes capitales que hoy existen. La protección del mercado interno y el fomento de ciertas áreas de la economía mexicana, sirvieron para que nacieran y se fortalecieran las grandes empresas que han impulsado la expansión externa de la economía nacional. Es decir, la intervención estatal sirvió para los objetivos que se planteó y que no puede ser otro en un sistema capitalista: el crecimiento del país basado en la concentración de grandes capitales y grandes riquezas. La desigualdad en la distribución del ingreso es un problema tan importante ahora como hace cuatro décadas, cuando estaba en todo su esplendor la intervención estatal. Esto no ha cambiado bajo ninguno de los modelos.

Desde hace 30 años, se ha impuesto un modelo de libre mercado en el país. Sus resultados están a la vista, ni se han disminuido las desigualdades en la distribución del ingreso, ni se han logrado tasas más altas de crecimiento. Pero se han conseguido los propósitos del modelo: la estabilidad de precios y de tipo de cambio y la incorporación en la globalización de las empresas instaladas en el país.

Al parecer ambas estrategias rindieron frutos pero a la vez, ambas dejaron de ser viables. Ni la estatización de la economía, ni el libre mercado pueden ser vistos como una alternativa actual. No se puede ir más allá con esas visiones unilaterales. Las condiciones de la economía nacional y mundial han variado y se requiere una alternativa estratégica que recupere lo mejor de ambas experiencias: la que prioriza el mercado y la que hegemoniza al Estado.

La desaparición del bloque soviético de la economía mundial y la globalización de la misma, tienen en su origen una explicación fundamental, sin mencionar mucha otras cosas de diversa índole, que es la profunda revolución tecnológica que estamos viviendo. Cada revolución tecno–industrial se ha caracterizado por la aparición y encumbramiento de empresas y por tanto de nuevos capitanes del barco económico que controlan nuevos sectores de la economía. Los nuevos grandes monopolios en las actividades electrónicas y de comunicación han impulsado a su vez a otras grandes empresas a operar en el ámbito mundial. El abaratamiento de los costos de transporte han mundializado la producción y globalizado la economía. No se puede negar que la globalización obliga a los estados a crear un clima de inversión atractivo tanto para las corporaciones transnacionales como para los inversionistas domésticos.

En este último tema se pueden detectar dos tipos de empresas, las que invierten para expandirse y ganar más mercado y las que lo hacen para sobrevivir y sirven para generar autoempleos. El crecimiento económico y la acumulación de capital se impulsan teniendo como puntal a las grandes empresas. En México las empresas más grandes con 500 o más empleados (1 por ciento del total de empresas) son responsables de alrededor del 65 por ciento de la inversión bruta fija mientras que las empresas de sobrevivencia (70 por ciento de las existentes), aportan aproximadamente 3 por ciento de la inversión total. Las grandes empresas nacionales y transnacionales, son las que tienen más capacidad para invertir y por tanto para introducir mejoras técnicas e innovaciones en sus procesos, en sus productos y en la organización del trabajo. Son los monopolios nacionales y extranjeros los impulsores del crecimiento y de la competencia económica. Así ha sido siempre, pero la novedad es que las grandes empresas están aplicando las nuevas tecnologías de información y comunicación para instalarse, fragmentando sus procesos productivos, en varios países a la vez. La fragmentación del proceso productivo es conocida como la cadena de valor internacional y nos muestra una razón por la cual el comercio internacional ha crecido a ritmos mayores a los de la producción y en particular nos explica por qué el comercio intrafirma es alrededor de 40 por ciento comercio mundial de manufacturas.

Si un corporativo multinacional instalado en México decide importar de una subsidiaria suya, a los precios que sean, los insumos para armar los televisores en México, el gobierno mexicano no puede hacer nada al respecto. Este 40 por ciento del comercio mundial ¿compite en precios por apoderarse de alguna parte del mercado? Es obvio que no, la competencia que hacen las grandes empresas no está fincada centralmente en los precios, sino en otras cualidades del producto, como su calidad, su diferencia con otros productos, los servicios de reparación y mantenimiento, el crédito disponible, la pronta entrega, etcétera. Las nuevas formas de competencia a nivel internacional comandadas por las grandes corporaciones nacionales y extranjeras, llevan a una mayor concentración de la riqueza. Y esta es una de las razones por las cuales el Estado debe de intervenir en la economía. No apropiándose de las empresas, ni estatizando la propiedad privada (la experiencia soviética fue un fracaso en este aspecto), sino construyendo mecanismos para redistribuir el ingreso y la riqueza.

Si el mercado, dominado por los monopolios o grandes empresas, tiende a concentrar el ingreso, el Estado, sin intervenir en la producción y comercialización de los bienes y servicios, puede y debe determinar la redistribución del ingreso. Ese debe ser su actual papel y su función predominante. Si lo hace, mediante impuestos que recaigan sobre los que más tienen, sin afectar directamente el mecanismo del mercado, y se los entrega a los que menos tienen manteniendo reducidos los costos de esta redistribución, se podrá aprovechar la eficiencia del mercado en la asignación y crecimiento de los recursos junto con la intervención estatal para mejorar la calidad de vida. Todo ello sin menoscabo de la incorporación de México en el mercado globalizado y sin pérdida de eficiencia y de impulso a las grandes empresas para que reinviertan sus utilidades. Es obvio que en este proceso, cambiará la estructura productiva del país, algunos sectores mejorarán y otros se reducirán, pero el conjunto se expandirá manteniendo la estabilidad económica. La estabilidad política debe buscarse por otros medios. 

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