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Derecho de réplica

Por: Yuriria Iturriaga de la Fuente

2012-09-06 04:00:00

En dos diarios veracruzanos: Rojo Acontecer y Crónica del Poder, la Dra. Zaida Alicia Lladó  Castillo, escribió en su columna “Verdad y Confianza”,  el 28 y 29 de agosto próximo pasado respectivamente, un artículo lleno de inexactitudes y gratuitamente agresivo en contra de quien escribe la presente réplica en los siguientes términos:

Dra Lladó:

Como maestra en “ética contemporánea”, entre otros logros de su largo curriculum,  y como periodista, usted sabe que esta profesión obliga a confirmar los datos que se publican, a entrecomillar los dichos ajenos o usar el condicional cuando no le consta personalmente o no tiene documentos probatorios de lo que escribe. En cualquier caso, la ética periodística obliga a dar el derecho de réplica a la o las personas afectadas, derecho que uso pidiéndole sea publicada esta carta, desde su recepción y en los mismos medios.

En su artículo “¿Despojar a los Veracruzanos de la obra de José Iturriaga? Sería una torpeza”, usted hace afirmaciones que afectan mi integridad moral y tocan el límite de la difamación, sin embargo le concederé el beneficio de suponer que sus aseveraciones falsas pueden deberse a la “confianza” que usted puso en su o sus informantes, creyendo que la palabra de estos era garantía de la “verdad” que encabeza su columna. Pero el periodismo,  Doctora Lladó, es investigación, cruce de datos, certidumbre en la noticia que trasciende, conocimiento pleno y no de manera parcial del tema, so pena de generar desconfianza y atentar contra la verdad: lo contrario de lo que usted busca y agradecen sus lectores. Porque cuando un periodista no investiga para llegar a la verdad, su nota puede convertirse en infundio, en bulos y textos cutres que, pienso yo, no corresponden a su pluma.

En el párrafo 18 de su artículo usted dice “hasta un ciego podría percibir las claras intenciones de Yuriria Iturriaga” y yo le respondo: un ciego sólo puede “percibir” lo que le dicen o imagina, pero si usted es una persona no sólo vidente sino que además “desea ver” y “oír” a las partes, le ofrezco la oportunidad de conocer la verdad y darla a conocer a sus lectores, para que pueda hacer honor a su columna y justicia a los hechos que le interesa difundir. Espero confiada en que su participación en este conflicto sea corregida o por lo menos aclarada.

El martes 28 y el miércoles 29 de agosto pasados, usted publicó en dos medios de Veracruz denuncias que “le dijeron”, unos por intereses legítimos, otros por inconfesables fines, como anticipo del evento que el jueves 30 de agosto tendría lugar en la Capital del país, donde cinco notables personalidades del mundo intelectual, cultural y político mexicano: el Presidente del Colegio de México, Dr. Javier Garciadiego Dantán, el Diputado y diplomático Porfirio Muñoz Ledo, el sociólogo y economista Maestro Arturo González Cosío, el político y diplomático Lic. Rodolfo Echeverría Ruíz y el abogado medioambientalista, funcionario público, Lic. José Ignacio Campillo García, presentarían –dentro de un recinto de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM)- seis tomos de las Obrasincompletas de José Ezequiel Iturriaga Sauco, mi padre.

En el curso y al final de dicho evento, todos ellos, el editor Miguel Ángel Porrúa, el representante del Consejo Editorial de la Cámara de Diputados y varias personalidades asistentes, como un ex Secretario de Educación y de Relaciones Exteriores, entre otros, me felicitaron por el trabajo de coordinación que, a partir de mayo de 2011, hice bajo el patrocinio de la LXI Legislatura de la Cámara de Diputados federal. No obstante los ponentes preguntaron por qué no fueron reunidos los inéditos, materiales hemerográficos, epistolario, archivos fotográficos, todo lo que hubiera dejado mi padre para integrar sus Obras Completas.  En esta coyuntura tuve que confesar que la biblioteca “ha estado secuestrada”, aunque no aclaré públicamente –lo hubiera hecho de haber conocido entonces el artículo de usted- que la señora María Reyna Olvera Macías nos impidió expresamente, en mayo de 2011, acceder a consultar los materiales en la biblioteca de Coatepec, tanto a la que esto escribe como a las investigadoras de la UNAM que debían compilar la obra completa de José E. Iturriaga. Ni dije que la única razón que nos dio esta señora, a mis hermanos José Narciso y Gabriel y a mí, fue que  “para acceder a la biblioteca necesitábamos disponer de la orden de un juez” (¡!) mensaje que nos transmitió su abogado cuando nos citó en el hall de un hotel de la avenida Reforma en el D.F..

Al conocer usted ahora esta información, deseo preguntarle, Doctora Lladó: cuando escribe convencida: “…la preocupación que ha movido a su viuda y a la asociación “Amigos de José Iturriaga”, de luchar por una causa que a mi juicio considero justa: hacer valer la última voluntad de José Iturriaga, para que su Biblioteca privada, una de la más importantes y bastas del país, NO se la lleven a la Cd.de México, por petición de su hija, y/o que por codicia y ambición, se despoje a los veracruzanos y en particular al Pueblo de Coatepec, de este patrimonio cedido públicamente por el propio Don José…”, ¿Cómo calificaría usted estas dos posiciones: a) el impedir la publicación de las Obras Completas de don José como una “lucha justa y probay b) “de codicia y ambición el hecho de hacer todo lo posible por publicarlas?  Porque yo sí sé lo que mi padre opinaría.

Usted asienta que su artículo “se sustenta en documentos, notas periodísticas y testimonios directos de quienes presiden la “Asociación Amigos de José Iturriaga” integrada por distinguidos Coatepecanos, además de los informes de revisiones e inventarios que ha realizado el Seminario de Cultura Mexicana, y (le) fueron proporcionados en la reciente visita que (hicieran) los miembros de “Otero Ciudadano, AC” a esas instalaciones…” (supongo la biblioteca de mi padre)  Pero usted no cotejó con otros documentos, notas, testimonios e inventarios lo que dio por verdadero a sus lectores. Aunque no me preocupo demasiado por ello, dado que tanto los “distinguidos Coatepecanos” como el pueblo de Coatepec en general, pronto tendrán a su disposición los documentos que probarán el gran embuste en el que cayeron al colaborar en una campaña de medios locales, orquestada por la señora “veracruzana de corazón”, con el apoyo de ingenuos jóvenes que formaron una “Asociación de Amigos de José E. Iturriaga A.C.” cuyo verdadero único fin es apropiarse “legalmente” de un bien que quedó, en la letra de sospechosas escrituras, dentro de la propiedad de dicha señora; dejándole a ésta la facultad de decidir quién puede entrar a consultar los materiales y quién no.  Papel que, por cierto, le permite a ella seguir perteneciendo a una capa social que no puede conservar por méritos propios, para actuar como una “castellana”, anfitriona y guía, de un prestigioso sitio cuyas colecciones nunca usó ni sabe para qué sirven.

El argumento central del debate para “no despojar a los veracruzanos de la obra de José Iturriaga” es el discurso que mi padre pronunció el 3 de diciembre de 2010, ante el Congreso veracruzano y el señor Gobernador Duarte, donde dijo: “…he decidido donar mi biblioteca y hemeroteca particulares, que constan de más de 30 mil volúmenes, junto con el inmueble que las alberga EN nuestro querido Coatepec… (para que) puedan formarse más jóvenes al ideario ruizcortinista”.

Pero curiosamente nadie ha podido (o querido) interpretar correctamente esta frase, porque hacen como si mi padre hubiera usado la preposición “a” (he decidido dar mi biblioteca “a” nuestro querido Coatepec) cuando lo que dijo es: “he decidido donar la biblioteca y el inmueble que la alberga “en” nuestro querido Coatepec”, sutileza que viniendo de un hombre de letras como don José, está claro que dijo lo que quería decir y esto no fue “darla A” una persona, institución ni mucho menos  “al pueblo de Coatepec”, porque éste no tiene la personalidad legal para recibir un bien mueble -como es una biblioteca-  sin condenarla a su desintegración progresiva en manos de autoridades municipales que se suceden en el tiempo. De donde queda claro que todos los interesados en retenerla hacen una incorrecta interpretación afirmando que don José declaró querer “donar su biblioteca  a  los coatepecanos o a Coatepec”. 

Interpretar en su justo término lo que Don José expresó, permite comprender por qué, cuando tuvo enfrente a la notaria Georgina Kawas el 8 de enero de 2011 para “vender” su propiedad de Coatepec, no aprovechó el momento ni a la fedataria para legalizar su deseo expresado cinco semanas atrás: “donar sus más de 30 mil volúmenes y el inmueble que los alberga para la formación de nuevas generaciones”. ¿Por qué no lo hizo? ¿porque perdió la memoria de su oferta?  No. Lo que pasó es no existía el 8 de enero de 2011 nadie en quien él confiara para dejársela… ¡si antes no lo había hecho con la UV por falta de garantías!

Para desgracia de quienes reivindican el derecho a quedarse con su biblioteca debido a las palabras del 3 de diciembre, y para infinito dolor personal mío, mi padre falleció. No “tres meses después de vender su casa” (como usted asienta) sino “extrañamente” (para usar el adjetivo que usted emplea respecto a mi madre y yo) sólo cinco semanas después de entregar la nuda propiedad a Erick Valdés Olvera y el usufructo vitalicio de su casa de Coatepec (como si ya no la fuera a necesitar para él mismo) a la madre de éste, Reyna Olvera

En cualquier caso, la  “Asociación Amigos de José Iturriaga” que más de un año después de que él hubiera fallecido, fue creada con el propósito de asumir extemporáneamente la personalidad jurídica a la que, suponen sus fundadores, mi padre “hubiera” entregado su biblioteca de haber existido ya el 8 de enero de 2011, no tiene en ningún caso validez jurídica para reclamar la donación anunciada. Porque en el momento de expirar, cualquiera haya sido la causa, nuestro padre sabía positivamente que dejaba un testamento a favor de sus cuatro hijos y que en éste me había designado albacea, convencido de que podré representarlo y ejecutar escrupulosamente su voluntad, porque como todo mundo sabe, Doctora Lladó, es la confianza del testador la que puede responder a algunas de sus imprecisiones e inexactitudes sobre mi proceder legítimo: el deinterpretar su voluntad con base en el conocimiento de su persona, en relación a sus bienes y a lo largo de sus casi 99 años.

De esta interpretación, sin miedo a equivocarnos y con el deseo de hacer cumplir su voluntad como un deber sagrado, nosotros, que somos tres de sus cuatro legítimos herederos, tomamos estas decisiones fundamentales:

1) Donar a los Coatepecanos bajo la fórmula legal que convenga, los 265 m2  del inmueble (que hoy contiene la biblioteca de nuestro padre), no sin antes adaptarle una entrada independiente de la propiedad que lo circunda, habilitar baños para el público y equiparla con material informático, nombrando a este recinto “Mediateca José E. Iturriaga”, donde los investigadores de Coatepec y de otros lugares puedan consultar sus obras y archivos, así como infinidad de libros que él poseía y otros más, todo lo que será digitalizado por los especialistas de la sede definitiva donde quedará su acervo intelectual y moral. Esta medida, estamos seguros, corresponde  fielmente a lo que él habría decidido si hubiese alcanzado a conocer el proyecto de una tecnología que permitirá a la vez cumplir con todas las obsesiones de su vida respecto a su biblioteca, y que marco con los siguientes incisos:

2) Que sus más de 30 mil volúmenes -que él mismo declaró poseer ante el Congreso veracruzano-, junto con sus archivos personales, sus inéditos, epistolario y archivos fotográficos queden resguardados como una unidad en alguna institución permanente en el tiempo, como pueden ser CONACULTA o la UNAM y parecía serlo la propia Universidad Veracruzana aunque, por desgracia, no pudo asumir todas las condiciones que él exigía.  Y

3) Que sea conservada para las “futuras generaciones de mexicanos”, es decirdurante siglos, no años. Porque los libros leídos, subrayados y anotados al margen por él mismo, los convierte en una fuente de investigación que sólo valoran los historiadores y porque su epistolario, sus archivos personales y los fotográficos constituyen un testimonio único del siglo XX en México y América Latina y, en fin, lo decimos nosotros, porque el siglo XX tal vez fue el último en la historia de la humanidad en que todavía se formaron bibliotecas de papel.

Sorprende, Doctora Lladó, que de su artículo no se desprenda, que no resalte el gran valor inmaterial de la biblioteca, mientras sólo destaca usted el “valor económico” que tanto preocupa a sus informantes atribuyéndome a mí esta codicia con una actitud soterrada y por demás deleznable. Porque seguramente sus informantes no saben lo que es un valor intelectual e histórico y creen que todos compartimos sus propias ambiciones de apoderamiento y empoderamiento.  Lo preocupante es que la pluma de usted arroje tinta inexacta y parcial, porque, por muy legítimo que sea el interés de un historiador o investigador de la “Asociación…” por tener en sus manos los materiales de mi padre, con la “lucha mediática” agresiva y difamatoria en mi contra sólo demuestran que en la biblioteca ven intereses inmediatos y a corto plazo. Porque si son sinceros que nos digan: ¿quiénes y cuántos de ellos pueden asegurar la supervivencia de ese tesoro moral e intelectual más allá de los años que ellos mismos lo utilicen, durante un lustro o dos? ¿Quiénes de ellos se prepararían profesionalmente y quién les pagaría para hacerlo y trabajar con los materiales en condiciones adecuadas de luz, de humedad, de preservación dentro de vitrinas, de trato con guantes los más antiguos o desencuadernados libros y para digitalizarlos? ¿Con cuánto dinero y por cuánto tiempo cuentan para lograr y mantener estos cuidados? 

No nos engañemos: los jóvenes de esta “Asociación” dan la misma importancia a la biblioteca Iturriaga que “a las 27 que tienen de la SEP”, como me dijo uno de ellos.  Y si les dejáramos la de mi padre, por inercia, indiferencia o miedo nuestros, en diez años o incluso antes el recinto estaría tan abandonado y su contenido deshecho como es el caso de muchas bibliotecas particulares donadas, incluida la Capilla Alfonsina que dejó don Alfonso Reyes a un patronato en la Capital del país.

Aceptando la buena fe de la mayoría de los miembros de la “Asociación de Amigos de José E. Iturriaga”, uso este medio para decirles que padecen de ingenuidad en su pretensión de apropiarse del uso, cuidado y preservación de la biblioteca Iturriaga en el inmueble de Coatepec. Y se los digo porque ahora sé que tuvimos la misma ingenuidad  al donar mi madre y yo a un patronato el inmueble de Coyoacán para el mismo fin. Ni los “Amigos” ni los herederos podremos dar a esa biblioteca el cuidado que ya detallamos, eso sólo puede hacerlouna institución especializada que nos corresponde a sus hijos encontrar, para asegurar su larga y cuidada permanencia y disponibilidad pública.

Cabe aclarar aquí en qué diferimos de las declaraciones y escritos de nuestro hermano mayor, José Renato Iturriaga de la Fuente, del que usted retoma largos párrafos en su artículo.  Renato es astrónomo, físico, cibernético, científico puro introductor en México de la informática, creador del Centro de Investigaciones en Matemáticas Aplicadas y Sistemas de la UNAM y probo funcionario público en relación a su especialidad; su acervo se encuentra en soportes cada vez más minúsculos, acordes a la evolución de esta tecnología y su inteligencia funciona con abstracciones que no le facilitan comprender, racional y emocionalmente, el valor de los libros donde han quedado la saliva, el sudor, las huellas digitales y las anotaciones del pensador social que fue nuestro padre. Respeto su perspectiva, pero no podemos dejar la trascendencia de don José E. Iturriaga al único criterio de su hijo mayor.

¿A dónde irá la biblioteca de don José? Aún no lo sabemos porque no podremos ofrecerla a una institución capaz de cumplir con todos los requisitos que mi padre quería mientras no concluya el proceso de su sucesión testamentaria, proceso que ya ha comenzado al remplazar, en el Juzgado de Coatepec, la denuncia intestamentaria hecha por Reyna Olvera en marzo de 2011.

Pasaré aquí  por encima de calumnias y difamación sobre mi persona y la de mi madre a quien la autodenominada “viuda”, de mi padre atribuyó una enfermedad discapacitante  (que doña Eugenia nunca tuvo, certificados médicos como prueba), adjudicándome una actuación al borde de lo delincuencial y un tiempo de separación de mi padre en la que la propia señora Olvera tuvo un papel determinante, porque sobre estos temas tomaré las medidas legales a que haya lugar, y sobre las que le recuerdo la máxima latina: “ Lex non debet esse ludibrio” (“La ley no puede burlarse”) y aprovecho para señalar que los asuntos de mi padre están “sub lite” osub iudice”, expresiones que seguramente usted también conoce muy bien.  Lo que sí aclaro aquí, es que mi madre, fallecida el mes pasado, era legalmente dueña del 50% de la biblioteca y de los bienes que mi padre hubiese dejado, y que todo ello deberá distribuirse en partes iguales entre sus hijos José Renato, Yuriria, José Narciso y Gabriel. Exactamente la misma disposición que dejó nuestro padre en su propio testamento, sobre su 50% de los bienes conyugales.

Por último me permito citar esta frase de usted: “todas estas razones hacen importante el sentido de” nuestra lucha “y pedimos al Gobierno del Estado de Veracruz”  y también al Gobierno Federal, “actuar en consecuencia para hacer valer la última voluntad de Don José Iturriaga: que su adorada Biblioteca se quede (en donde pueda óptimamente)cultivar a las nuevas generaciones de veracruzanos” y de mexicanos y extranjeros que quieran profundizar en el estudio del México del siglo XX, o sea, en la Capital cuyo Centro Histórico don José rescató, donde nació, vivió 84 años de su vida y reposan sus restos.

Yuriria Iturriaga de la Fuente

PS.  Me reservo mis derechos procesales, para hacerlos valer oportunamente por las expresiones y, o epítetos, descalificaciones y expresiones que violenten mis derechos de la personalidad en términos de ley. Lo asiento sin acritud contra su persona, acaso contra sus informantes.

 

 

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