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Cuarta jornada

Por: Eduardo Merlo

2012-12-20 04:00:00

 

Venimos rendidos
No me importa el nombre
desde Nazareth,
déjenme dormir
yo soy carpintero
pues que ya les digo
de nombre José
que no hemos de abrir.

Muy cercana la navidad de 1222, llegó Francisco de Asís al pueblecito de Greccio, ocurrente como era, ideó representar la natividad de Jesús, lo más parecido a como se narraba en los evangelios, así que fue a donde su amigo Giovanni Velitta, solicitándole una gruta que tenía en su propiedad. El amigo consintió y mandó limpiar el lugar, enviando mensajeros a todos los pastores de los alrededores, para que en la fecha tan celebrada, trajeran a sus rebaños para que en esa oquedad se celebrara la Misa de Gallo; y acudieron tantos, que realmente no cabían en la cueva, de tal manera que se quedaron afuera, alumbrándose con antorchas. Llegada la media noche, dos sacerdotes y Francisco como diácono, celebraron la Eucaristía, luego colocaron una escultura del Niño, cantándole himnos muy sentidos. De ahí sus sucesores imitaron a su fundador y empezaron a colocar representaciones de Belén, donde estaba en primer lugar la gruta con las imágenes de Jesús, de María y de José, junto con ángeles, pastores y sus rebaños. Siendo los franciscanos los primeros evangelizadores de estas tierras, trajeron sus costumbres, entre ellas la del “nacimiento”, teniendo la referencia de que el primero que se montó, fue en 1533, en el atrio del convento de San Francisco el Grande de México. Los naturales tomaron la  idea como propia, pues tenían antecedentes. Los antiguos habitantes de estas tierras tenían una fiesta que se llamaba Tepeilhuitl, traducida como “Gran Fiesta de los Cerros”, en que hacían homenajes y ceremonias en honor de los montes y de lo que implican: los bosques, las arroyos, los manantiales, las flores, los animalitos que en ellos viven, cada quien en su casa elaboraba una maqueta representando el entorno de cerros y montañas que lo rodeaban, de tierra hacían las montañas y luego le colocaban arbolitos de hierba, lama o de arena; inclusive si se trataba del volcán, le colocaban una ollita con carbón en el cráter, para que estuviera ahumando. Todo el conjunto se enmarcaba con ramas de oyamel dobladas para formar un arco, del que colgaban fruta y piñas de pino. Era un gusto colocarle figuritas de patos, garzas, águilas o bien, serpientes, ocelotes, temazates, itzcuintlis, hueyxolotli y muchos más. Lo único que no se colocaban eran seres humanos. Así, la amalgama de la fiesta Tepeilhuitl y la Navidad, dieron lugar a los “nacimientos”, que fueron esas maquetas, pero ahora con un portalito o gruta, pastores, rebaños y cuantos animales se pudieran. Por eso los “nacimientos” solían enmarcarse con ramas de pino puestas en arco, colgando piñas de abeto, esferas o “espantamoscas”, como entonces se llamaban, montañas, ríos, lagunas y montañas.

Aunque en nuestro tiempo la mayoría prefiere colocar un árbol, ya sea por imitación a nuestros vecinos del norte, o por practicidad, quizá por espacio, todavía hay familias que conservan la bonita tradición del “nacimiento” que en otras partes se llama “Belén”. Es recomendable, que aunque haya puesto el arbolito, coloque abajo de él un nacimiento reducido al mínimo, es decir: el portal con las imágenes de María y José, una mulita y un buey, quizá el ángel anunciante y afuera los Magos del Oriente, con eso está más que cumplida la devoción. Los artesanos mexicanos siempre han sido diestros en elaborar las figuras, como las muy populares de Amozoc, las de Metepec o las increíbles de Tlaquepaque o Tonalá.

En la posada de hoy, si es que le ha tocado, puede complementar los aguinaldos con algunos chocolatitos, al menos de esos que parecen grajeas con chochitos o también colocarle canelones, dulces que tienen una rajita de canela dentro.

Nuestros abuelos poblanos cantaban:

Robarte quisiera
¡Decid vuestro nombre!

alma y corazón
Sois desconocidos
si en tu amada choza
y a hora tan pesada
nos das un rincón.
no andan peregrinos.

Que los deleites gastronómicos típicos de la Navidad, estén cada día de estos en sus casas, les desea: Eduardo Merlo.

 

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