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Comentarios al libro de Armando Bartra Tiempo de mitos y carnaval. Indios, campesinos, revoluciones. De Felipe Carrillo Puerto a Evo Morales

Por: Huascar Salazar L.

2012-03-27 04:00:00

Si se le sigue la pista a la obra general de Armando Bartra, nos encontramos con un recorrido en el cual se va construyendo una espléndida forma de entender a las sociedades campesinas de nuestro tiempo. Su “arriesgada y comprometedora apuesta política”  ha sido siempre la emancipación de los pueblos, pensándola desde la particularidad de nuestra realidad latinoamericana, donde habitan grandes contingentes de campesinos. Desde su trabajo La explotación del trabajo campesino por el capital, hasta sus más recientes textos en los que aborda la crisis civilizatoria que en la actualidad vivimos, Bartra nos ha convocado a pensar en la centralidad de las sociedades agrarias de nuestro tiempo, y no como aquello que habita en un “más allá sub, semi o precapitalista”; los campesinos son tan hijos de este sistema como lo es la clase obrera y, por tanto, son también forjadores de futuros posibles, derecho que se ganaron a pulso. Con él también hemos aprendido que si lo que nos ocupa son los campesinos, debemos romper con nuestros esquematismos teóricos, que Marx [es] necesario pero insuficiente, que debemos mirar más allá de lo que la teoría nos permite y tratar de ser creativos, tal como lo es este singular y poderoso sujeto social.

En este último trabajo, Tiempos de mitos y carnaval. Indios, campesinos, revoluciones. De Felipe Carrillo Puerto a Evo Morales, Bartra nos hace una invitación para recorrer dos historias de “indios y campesinos […] que hacen revoluciones”. Por un lado, habrá de hablarnos de los vericuetos recorridos en la  particular construcción del socialismo yucateco de Felipe Carrillo Puerto, llevándonos por los caminos de la vida socioeconómica y política que existía en el campo de la península desde el siglo XIX, nos explica la manera en que estos parajes fueron convertidos en descomunales henequenales funcionalizados al capital transnacional. Yucatán se volvió monoproductora, incapaz de autoabastecerse, todos los bienes de consumo se importaban y la vida de los hombres y mujeres mayas que habitaban allí era de brutal explotación y de muerte. No será hasta 1921, luego de importantes rebeliones, de la consolidación del Partido Socialista del Sureste y de enaltecer la consigna de “Tierra y Libertad”, que se inicia un verdadero proceso de transformación social a la cabeza de Felipe Carrillo Puerto. Distribución de tierras, recampesinización, reorganización política, políticas de género y otros temas más fueron abordados con sello maya, desde pasados profundos. En este momento –dice Bartra– “el abigarramiento llega al extremo en el variopinto y excéntrico imaginario del socialismo maya, donde el idiosincrático rescate de la cultura mesoamericana ancestral se entrevera con el revolucionarismo moderno de origen galo, con la versión leninista del marxismo y con el campesinismo comunitario de Morelos; todo aderezado con un leve toque de anarquismo ibérico y una pizca de feminismo estadounidense”.

Por otro lado, Bartra nos lleva a la Bolivia del siglo XXI, donde se estaría repitiendo, a su manera, una historia de campesinos e indígenas que hacen revoluciones. Y nos habla del sujeto bifronte, autor de las transformaciones sociales que trastocaron el panorama social boliviano, en sus palabras “los campesinos bolivianos son –como pocos– a la vez ancestrales y modernos, y en esto radica su fuerza. La perspectiva étnica enfatiza la oposición descolonizadora a un racista y coactivo orden novohispano que la República prolongó, mientras que la perspectiva clasista campesina incorpora esta insoslayable descolonización en un proyecto justiciero y libertario de horizonte nacional pero a la vez global”. Pero también nos habla de las contrariedades que este sujeto afronta luego de la llegada de Evo Morales al gobierno, del reflujo, de la vuelta a los particularismos y del papel mesiánico que supuestamente pretende asumir el ejecutivo boliviano. Desde ahí Bartra nos plantea las dificultades sociales, económicas y políticas que afronta este gobierno para construir un modelo de desarrollo postneoliberal, el cual en la actualidad continua sostenido en la sobreexplotación de la fuerza de trabajo y en el saqueo de los recursos naturales.

Desde estas dos experiencias de lucha, el autor desarrolla algunos planteamientos de discusión teórica y que intentan dar cuenta de la complejidad de los rústicos rasos –como los llama él– en un continente colonizado como el nuestro, en este momento me referiré a dos conceptos que yo considero que son centrales en su propuesta. En primer lugar, el autor nos convoca a dejar de pensar en lo indio y lo campesino como dos dimensiones separadas. Para esto se adentrará al debate de las clases sociales y nos incitará a repensar esta categoría, dejando de lado su concepción solidificada y determinada por atributos de orden sociológico y antropológico. Las clases se construyen en la cotidianidad, no son adscripciones fatales, son un bricolaje resultado de subjetividades y luchas históricas; lo que hace a los grandes actores –dice bartra– es su “capacidad de nihilización ontocreativa que es nuestra seña de identidad en tanto que seres históricos”, de ahí que la clase campesina es una apuesta en construcción y en movimiento, ciertamente dotada de grandes contradicciones, pero, por lo mismo y por su gran plasticidad, contiene un potencial transformador formidable. Así es que no debemos dejar de pensar en estos sujetos de peso completo, pero, en nuestro continente colonizado, pensar en campesinos es pensar en “campesindios”, porque estos sujetos no son actores nuevos, más allá de que hayan sido recreados por distintos órdenes sociales, tienen profundas raíces en la historia y hacen parte de un ethos milenario, y es desde ahí que se plantean el futuro, uno sin explotación pero, también, sin sometimiento colonial, sin opresión de raza ni discriminación. Por eso es que su reivindicación no sólo es por lo material, sino por subvertir órdenes simbólicos de poder y dominación.

Desde ahí pasamos a la segunda apuesta teórica. En nuestros países encontramos que las estrategias de resistencia y subversión de los “campesindios” están mediadas por mitos y utopías, por sentidos de disidencia construidos desde una amalgama de significados provenientes de pasados propios y que se entremezclan con los de esta modernidad, a esta forma de resistencia Bartra la denomina “grotesca”, en donde lo diverso se yuxtapone en una festiva carnavalización del mundo. Este concepto, recuperado de los estudios literarios de Bajtín, contiene una interesante capacidad interpretativa para entender  las luchas campesindias que no sólo tratan de trastocar las relaciones sociales de producción, sino, también, resignificar los órdenes “oficiales”, desacralizarlos, bajarlos del cielo a la tierra y plantear nuevos órdenes del mundo. La estrategia grotesca es en palabras del autor una “lúdica arremetida del pueblo llano contra el poder y los poderosos mediante la apropiación paródica de los usos, instituciones, símbolos y valores del orden dominante”.

En síntesis, creo que Tiempo de mitos y carnaval es un texto rico que nos proporciona nuevas herramientas para pensar a nuestras sociedades y, además, trae a debate una serie de cuestiones relevantes para nuestro presente mexicano, boliviano y latinoamericano en general.

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