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Colorado, Wisconsin, Arizona y Batman

Por: Israel León O’farrill

2012-08-09 04:00:00

 

Mi viaje a Guatemala como práctica de campo para el doctorado que realizo resultó fértil para la elaboración de diversas entregas de este espacio. Sin embargo, quiero hablar en esta ocasión de una noticia que impactó a la sociedad estadounidense hace unas semanas –mientras me encontraba allá– y que tiene al menos otras dos notas en su entorno que bien pueden complementar el caso. Como es sabido, el pasado 20 de julio un individuo disparó a cientos de personas que se encontraban en un cine presenciando la premiere de la última entrega de Batman del director Chirstopher Nolan. Durante el ataque, hirió a 58 personas y asesinó a 12 en uno de los más sangrientos ataques vividos en los últimos años en ese país. Desafortunadamente, una persona cercana a mí fue herida en el tiroteo, aunque hoy se encuentra fuera de peligro. Con independencia de lo anterior, desde hace años he visto con pasmo el desarrollo de esa sociedad que vive rodeada de armas y cuya economía se sustenta en buena medida en su fabricación y venta al mejor postor; pero también es una sociedad en la que medran asesinos, terroristas y locos, algunos de los más aberrantes de la historia reciente, cuestión que se encuentra impresa en la cultura popular de ese país, especialmente en el cine, la televisión, los videojuegos y los comics. En efecto, Hollywood ha amasado grandes fortunas gracias a las armas y los que las manejan, sin importar si son héroes o villanos; las cadenas televisivas reciben dinero a raudales por series como CSI –en Las Vegas, Miami, Nueva York– y sus versiones con la marina, el Ejército y quién sabe cuántas más. Y qué decir del universo de los comics donde constantemente aquellos superhéroes que no tienen súper poderes como el mismo Batman, se enfrentan a villanos que no son más que sicópatas capaces de cualquier cosa.

Es quizá en este punto donde las cosas toman un sentido de mayor profundidad, pues una supuesta ficción representada en la serie llamada Knightfall que lanzó DC Comics en los 90 en que el murciélago es derrotado y “quebrado” por el personaje llamado Bane –en la que se basa la versión de Nolan–, se ve opacada por la impactante verdad, justo en el preestreno de la cinta. En la serie de comics, Bane libera a los prisioneros de Arkham, prisión y manicomio de Ciudad Gótica –una colección de los peores sicópatas que dio esa ciudad–, y el hombre murciélago se agota para recapturarlos de manera que a Bane no le cuesta ningún trabajo destruir a Batman al final. El asunto de fondo, empero, radica en la figura misma de Batman y lo que representa. Es un acertado intento por parte de su creador Bob Kane por dibujar una sociedad rebasada por el crimen y el ascenso de un “justiciero” surgido de las fauces mismas de la violencia. Bruce Wayne se transforma en un personaje psicotizado igual que aquellos que él mismo persigue, es decir, no vive en la realidad y tiene un conflicto de personalidad. El equilibrio entre la locura, la violencia desbordante y el sentido de la justicia está en constante tensión. Es quizá, como mencioné, una de las mejores representaciones de la sociedad estadounidense.

Es justo el marco que elige James Eagan Holmes para “decir” algo a través de las balas. El Bane que en su locura asesina a decenas de personas en un solo momento para dar a conocerse se materializa de carne y hueso en esa sala de proyección. Pero las cosas no quedan ahí: el pasado 5 de este mes, un sujeto veterano de guerra y de tendencias ultraderechistas asesinó a varias personas y murió en el lugar en un templo sij en Wisconsin; por otro lado, en el momento en que escribo estas líneas, Jared Lee Loughner, el responsable de un tiroteo en Arizona en enero de 2011, donde una congresista resultó herida y donde murieron varias personas, se declara culpable para evitar la pena de muerte. Y eso es sólo lo reciente, pues recordemos los tiroteos en la escuela de Columbine, Colorado –cerca de Aurora, por cierto– en 1999 donde un par de adolescentes asesinaron a varios compañeros suyos y después se suicidaron; o el de aquel estudiante coreano que asesinó a sus compañeros recientemente en Oakland porque “lo molestaban”. En todos los casos, el conseguir las armas y municiones no constituyó un problema; lo que es más, de acuerdo a una nota publicada el 23 de julio en el diario Denverpost, la venta de armas se disparó 41 por ciento en ese lugar a raíz del tiroteo. Por otro lado, la cadena CNN en español transmitió un debate en que participaban un oficial del FBI retirado, un abogado y el presidente de una asociación de propietarios de armas –que dice velar por sus derechos– en que el tema central era el derecho a defenderse que tienen los gabachos de acuerdo a sus propias leyes. El oficial del FBI comentaba que no se discutía el derecho mismo a la defensa, pero sí el que un ciudadano pudiera conseguir ese tipo de armas, que no son de defensa sino de asalto; igualmente comentaba que por suerte ninguno de los asistentes al cine llevaba armas pues eso hubiera resultado en un tiroteo más peligroso todavía. El debate sigue abierto y crecen las mórbidas estadísticas. La persona cercana de la que les hablé –profundamente religiosa ha perdonado ya al asesino. Sin embargo, es conveniente preguntarse qué pasa con la sociedad que lo produjo… ¿merece perdón? 

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