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Alfredo López Austin

Por: Israel León O’farrill

2012-03-15 04:00:00

Llevo un par de años siendo estudiante de Alfredo López Austin y he de decir que cada vez que nos reunimos en el auditorio “Jaime Litvak King” del Instituto de Investigaciones Antropológicas de la UNAM espero una nueva revelación dentro del caudal de conocimiento que implica su persona. Supongo que habrá quien diga que exagero; sea, pero me parece que bastaría una sesión de su ya clásico seminario “La Construcción de una Visión del Mundo (Cosmovisión Mesoamericana)” para saber de qué estoy hablando. Las siguientes líneas responden a que, en recientes fechas, una compañera del seminario me solicitó firmar una petición para que la UNAM le otorgue la distinción deDoctor Honoris Causa, por su indudable contribución al estudio del pasado de nuestro país. Sin dudarlo un segundo, estampé mi firma entusiasmado por pertenecer al movimiento que lo promueve. He de decir de igual manera, que llevaba tiempo cavilando la posibilidad de escribir algo sobre él, pero no me había atrevido por temor a resultar exiguo, corto, insuficiente.

Alfredo López Austin tiene en su haber una nutrida producción académica derivada de años de estudio y de una indudable apertura al conocimiento de lo mesoamericano desde una visión multidisciplinar. Destacan los numerosos artículos académicos en revistas de nuestro país y del mundo; igualmente los ya clásicos Hombre–Dios, religión y política en el mundo náhuatl (1998), Cuerpo Humano e Ideología (1980) –texto que marca, en voz de los especialistas, un antes y un después en cuanto a la Cosmovisión y la vida de los antiguos nahuas–, Los Mitos del Tlacuache (1990), Tamoanchan y Tlalocan (1994) y otros como coordinador; igualmente Mito y Realidad de Zuyuá, serpiente emplumada y las transformaciones mesoamericanas del Clásico al Posclásico (1999) y El pasado indígena (2001), ambos en conjunto con su hijo, Leonardo López Lujan. La profundidad y agilidad con la que construye sus textos los hacen sugerentes, atractivos y ciertamente inspiradores. He de decir que en gran medida, gracias a su influencia, retomé un interés sobre lo mesoamericano que me surgió desde muy pequeño cuando visité Teotihuacan por primera ocasión: soñaba con permanecer horas contemplando esas imponentes y complejas estructuras en las inmensidades de ese lugar mítico, cargado de un asombro que no podía explicar; o también esa necesidad de abarcarlo todo, de consumirme con la extrema emoción que todavía hoy me produce el entrar al Museo Nacional de Antropología. Al leer su obra, supe que había que canalizar el sentimiento y darle un cierto orden, dotarlo de método y teorizarlo para poder observar mejor las formas y entender el pensamiento detrás de las expresiones de lo que hoy conocemos como “Mesoamérica”, término acuñado por uno de sus profesores, Paul Kirchhoff; no obstante, nunca dejar de lado la emotividad pues de nada sirven método y teoría sin ella... simplemente se tornan hueros. Hay un legado dentro de su obra que se ve representado en los trabajos de otros mesoamericanistas destacados –muchos de los cuales son y han sido maestros míos– como Pedro Bracamonte y Sosa, Carmen Valverde, Manuel Alberto Morales Damián, José Alejos, Federico Navarrete, Saúl Millán y una larga lista de investigadores que discuten sus propuestas e hipótesis, que las alimentan o las critican, pero que indudablemente son un eje fundamental en las suyas.

Como decía al iniciar estas líneas, hace un par de años llegué a ese auditorio con la ilusión –por cierto, compartida por varias decenas de compañeros– de conocer y escuchar de viva voz todo aquello que había leído. Cuál sería mi asombro al encontrarme a un simpático y afable hombre, pronto a la sonrisa y dispuesto a la profunda reflexión; tolerante como el que más ante nuestra profunda ignorancia, pero dispuesto como ninguno a aprender de nuestras propias experiencias. Lo atestigua la agudeza con la que atiende cuando preguntamos, cuando opinamos, cuando exponemos nuestros temas de investigación. Un doctor en Historia que detesta ser llamado por su título y nos suplica que le digamos simplemente “Alfredo”; un investigador que genera respeto a fuerza de conocimiento e investigación. Lección fundamental que debería aprender tanto doctor petulante y farsante que devora presupuestos y supura pedantería… en efecto, Alfredo nos hace ver que conocimiento que no se comparte, simplemente desaparece. Hasta hace unos pocos años, dedicaba una parte de su cátedra a la enseñanza en licenciatura –cosa que rehúsan muchos “doctores” pues se sienten ya en su Valhalla particular– lo que indudablemente ha inspirado a muchos jóvenes para profundizar en lo mesoamericano. Docente, investigador, su vida ha gravitado entre estas dos actividades, primordiales para el entendimiento de nuestra historia. Ocasionalmente ha participado de manera activa para coadyuvar a la solución de problemáticas diversas en nuestra situación social como cuando se integró a las mesas de trabajo en 1995 en torno al problema zapatista; o su valiosa participación en la reciente conformación del Movimiento de Renovación Nacional (Morena) para las próximas elecciones de 2012… Bueno, como lo dije, me quedé corto en el homenaje, falta mucho por decir. Alfredo merece el Honoris Causa… e indudablemente una segunda entrega en este espacio.

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