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Alfabetizadores por convicción

Por: Aurelio Fernández Fuentes

2012-03-12 04:00:00


Encuentro y festejos en Cuetzalan por estos 30 años de intercambiar saberes

Hoy en día hay cientos, miles de muchachos en el país que llevan a cabo una actividad que no tiene como propósito obtener una calificación en la escuela, una beca, una chamba o un reconocimiento público; una actividad con la que sólo quieren contribuir a mitigar un poco el lacerante problema del analfabetismo y el rezago educativo que vive México, el que ninguna autoridad ha logrado resolver a pesar de los millones y millones de pesos del erario que durante décadas han gastado, se dice, para ello.

Son jóvenes básicamente preparatorianos que durante alrededor de 10 semanas se trasladan a vivir a comunidades que tienen esta necesidad y que los pueden recibir; o bien que prestan un servicio a lo largo de años cerca de sus hogares. Su pretensión es enseñar a los adultos a leer y escribir, a lograr acabar su primaria o su secundaria, a transmitir un conocimiento, a ser maestros, pero también a conocer la forma de vida de las comunidades atrasadas, sus procesos de trabajo en el campo, el mar, el bosque, la ciudad, o a aprender la forma de hacer la comida en casa o trabajar el huerto familiar. Enseñan, pero aprenden; aprenden enseñando.

Estos jóvenes ponen sus vacaciones, sus conocimientos, su deseo de vivir a la disposición de esta experiencia; pero cuando pueden y es necesario ponen incluso los recursos económicos de sus propias familias, de sus instituciones educativas o consiguen algún monto que puedan arañar a los manipulados proyectos gubernamentales o privados. Pero el dinero para mantenerse, siendo indispensable, es lo de menos: lo importante en la decisión, el amor, la pasión, el deseo de vivir que entregan sin reparo a esta aventura.

Únicamente este poder explica la forma en que la actividad alfabetizadora se haya mantenido y se haya dispersado, luego de 30 años del primer experimento.

En la Universidad Autónoma de Puebla este enfoque de hacer los encuentros entre preparatorianos y pobladores cumple 11 años. Los resultados han sido espectaculares, ya que han atendido a casi 24 mil personas, de las que unas 17 mil acreditaron los cursos. Cuando el rector Enrique Doger aceptó que este método formara parte del quehacer universitario no estaba planteado que después se convirtiera en presidente municipal de la capital poblana. A su llegada a este cargo convocó a su universidad y a su rector, Enrique Agüera, para enfrentar el reto de atender a una buena parte de los 45 mil analfabetas del municipio. Agüera aceptó de inmediato, y el equipo del Centro Universitario de Participación Social (CUPS), dirigido por el histórico alfabetizador Jorge Pedrajo, puso manos a la obra, pero el método tradicional utilizado por los alfabetizadores, resumido en la llamada palabra generadora, no permite un proceso de aprendizaje adaptado a los tiempos administrativos; por ello, el equipo recurrió al método de los cubanos conocido como “Yo sí puedo”. Así se creó una alianza estupenda que permitió lograr los resultados antes mencionados.

Pero el nacimiento de la experiencia original, sin embargo, data del año 1982, cuando en la Ciudad de México existía una escuela llamada Centro Activo Freire (CAF). El entonces recién creado Instituto Nacional de Educación de Adultos (INEA) convocó ese año a las escuelas particulares a participar en una campaña nacional de alfabetización, pero luego se arrepintieron; sin embargo, en el CAF se acordó hacerlo a pesar de ello, y se decidió que fuera en Michoacán en donde se llevara a cabo una experiencia consistente en que los alumnos voluntarios fueran a dos comunidades purépechas, y así ocurrió. Desde entonces, las directoras de la escuela poblana Centro Freinet Prometeo contribuyeron en diversos aspectos del trabajo, especialmente en cuanto a técnicas de enseñanza de la lecto–escritura.

Luego, en 1985 se incorporó el Colegio Madrid y con él empezó una cascada de participaciones donde se sumaron escuelas y organizaciones muy diversas. Ha sido tal la multiplicación de esta experiencia que la gente que la hace casi no se conoce entre sí, aunque utilizan los mismos métodos concretos, las mismas clasificaciones, la misma jerga. Pero lo que verdaderamente los une es el deseo de contribuir a paliar esta desgracia nacional que es el analfabetismo y el atraso educativo.

Los principales participantes en esta historia hemos convocado a una celebración por los 30 años de esta experiencia, lo que se hará en Cuetzalan el próximo sábado 17 de marzo. Se trata de propiciar el encuentro de una parte de estas experiencias, de celebrar su persistencia y, sobre todo, su vigencia. En la dramática situación que vive nuestro país es prodigioso exhibir y hacer coincidir un modelo que demuestra que, a pesar de los que comandan el quehacer nacional, la gente ofrece alternativas, la gente puede ofrecer su corazón.

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