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125 días después

Por: Juvenal González González

2013-04-04 04:00:00

Aquí no pasa nada; mejor

 dicho, pasan tantas cosas juntas al mismo tiempo que es mejor decir

que no pasa nada.

Jaime Sabines

 

En su muy recomendable Un Día de Cólera, del cartagenero Arturo Pérez Reverte, hace un alucinante relato “que no es ficción ni libro de historia” de los hechos sangrientos ocurridos en Madrid el 2 de mayo de 1808, durante la invasión napoleónica.

El levantamiento popular contra los invasores franceses y en defensa de su rey Fernando VII fue abandonado a su suerte por la junta de gobierno y las altas jerarquías monárquica y eclesiástica, que se desvivían por quedar bien con la corte imperial. Por su parte, los militares fueron retenidos dentro de sus cuarteles por órdenes del alto mando, previamente desarmados y advertidos de “no confraternizar con los civiles” para evitar tentaciones rebeldes.

El olor de las feroces barricadas del París revolucionario de 1789 estaba demasiado fresco y la aristocracia española ponía gustosa sus barbas a remojar en las negras aguas de las tropas imperiales.

Para explicar “el móvil básico” de los miles de madrileños participantes en aquella singular jornada, el autor cita a Juan Pérez de Guzmán: “El rey era la patria, la religión, la familia; era el conjunto de todas las glorias, de todas las fatigas, de todos los progresos, de todas las conquistas de la patria; era la suma entera de la nacionalidad… la única garantía verdadera de la seguridad, de la integridad y la estabilidad nacional”.

No me negará usted que tal definición podría aplicarse, casi textualmente, al nunca bien ponderado presidencialismo mexicano. Con harto tino y razón el siempre polémico Enrique Krauze diseñó un término a la medida: “La presidencia imperial”.

Por ello, el acontecimiento político más importante de México es el ungimiento del nuevo tlatoani. No en vano los cimientos patrios se estremecen al sonoro rugir de las urnas cada seis años. Y la mentada alternancia panista no solo fue incapaz de desmontar las bases del presidencialismo sino que se montó en él para servirse y servir a sus cuates con la cuchara grande.

Así que no se puede hablar de restauración de un régimen que nunca se fue. En todo caso, simplemente volvió a manos de sus propietarios originales. Los otros fueron piratas ocasionales a quienes la silla les quedó grande. Los gobiernos de la docena trágica panista prácticamente hundieron y paralizaron al país. Así, se entiende que uno de los lemas del nuevo gobierno sea, precisamente, “Mover a México”.

Si el ábaco y mis dedos no fallan, hoy se cumplen los primeros 125 días de la presidencia de Enrique Peña Nieto. Cualquier evaluación que se haga en tan corto periodo, es necesariamente prematura por decir lo menos. Y si se hace desde una posición interesada o prejuiciada, pior.

Lo que no se puede ocultar es que, en sus primeros cuatro meses, el nuevo gobierno ha hecho más de lo que hicieron sus tres antecesores juntos en ese mismo lapso. De entrada, logró un amplio acuerdo entre las principales fuerzas políticas del país, legitimando de un plumazo su cuestionado triunfo electoral.

Además, el Pacto por México constituye una espléndida plataforma para el nuevo gobierno, desde la que Peña Nieto ha empezado a cumplir sus promesas y compromisos de campaña, lo que tampoco pudieron hacer sus predecesores.

Las espectaculares acciones de inicio de sexenio tienen su origen en la composición del círculo rojo del presidente, la integración de su gabinete y el nombramiento de los altos mandos del gobierno. Salvo excepciones, se puede observar que prevalecen la pluralidad, la inclusión y, sobre todo, el oficio en el desempeño de sus funciones. Esto marca otra gran diferencia con los “gabinetazos” de la alternancia, caracterizados por la improvisación, el amiguismo y la incondicionalidad.

Quedan por verse los alcances de este impulso inicial, en particular a nivel de los estados, donde las delegaciones federales juegan un papel fundamental en el aterrizaje de las estrategias, políticas y directrices presidenciales. Se sabe que ningún programa –por mejor que sea– funciona sin operadores con los perfiles adecuados, debidamente capacitados y, por supuesto, identificados y comprometidos con los destinatarios.

Pero lo más importante es comprobar en los hechos la direccionalidad de los cambios y las políticas del nuevo gobierno. En este plano las declaraciones salen sobrando. Si en la vida cotidiana de las personas, las familias y comunidades; si en los bolsillos de los trabajadores –activos y jubilados–; en las canastas de las amas de casa; en las fábricas, aulas, parcelas y oficinas no se registran mejoras sustanciales, seguiremos en las mismas.

Y hoy como ayer escucharemos en las calles la conocida consigna: El plan de desarrollo (léase Pacto por México) es puro pinche rollo.

 

Cheiser: Buena parte de la prensa nacional e internacional se han tomado a la chacota el conflicto coreano. A la escalada de amenazas y declaraciones entre ambos gobiernos se le resta seriedad y credibilidad. Vale recordar que la maquinaria bélica de las grandes potencias no tiene límites ni conoce fronteras. Millones de víctimas lo supieron demasiado tarde. La precaria paz mundial no está para bromas.

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