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Un paso hacia la cultura de la curación en Mesoamérica

Por: Rafael H. Pagán Santini

2012-08-08 04:00:00

Desde el momento en que el ser humano actuó con conocimiento para detener el curso natural de una dolencia comenzó lo que el hoy en día llamaos “curación”. No debemos confundir los actos curativos con las mutilaciones o alteraciones del cuerpo con propósito decorativo o religioso. Las curaciones datan de decenas de miles de años y sus diferentes variantes han evolucionado junto con la cultura. A diferencia de otras actividades propias de la supervivencia, la curación y la atención a las dolencias han sido abordadas con el conocimiento adquirido a través de las actividades proto–religiosas y posteriormente mágico–religiosas. Esto no incluye el conocimiento empírico producto de la necesidad de atender una herida o un “infortunio”. Es por esta razón que el concepto curar está íntimamente relacionado a la cosmovisión religiosa del momento. Y digo del momento porque hoy perduran las mismas prácticas primitivas, aunque con variantes rituales actualizados, que hace decenas de miles de años atrás.

La curación, entendida desde la concepción mágico–religiosa, es la expulsión de “impurezas”, unas veces por incumplimiento de la voluntad de los “Señores” posteriormente “dioses” (normas sociales) donde la persona se ve obligada a confesar sus errores, otras veces espirituales (como los “malos espíritus”) y otras donde el objeto maléfico es extraído. Por ejemplo, en los grupos primitivos se pretendía restablecer el orden sacrificando a la víctima propiciatoria al expulsarla de la comunidad, de la misma manera la curación viene dada por la expulsión. Por consiguiente, la curación y la atención a la dolencia es un producto cultural influenciado y conceptualizado desde los primeros pobladores humanos. Su desarrollo posterior irá tomando las características propias de cada sociedad y estará apegada a la evolución cultural de la región.

La mayoría de la información sobre el proceso evolutivo de la curación y atención a la dolencia proviene del viejo mundo. Han sido las civilizaciones antiguas, con su escritura las que mayor información nos han dejado. Sin embargo, el estudio de América nos proporciona un panorama maravilloso ya que, al ser sui generis, nos permite compararla con las viejas civilizaciones. La población humana de las Américas ha sido tema de debate por los desacuerdos sobre las fechas de asentamiento y migración que se llevaron en ellas. Mientras la literatura europea señala una colonización reciente, la literatura latinoamericana apunta a que los primeros pobladores llegaron a fines del Cuaternario, hace unos 50 mil años procedentes de Asia, por el estrecho de Bering. De acuerdo a Manuel Lucena1, el primer grupo de pobladores pasaron desde Rusia oriental a Alaska y penetraron al interior del continente por el pasillo que se abría entre las dos masas de hielo procedentes del Polo y de las montañas Rocosas, llamadas Lauréntida y la Cordillerana. Este primer grupo fue luego reforzado en siglos posteriores por otras oleadas migratorias de culturas más avanzadas procedentes de la misma Asía, como la Indochina, así como otras que llegaron de Polinesia (con posible escala en la isla de la Pascua), Melanesia y Australia, lo que dio origen a las distintas tipologías somáticas que existieron en el continente. El pasillo intercontinental del estrecho de Bering se deshizo una vez subieron las temperaturas globales, dando fin a la era glaciar aproximadamente 11 mil 500 años antes del presente.   

El aislamiento de las Américas del viejo mundo euro–asiático–africano hace de esta región un lugar de estudio único en el desarrollo evolutivo de la humanidad. Su evolución cultural, se puede decir sin temor a equivocarnos, fue sin intromisión de culturas ajenas al propio desarrollo de la región. Debido a que los primeros pobladores ya contaban con una cultura paleolítica al emigrar al continente, podemos identificar algunas similitudes originarias del viejo mundo, como lo son el chamanismo y la utilización de instrumentos de cacería así como la posesión de un lenguaje articulado, lo que nos permite ubicarlo al paleoindio americano en el paleolítico superior.

En Mesoamérica los asentamientos grupales y la organización estructural en comunidades pueden identificarse hasta de 5 mil años antes del presente. Estos grupos presentan una cultura constituida por poblaciones sedentarias de economía agrícola. Es impresionante la analogía que presentan muchos de los elementos religiosos indoamericanos y las religiones desarrolladas en el mediterráneo centro–oriental entre finales del IV y el II milenio a.C. Resulta prudente pensar que ante situaciones análogas se produjeron análogas respuestas culturales2. Estas analogías socio–económicas y culturales, además descansan sobre estructuras neuronales universales humanas, lo que nos permite inferir que las respuestas cognitivas se desarrollaron bajo un medio que favoreció respuestas afines. 

El funcionamiento neurológico del cerebro, al igual que las estructuras y el funcionamiento de otras partes del cuerpo, es universalmente humano. Los contenidos particulares de las mentes individuales, sus pensamientos, imágenes y memorias, son otra cuestión completamente distinta: el contenido lo proporcionan en gran medida, aunque no en su totalidad, las culturas tal como son, o fueron, en épocas concretas de la historia de la humanidad. El contenido pues se encuentra a un cambio constante3. A prima facie podemos identificar ciertos procesos históricos que dieron pie al desarrollo de las ideas que sustentan la curación y la atención de la dolencia relacionándola con épocas y lugares específicos. Lo que hace evidente una interrelación entre la estructura cerebral y el contenido particular que produce patrones vitales y sistemas de creencias únicos.   

Esto nos obliga a tener en cuenta lo señalado por Rivera–Arrizabalaga al analizar el desarrollo evolutivo del ser humano. Según este autor, el desarrollo cognitivo es la consecuencia de la acción del medio ambiente  (ideas nuevas, conceptos originales, mejores planteamientos de la acción, etcétera) sobre las capacidades cognitivas o mentales que la evolución ha otorgado. Este proceso da lugar a la aparición o desarrollo de propiedades cognitivas determinadas (abstracción, simbolismo, autoconciencia, pensamiento verbalizado, lenguaje simbólico, escritura, etcétera) que encajan perfectamente bien en el concepto evolutivo de exaptación o  el psicológico de capacidad emergente. Por lo que, la actividad práctica de la curación y atención a la dolencia va de la mano con el desarrollo cognitivo, el cual ocurre en tiempo y espacio al igual que el lenguaje. Esto nos permite identificarlo en periodos históricos específicos, donde ocurren los paradigmas al igual que las rupturas o bifurcaciones históricas. De acuerdo a este autor, el desarrollo cognitivo moderno corresponde a la organización funcional del pensamiento humano por medio de básicos conceptos simbólicos, los cuales son adquiridos gracias al lenguaje elaborado en estos fundamentos abstractos. Con su aparición, se logra modificar sustancialmente la conducta, dando lugar a los aspectos culturales modernos, es decir, al desarrollo de una conducta simbólica y a la creación de las formas culturales, lo que no siempre se ha encontrado en el Paleolítico.  

Es por esto que durante milenios se han desarrollado dos formas o sistemas de curación y la atención de la dolencia, diferentes. Cada uno de ellos se ha desarrollado dentro de un contexto biológico–cultural–económico específico. Aunque pudiera haber cierta similitud en el lenguaje del médico moderno y la curación primitiva, el primero obedece a la voz griega métron “medida”, la voz latina Metri “medir”, “meditar”, medicus “el que evalúa con prudencia”, “el sabio consejero”, modus “modo” y la segunda es un mediador entre las diferentes fuerzas que intervienen en la dolencia.

 

1Lucena M, 2009, Atlas Histórico de Latinoamérica, ed Síntesis, España

2Filoramo G., Massenzio M., Raveri m., Scarpi P., (2007), Historia de las Religiones, ed Crítica, Barcelona

3Lewis–Williams D. (2009) Dentro de la mente neolítica, ed Akal, Madrid

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