Logo de La Jornada de Oriente
Cargando...

El sustrato neurobiológico del sacrifico humano

Por: Rafael H. Pagán Santini

2012-08-29 04:00:00

En algún momento de la historia, entre el tercer milenio a.C. en el Viejo Mundo y en el segundo milenio a.C. en Mesoamérica, los chamanes, sacerdotes, reyes o caciques transformaron a los “señores” de la naturaleza en dioses. Con participación activa de la población en su conjunto, ya que la distancia jerárquica entre los diversos estratos sociales no era tan distante, esos dioses legitimaron a sus gobernantes. El origen incipiente religión permitió enmascarar la fragmentación social que comenzaba a generarse dado al desarrollo económico y a la apropiación del excedente productivo por parte de las clases gobernantes. Los mitos, los rituales y los sacrificios sirvieron para homogenizar una cosmovisión legitimadora de las jerarquías sociales. Lo celestial, además de reflejar las relaciones sociales existentes en el momento, servía para presentar un modelo ideal de comportamiento social. La religión también sirvió para mediar entre el mundo invisible de lo sobrehumano y el mundo terrenal, los cuales parecían cada vez más distantes. Si bien el mundo celestial se mostraba jerarquizado y complejo, su funcionamiento era unitario y ordenado, lo que daba el ejemplo de una sociedad con un buen gobierno. Así como los dioses castigan la desobediencia y las violaciones a los buenas normas, lo gobernantes actúan en similitud por el bien común.  

Tanto la pictografía como la iconografía antigua son bastante elocuentes en lo que se refiere al ejercicio de la religión. Sin embargo, sus orígenes, y sobre todo, el origen de sus prácticas sacrificiales son ocultos al arqueólogo, especialmente cuando se trata de sacrificios humanos. Existe mucha evidencia sobre los sacrificios humanos, fue una práctica que surgió en todo el mundo antiguo, tanto en las Américas como en las diversas civilizaciones europeas–asiáticas–africanas. Su origen se remonta a un poco antes del surgimiento de los dioses, cuando los “señores” de la naturaleza gobernaban el mundo invisible, aunque su esplendor se da en pleno ejercicio de las divinidades. Sobre este respecto es importante resaltar que los sacrificios humanos se originaron en regiones muy distantes unas de otras. El mejor ejemplo lo tenemos al comparar las Américas con el Viejo Mundo. No existe evidencia en lo absoluto de que alguna civilización antigua haya podido influenciar las costumbres americanas. Esto nos indica que la respuesta humana ante determinados hechos puede llevarlo al sacrificio de uno de sus congéneres. A lo que me refiero es que dada la constitución neuronal del ser humano, si se tocan diferentes botones, si se estimula al individuo o un grupo de personas de una determinada forma, se obtendrá el asesinato de uno de sus congéneres. De igual forma la tendencia será al encubrimiento si este hecho es vergonzoso para el grupo.   

Uno de los argumentos más favorecidos para explicar el origen del sacrifico humano es la de la acción colectiva para detener la fragmentación y la disolución social, esto es, se mata a uno congénere para garantizar el bien común, un chivo expiatorio. En muchos de los ejemplos históricos con que se cuenta, se asesina al primogénito del gobernante en función, alguien cercano y familiar a todos, lo que trae como consecuencia la sumisión colectiva inmediata. Algunos autores hablan de un posible linchamiento, en donde la furia de los miembros de la comunidad se desborda en uno de sus miembros. Acto inicialmente vergonzoso, entendiendo que no es la costumbre de las comunidades originarias el matar a uno de sus miembros ante cualquier conflicto. De lo que se puede deducir que, si bien la comunidad no festejó el evento, lo siguió reproduciendo dado los resultados benéficos que traían a la comunidad, la tranquilidad social. De ahí la necesidad de encubrirlo justificando el hecho con la obligatoriedad de complacer a un dios que busca orden. Es posible comprender el linchamiento del primogénito cuando el jefe en turno intenta establecer una dinastía. El asesinato de su primogénito puede hacerlo renunciar a sus deseos no aprobados por el colectivo. Sin embargo, es muy difícil comprender la institucionalización del sacrifico humano como práctica ritual de las religiones a partir de este ejemplo. Aun así, el linchamiento sigue siendo una hipótesis defendida entre los autores que investigan el tema.  

De ser esta hipótesis correcta podríamos enmárcala en el contexto en que Robyn Wiegman1 señala: “sobre todo, el linchamiento se trata de la ley: tanto del patrullero imponente que renarra el cuerpo y sadisticamente lo reclama como signo de su propia autoridad, así como de lo simbólico de la ley, el sitio de normatividad y de los deseos sancionados, la prohibición y los tabúes… Operando en la lógica de las fronteras, racial, sexual, nacional, psicológica, biológica, así como de género, el linchamiento figura a sus víctimas como culturalmente abyectas, monstruosidades de excesos, cuyas extremidades y cuerpos colgados funcionarán como una garantía especular de que la amenaza no tan sólo ha sido advertida, sino exhaustivamente negada, deshumanizada e interpretada como incapaz de regresar.” El sacrifico humano se entendería no como el asesinato al infractor de la ley, sino a uno que representa en su persona el conflicto en cuestión. El sacrificio humano traería orden, cumplimiento a las normas del grupo, obediencia ante las prohibiciones y por último, la unidad comunitaria. El linchamiento, al ser sacralizado traería el recuerdo de la transgresión y de la necesidad de reconciliación más no el hecho inicial en sí. De esta forma se legitiman las costumbres, las prohibiciones, los tabúes, los cuales son sancionados en la religión. Observemos que aún las religiones más sofisticadas, como el judaísmo y el cristianismo, retoman y reivindican el sacrificio como forma de agradar a dios. En el cristianismo es el primogénito, el propio hijo de dios el que es sacrificado por el bien de la humanidad. 

Aunque es muy probable que no todos los sacrificios humanos iniciaron con un linchamiento, si es muy posible que estos hayan tenido que ver con un fuerte escarmiento, sobre todo si se trata de una fragmentación social por causas de violaciones a las prohibiciones y tabúes. Cualquiera que haya sido el inicio, ninguna cultura del mundo ha dejado huella de ello, aunque sí del ejercicio sacramental del sacrifico humano. Lo que a primera vista muestra el sacrificio humano es la fragilidad de nuestra existencia y la prescindibilidad de nuestra persona.

El ser humano está equipado con una maquinara neuronal de origen evolutivo que le capacita para responder a posibles peligros o amenazas a su supervivencia. Las emociones son una parte crucial de esa maquinaria. En el ser humano el miedo es mediado a través de una circuitería neuronal antigua, altamente conservada2. Las emociones son un sistema funcional profundamente arraigado en el cerebro de los mamíferos que dirige el comportamiento. Nos mantiene alerta sobre lo que nos puede hacer daño. La respuesta al miedo se encuentra controlada por el sistema nervioso autónomo, y en gran medida puede ser impermeable al control de orden superior de la corteza cerebral, lo que le hace errática a la hora de prevenir. Aun así, el ser humano también cuenta con una estructura cognitiva capaz de detectar y manejar la amenaza. Tanto la evolución biológica como la cultural han participado en el equipamiento y la afinación de este sistema. Este es el contexto neuronal donde se procesa el acto visible y analítico del sacrificio humano. Los instigadores del acto homicida, llenos de odio y temor, promueven el linchamiento, tanto victimas como victimarios, así como observadores interactúan en la lucha por imponer un orden, lo que conlleva a la muerte de un representante de los transgresores. Cuando se añade saña y tortura al sacrifico humano se intenta exacerbar los estímulos emocionales a fin de que el trauma que produce al observador refuerce el conocimiento y la memoria del evento. El sacrifico humano es un acto ejemplificador, es una muestra de lo que podría volver a ocurrir de volverse a cometer la transgresión. Ni aun dios estuvo exento de pagar el precio del orden, tuvo que entregar a su hijo.      

1Wigman R., 1993, The Anatomy of  Lynching, Journal of History of Sexuality, Vol 3, n 3.

2LeDoux, J. (1996). The emotional brain: The mysterious underpinnings of emotional life. New York, NY: Simon & Schuster.

?

 

Si desea más información sobre esta columna puede escribir al correo electrónico

[email protected]

Share
La Jornada
Nacional Michoacan
Aguascalientes Guerrero
San Luis Veracruz
Jalisco Morelos
Zacatecas  
Tematicas
Defraudados Izquierda
AMLO Precandidatos 2012
Servicios Generales
Publicidad
Contacto
© Derechos Reservados, 2013. Sierra Nevada Comunicaciones S.A. de C.V.