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La moral, otro fetiche social

Por: Rafael H. Pagán Santini

2012-07-18 04:00:00

 

En muchas personas existe la idea de que la conciencia es un ente etéreo aislado del cuerpo, algo similar al espíritu o al alma, cuando en realidad es el producto de la actividad cerebral. La conciencia no se encuentra disociada de nuestro cuerpo, antes bien, en su representación fenomenológica, esto es, en el estar consientes de que estamos consientes, participa todo nuestro cuerpo. Algunos autores dirían que está imbuida en nuestra cuerpo, donde se mezcal la actividad cerebral, la cultura y la fisiología corporal. 
La objetivación de entidades abstractas es muy común en la vida cotidiana del ser humano. Le damos vida y corporeidad a productos tanto de muestra imaginación como de nuestras manos. Los sociólogos, incluyendo a Karl Marx, lo llaman fetichismo. Aunque la información lexicográfica conque se cuenta es muy escueta, en el diccionario María Moliner, nos da la siguiente etimología: (Fr. fetiche, lat. facticius; v. hacer). Un ejemplo del significado religioso del fetichismo puede encontrarse en la Biblia, en el libro de Éxodo, cap. 32:1–4 (Y le dijeron a Arón… Levántate, haznos dioses que vayan delante de nosotros… Y Arón los dijo: apartad los zarcillos de oro que están en las orejas de vuestras mujeres, de vuestros hijos y de vuestras hijas, y traédmelos… y él los tomó de las manos de ellos, y le dio forma con buril, e hizo de ellos un becerro de fundición. Entonces dijeron estos son tus dioses…1. La definición del Diccionario del Uso del Español (DUE) de María Moliner nos refiere a ídolo u objeto de cualquier clase a que rinden culto los salvajes, sin embargo, el significado más amplio al que podemos apelar es: cualquier objeto al que se le atribuyen cualidades que realmente no posee. Y es en este sentido que Karl Marx lo utiliza cuando nos habla de la mercancía, donde ésta aparenta tener una voluntad independiente de sus productores2.
Socialmente convivimos con muchos de estos fetiches, que así como señala la definición aparentan tener vida propio, y al igual que cuando se tocan temas tabúes es muy difícil debatir sobre ellos sin caer en estados apasionados. La religión es uno de estos fetiches sociales que parece tener vida y atributos propios, cuando en realidad, la experiencia religiosa no es más que un estado emocional producto de estímulos neurofisiológicos3 que da sustento a todo una gama de creencias culturalmente sustentadas. Otro ejemplo de un fetiche social es la curación mágica–religiosa, que al igual que la religión se sustenta en estados emocionales de bienestar4. 
La moral, otro fetiche, al igual que los dos fenómenos social que he mencionado, se sustenta bajo los sustratos neuronales de los centros emocionales del cerebro, mismo que han evolucionado con nosotros desde hace millones de años. El lenguaje y la habilidad para conscientemente razonar sobre comportamientos morales es algo que evolutivamente recientemente. Lo que indica que, posiblemente los mecanismos neuronales que controlan la capacidad humana de emitir juicio fueron añadidos como parte del desarrollo de la neocorteza cerebral. Entre las estructuras neuronales identificadas con la respuesta moral–emocional se encuentran áreas subcorticales que juegan un papel importante en la modulación del comportamiento en respuesta a la presentación de estímulos potencialmente de recompensa, como por ejemplo, el cuerpo estriado (núcleo accumbens y parte del núcleo caudado). Recordemos que el núcleo accumbens tiene un papel importante en la recompensa, la risa, el placer, la adicción y el miedo. Esto no excluye áreas como la corteza prefrontal medial que está íntimamente relacionada con la integración de los estados afectivos (recompensa–castigo) en la toma de decisiones. Además, cualquier estudio que describa el sustrato neuronal del cerebro emocional tiene que incluir la amígdala y el lóbulo ínsula. 
Ontológicamente, las experiencias de la emoción son consideradas como estados placenteros o desagradables, los cuales, además, poseen un contenido experimental, como sentir un despertar, y una relación o significado situacional5. Las emociones están constituidas a base de reacciones simples que promueven sin dificultad la supervivencia de un organismo, facilitando la adaptabilidad de éste al medio ambiente. Las emociones propiamente dichas (repugnancia, miedo, felicidad, tristeza, simpatía y vergüenza) apuntan directamente a la regulación vital a fin de evitar los peligros o ayudar al organismo a sacar partido de una oportunidad, o indirectamente al facilitar las relaciones sociales6. Los estímulos emocionalmente competentes obtienen respuestas inmediatas promoviendo un cambio temporal en el estado propio del cuerpo. Además, genera cambios en el estado de las estructuras cerebrales que cartografían el cuerpo y sostiene el pensamiento. El resultado último de las respuestas, directa o indirectamente, es situar al organismo en circunstancias propicias para la supervivencia y el bienestar.  
En una excelente revisión, y sustentando sus tesis en el trabajo de J. Bargh7, Jonathan Haidt señala que, el debate más contrastante en la psicología moral se encuentra entre dos tipos de cogniciones: la intuición moral y el razonamiento moral. La primera se refiere al proceso rápido, automático y (usualmente) la carga afectiva, en la cual, una sensación de bueno–malo o de desagrado o agrado (sobre las acciones o el carácter de una persona) aparece conscientemente sin un apercibimiento, sin haber cursado ningún tipo de indagatoria, sin sopesar evidencia o inferir alguna conclusión. Por otro lado, el razonamiento moral es un proceso más “frío” (menos afectivo), es una actividad mental consciente que consiste en transformar información acerca de personas y de sus acciones a fin de alcanzar un juicio moral o una decisión8.  
El beneficio biológico de la intuición consiste en facilitar la toma de decisiones, sin que necesariamente intervenga la conciencia o el razonamiento, su finalidad es la supervivencia. Los mecanismos neuronales que producen la intuición son un medio para construir “predicciones”. La intuición se genera a partir de imágenes explícitas relacionadas con un resultado negativo, pero en lugar de producir cambios perceptivos del estado corporal inhiben los circuitos neuronales reguladores del cerebro. Con la inhibición de la tendencia a actuar, o la promoción efectiva de la tendencia a inhibirse, se reducen las probabilidades de una decisión potencialmente negativa. Este mecanismo encubierto, es el medio por el que llegamos a la solución de un problema (o hacemos un juicio, nuestro) “sin razonar” con respecto de él9. Por lo que, un juicio intuitivo es una rápida representación mental de la serie de posibles situaciones y de las consecuencias vinculadas a tal juicio. 
Según Damasio, nuestro cuerpo responde físicamente a estos retos de juicio. En algún momento, todos hemos sentido un sentimiento de agrado o desagrado que se refleja inmediatamente en las entrañas. Es una señal de alarma automática que dice: atención al peligro que se avecina si eliges la opción que conduce a este resultado. En este caso, es un estímulo interno secundario que actúa como disparador de la atención.  A esta estrategia evolutiva, Damasio la llama marcador somático. Este marcador es una capacidad innata de discriminar entre las diferentes alternativas. Las bases neuronales y el origen evolutivo de la moral la relacionan directamente tanto con la activad cerebral como con el actuar del ser humana y no como algo etéreo. La moral al ser sustentada  neurológicamente, forzosamente se hace universal. 
 
1La Biblia, Jeremías capitulo 10, versos 110.
2El Capital, libro I, Sección I, La mercancía.
3LewisWilliams D. (2009) Dentro de la mente neolítica, ed Akal, Madrid.
4Kaptchuk TJ. 2011, Placebo studies and ritual theory: a comparative analysis of Navajo, acupuncture and biomedical healing, Phil. Trans. R. Soc. B 366, 1849–1858.
5J.M. MartínezSalva, Emoción, ed. Viguera, p 38587.
6Damasio A., (2006), En Busca de Espinoza, Ed Crítica, Barcelona.
7J. A. Bargh, T. L. Chartrand, Am. Psychol. 54, 462 (1999).
8Haidt J., (2007), The New Synthesis in Moral Psychology, Science 316, 998.
9Damasio A., (2002), El error de Descartes, Ed. Crítica, Barcelona.
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