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El Omega-3 y el pescado

Por: Rafael H. Pagán Santini

2013-05-16 04:00:00

Recientemente publicaron los resultados de varias investigaciones que refutaban el beneficio de tomar el Omega–3 en capsulas o de forma artificial. De acuerdo con las investigaciones el beneficio directo se obtiene consumiendo pescado o mariscos. Lo que se sabía sobre el tema era que tanto en hombres como en mujeres la ingesta de pescado y el consumo de aceite de pescado protegen contra la arteriosclerosis y por consiguiente previenen contra la enfermedad coronaria del corazón. Los ácidos grasos poliinsaturado Omega–3 (ácido ecosapentaenoico y ácido docosahexaenoico), son el agente activo, primordialmente responsable del efecto benéfico que tiene el pescado contra la arteriosclerosis. En la literatura médica relacionada a este tema se habla de pescado incluyendo también a los mariscos (langostas, camarones, ostras, etcétera), entre ellos.

Los estudios epidemiológicos que se llevaron a cabo alrededor del 1980–90, entre las personas nativas de Alaska, los esquimales de Groenlandia y grupos de personas de Japón que vivían en villas de pescadores, encontraron una incidencia baja de enfermedades cardiovasculares en estas poblaciones. El análisis de estos estudios llevó a la conclusión de que el pescado era el elemento protector común en estas comunidades contra las enfermedades cardiovasculares. Las investigaciones han continuado hasta el día de hoy.  Cada vez se tiene más conocimiento de cómo el Omega–3 actúa en la prevención de los accidentes vasculares.

La arteriosclerosis coronaria humana es una enfermedad inflamatoria crónica. Se va desarrollando con lesiones en las arterias o placas de engrosamientos y endurecimiento en las paredes de las arterias (ateroma), que se presentan en formas focalizadas y asimétricas. Estas placas o ateromas consisten en un conglomerado de células, elementos de tejido conjuntivo, de grasa y de desechos bioquímicos. A estas placas se adhieren células y sustancias del sistema inmunológico que intentan destruirlas pero, en lugar de limpiar las paredes de las arterias se convierten en parte del ateroma y crean una zona de tejido arterial permanentemente inflamado. Estos componentes inmunológicos desestabilizan los ateromas generando finalmente su ruptura. 

La evidencia científica sugiere que el Omega–3 podría reducir la incidencia y mortalidad de enfermedad coronaria del corazón a través de varios mecanismos que incluyen: la reducción de triglicéridos en suero, inhibición de la agregación plaquetarias y por un afecto antiarrítmico. Cada día existe más evidencia de que el Omega–3 mejora la pared interna de las arterias, lo que es fundamental en la arteriosclerosis. Este beneficio parece explicar el efecto preventivo contra la enfermedad coronaria fatal, pero la incapacidad de prevenir el infarto del miocardio no fatal. Otro de los mecanismos de protección por los que el Omega–3 podría estar actuando en la prevención de la formación de trombos, lo que sería a través de la disminución de la viscosidad de la sangre.

Sin embargo, en estos momentos existe una gran preocupación por los niveles de mercurio y el consumo de pescado. El mercurio es un metal pesado reactivo que se emite de fuentes naturales (volcanes) y de fuentes humanas como lo sería de las minas de oro, de la producción de cloro, plantas eléctricas de carbón y de los desechos de la incineración entre otras. El ciclo ecológico del mercurio lo lleva desde la atmósfera a los lagos y océanos a través de la lluvia donde se convierte por acción de las bacterias en el compuesto orgánico, mercurio metilado. La fuente principal de este compuesto entre los humanos proviene del consumo de pescado y del consumo de mamíferos acuáticos.    

El mercurio inorgánico se absorbe pobremente después de haber sido ingerido, el elemento mercurio (Ag) realmente no atraviesa la barrera tisular. Por el contrario, el mercurio metilado es rápidamente absorbido y transportado activamente a los tejidos. Por consiguiente, el mercurio metilado se bio–acumula en la cadena alimenticia acuática y tiene un potencial de toxicidad mucho mayor que el mercurio inorgánico. La concentración del mercurio metilado en las especies acuáticas depende del nivel de contaminación ambiental y en la naturaleza del depredador, así como en la vida de la especie. Depredadores con vidas largas y de gran tamaño (tiburones, pez espada) tiene una mayor concentración en sus tejidos, mientras que los peces más pequeños (salmón, sardina) tienen una menor concentración. 

Debido a que el mercurio metilado atraviesa la placenta y la exposición fetal se correlaciona directamente con la exposición maternal. En casos donde se ha tenido una exposición muy alta (10–30 ppm, parte por millón, de mercurio metilado) durante el periodo de gestación ocurren anormalidades en el desarrollo neurológico. Actualmente en los Estados Unidos se recomienda a las mujeres embarazadas, madres que están amamantando y a infantes a no comer tiburón, pez espada, “Golden bass” o caballa del rey (cada uno contiene más de 50 mg de mercurio metilado por servicio), no comer más de 12 onzas por semana (promedio de dos comidas) de cualquier variedad baja en mercurio o crustáceos, incluyendo hasta 6 onzas de atún albacora (contiene 30 mg. de mercurio metilado por servicio); además recomienda informarse sobre los peces de agua dulce de su localidad. Estas recomendaciones no son para la población en general.  

Entre las observaciones hechas por los grupos de investigación está la de señalar que es muy poco probable que el pescado preparado comercialmente brinde algún beneficio en la reducción del riesgo de enfermedad cardiovascular. El pescado frito preparado comercialmente en los restaurantes de comida rápida o el de los supermercados en la sección de congelados son un riesgo para la salud cardiovascular. Este tipo de pescado es preparado principalmente con pescado de carne blanca (bajo en n–3 PUFAS) y fritos con aceites parcialmente hidrogenados (aceites trans–saturados) o en aceites rehusados en múltiples ciclos de frituras (introduciendo productos oxidantes). Los palitos de pescado congelados y fritos en aceite parcialmente hidrogenado producen más daño que beneficio.    

Para la población en general, la recomendación  de consumir 250 mg de EPA y de DHA por día puede ser algo razonable para reducir la incidencia de enfermedad cardiovascular. Además, debido a que el n–3 PUFAs de la dieta persiste por semanas en las membranas de los tejidos, el consumo puede ser de entre 1500 a 2000 mg. por semana. Esto corresponde a un servicio de seis onzas por semana de salmón silvestre o el equivalente en aceite de pescado o un consumo más frecuente de otros pescados con menor contenido de PUFAs por servicio como lo son el salmón criado en granja, anchoas). Según los autores el potencial de riesgo al consumir pescado debe de ser considerado en el contexto del beneficio potencial. Dada la fortaleza de la evidencia y la magnitud del efecto potencial, el beneficio por consumir modestamente pescado (1–2 servicios/semana) es de mayor peso que el riesgo entre adultos y, con excepción de algunas especies selectas, entre mujeres e infantes en edad de ser lactados.

 

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