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La última enfermedad de Röntgen

Por: José Gabriel Ávila Rivera

2012-02-10 04:00:00

Este personaje dio un aporte a la medicina
imperecedero: nada más ni nada menos quelos Rayos
X, que actualmente forman una parte determinante
en el quehacer cotidiano de todos los médicos

Este día se conmemora a nivel mundial el fallecimiento de Wilhelm Conrad Röntgen (27 de marzo 1845–10 de febrero de 1923). Su apellido no se escribe con diéresis en otros idiomas (es decir, los dos puntitos sobre la letra “o”) por la falta de este signo en los teclados antigüos de las máquinas de escribir, condición denominada Umlaut en alemán y que se sustituye por las letras ae, oe, y ue, según el caso. Pero más allá de este detalle, lo que llama la atención sobre este personaje es que dio un aporte a la medicina imperecedero: nada más ni nada menos que los Rayos “X”, que actualmente forman una parte determinante en el quehacer cotidiano de todos los médicos.

En una forma ingrata, hay textos en donde se menciona que este descubrimiento fue casual; sin embargo, el relato del hallazgo tiene tintes extraordinarios. Resulta que en el siglo XIX un químico británico llamado William Crookes (1832–1919) ya había estudiado que ciertos gases encerrados en tubos al vacío, al aplicarles corrientes de alto voltaje generaban imágenes borrosas en algunos materiales. No le prestó mucha atención al asunto, y aunque publicó este hallazgo, solamente fue algo que llamó la atención del ingeniero e inventor Nicola Tesla (1856–1943), que en flagrante fenómeno de fuga de cerebro emigró de la actual Croacia a Estados Unidos para trabajar en el desarrollo de la electricidad de índole comercial, ocupándose también en el descubrimiento de Crookes; sin embargo, hizo un aporte de un carácter trascendente.

Informó que para los seres vivos la exposición a estas corrientes podrían ocasionar lesiones peligrosas como quemaduras (más graves que el quemarse tomándose una foto con el góber precioso, la maestra Gordillo o, incluso, cualquier político). Lo cierto y fantástico de este anecdótico asunto es que un químico informa de algo que llama la atención de un ingeniero, para que un físico, en nuestro caso Röntgen, lograra el descubrimiento de un fenómeno utilizado en la medicina; es una especie de cadena de conocimiento con un resultado maravilloso. Sin una idea de que estos extraños rayos pudiesen tener utilidad, comenzó a realizar experimentos analizando lo que sucedía en un cuarto oscuro, tomando como base el tubo de Crookes, que años atrás había casi pasado al olvido. Para evitar un fenómeno de fluorescencia, cubrió su aparato con cartón oscuro. Por la noche se sorprendió al observar un débil resplandor de color amarillento y verde a lo lejos, donde había una placa con una solución de cristales de platino–cianuro de bario. Como el niño que apaga y prende la luz se dio cuenta de que este fenómeno se repetía. Alejando el objeto notó que prácticamente no había cambios, con lo que dedujo que estaba presenciando el comportamiento de una radiación muy penetrante, incluso colocando diversas cosas para evitar el paso de estos rayos invisibles.

Queriendo dar un sustento visual del fenómeno que pudiese ser demostrado fuera del laboratorio, intentó tomar fotos, pero las placas estaban veladas, lo que le hizo deducir que el exceso de rayos había provocado este inesperado evento. Entonces puso una caja de madera con unas pesas sobre la placa para imprimir la imagen y el resultado fue sencillamente prodigioso. Los rayos atravesaban la madera y permitían observar el interior.

Ya imagino al físico Röntgen haciendo una cantidad de pruebas innumerables que culminaron con cambiar hasta de cuarto para valorar la capacidad de penetración de estos fabulosos rayos, logrando fotografiar la chapa metálica de una puerta, las molduras, el gozne y hasta algunas capas de puntura (elaborada con plomo) que la cubrían, atravesando la pared.

El 22 de diciembre, como no podía colocar la placa y prender su aparato, le pidió apoyo a su esposa Anna Bertha, logrando la histórica primera radiografía de la mano, en la que visualizaban los huesos y su anillo, literalmente flotando. Se le ocurrió ponerles el nombre de rayos “incógnita” o “X”, y de inmediato publicó su descubrimiento con el pomposo título de Vorläufigen Mitteilung über Eine neue Art von Strahlen” (Comunicación preliminar sobre un nuevo tipo de radiación).

De inmediato, Tomás Alva Edison se puso en contacto con él para patentar este descubrimiento, teniendo como respuesta que dadas las implicaciones médicas y de beneficio para la humanidad, brindaba su descubrimiento al mundo, sin un beneficio económico para él o su familia. En 1901 recibió el primer premio Nobel de física, cuyo monto lo donó a su universidad para hacer investigación. Sus últimos días los pasó viviendo modestamente en los Alpes de Bavaria y su salud comenzó a resentirse por malestares abdominales que fueron el reflejo de cáncer intestinal, del cual murió un día como hoy.

Aunque se ha especulado que esto pudo ser provocado por sus trabajos con radiaciones, lo cierto es que siguiendo los consejos de Nicola Tesla siempre se cuidó utilizando protectores de plomo, de modo que casi se puede descartar esta causa. Como sea, hoy es necesario brindarle un reconocimiento a este gran hombre que brilló como científico, como pensador, como humanista y, sobre todo, como sabio. Definitivamente hacen falta muchos seres humanos así.

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