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"Somos la locura que está encerrada en todos ustedes" (El experimento ruso del sueño)

Por: Alejandra Fonseca

2013-04-05 04:00:00

“¿Tan fácilmente te has olvidado de mí?”, respondió el prisionero con una sonrisa. “Somos ustedes. Somos la locura que está encerrada en todos ustedes rogando por libertad en cada momento de su vida desde lo más profundo de su mente animal. Somos aquello de lo que te escondes en tu cama todas las noches. Somos lo que duermes y silencias y paralizas cuando te vas a tu cielo nocturno, donde no te podemos alcanzar…”

Esta fue la respuesta en los últimos momentos de vida de un prisionero político ruso, declarado enemigo del Estado durante la 2ª Guerra Mundial, que pasó por un experimento científico por parte de su gobierno para ver qué sucedía si no dormía durante 30 días; un grupo de cinco presos, metidos en una cámara cerrada con gas estimulante para mantenerlos despiertos, combinado con oxígeno, más que suficiente para mantenerlos vivos.

No duraron los 30 días. A los 15 el grupo de investigadores abrió la cámara por no tener ninguna comunicación con los presos a quienes les prometieron (falsamente) darles libertad después del experimento. Durante los primeros cinco días los sujetos no se quejaban. Después mostraron paranoia severa. Luego dejaron de hablar entre ellos y comenzaron a murmurar en los micrófonos creyendo que ganarían la confianza de sus captores si traicionaban a sus camaradas.

A los nueve días uno de ellos empezó a gritar locamente por horas seguidas y se destrozó las cuerdas vocales. Sus compañeros siguieron sin reacción: murmurando en los micrófonos hasta que un segundo comenzó a gritar. Otros dos presos embarraron de heces fecales los libros que ahí se encontraban y las pusieron en las ventanas del cuarto. Después todo cesó. Se hizo el silencio total.

Pasaron tres días así: los investigadores se aseguraron de que los micrófonos funcionaran. El consumo de oxigeno indicaba que seguían vivos. El día 14 los investigadores anunciaron por intercom: “Abriremos el cuarto para probar micrófonos. Aléjense de las puertas y acuéstense en el piso con las manos atrás o se les disparará. Se le otorgará la libertad a uno de ustedes si obedecen”. Sólo se escuchó una frase con voz calmada: “No queremos ser liberados”.

Científicos y militares decidieron abrir el cuarto al día 15. Se limpió el cuarto de gas y se llenó de aire fresco. Los presos objetaron rogando que se encendiera el gas nuevamente para seguir despiertos. Se abrió el cuarto para sacarlos y todos gritaban, soldados y presos: cuatro seguían vivos. La comida estaba intacta. Había un hombre muerto: pedazos de carne de sus costillas y pantorrillas habían sido colocados bloqueando el drenaje del cuarto acumulando cuatro pulgadas de agua en el piso. Los cuatro “sobrevivientes” también tenían pedazos de piel y carne arrancada de sus cuerpos. La destrucción de tejidos y la exposición de huesos en la punta de sus dedos indicaban que las heridas fueron autoinfligidas por las manos y no con los dientes, como se supuso. Los sobrevivientes removieron de su lugar los órganos internos excepto corazón, pulmones y diafragma, pero estaban expuestos. Su tracto digestivo se veía funcionar. Era su propia carne… se la arrancaron y se la comieron en el transcurso de los días…

En el intento de sedarlos para armarlos requerían 10 veces más de dosis humana de morfina. Gritaban: “¡Más!”. A uno que cayó en sueño profundo le dejó de latir el corazón. A dos se les propuso cirugía sin anestesia. Uno escribió: “Sigue cortando…” Los investigadores quisieron averiguar por qué se lastimaron de esa forma ellos mismos y por qué querían el gas nuevamente. La única respuesta fue: “Debo permanecer despierto”. Se decidió ingresar a los tres sobrevivientes al cuarto de gas nuevamente y conectarles monitores EEG para saber qué pasaba en sus cerebros. Sus ondas eran normales y a ratos aparecía una línea recta por muerte cerebral.

Un ex comandante de la KGB dio la orden de sellar el cuarto con los dos últimos prisioneros y tres científicos. Un científico tomó un arma y mató al comandante. Después mató al prisionero mudo. Apuntó al prisionero que quedaba vivo: “¡No me encerrarán con esta cosa! ¡No contigo!”, le gritó. “¡¿Qué eres?!”, demandó. “¡Necesito saber!”

El prisionero sonrió y contestó lo que ya sabemos. El investigador disparó al prisionero y el EEG mostró una línea recta mientras el sujeto débilmente murmuro “Casi… tan… libre…”

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