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Martes, 16 de agosto de 2011
La Jornada de Oriente - Puebla -
 
 

 OPINIÓN 

Sociología de la corrupción / V

 

El tipo de actividades y el tipo de organización social que exige la izquierda política (auténtica, no remedos), es del todo incompatible con el tipo de relaciones personales que favorece y determina el fenómeno de la corrupción / Foto José Castañares
JOSÉ CARLOS VALENZUELA FEIJÓO

 

VIII. Estado, corrupción y descomposición de la izquierda

 

Según hemos señalado, la corrupción penetra en las mismas venas de las direcciones políticas de la izquierda. Los partidos que fueron de izquierda dejan de serlo, aunque siguen siendo considerados –a nivel del grueso de la opinión pública– como organizaciones progresistas. Lo cual, obviamente, refuerza las confusiones que permean a la conciencia social de los trabajadores. Asimismo, refuerzan la prédica del apoliticismo, algo que es fatal para “los de abajo”.

La situación que se va delineando, impulsa primero un estilo reformista que muy pronto deviene en un proceso de descomposición. Los puntos medulares del proceso son los que pasamos a indicar.

Uno: respecto a la institución estatal, se maneja una óptica que aspira a “ocuparlo y administrarlo”. Lo cual, al menos implícitamente, nos señala que no se buscan transformaciones de orden estructural. En breve, se pasa a respetar el fundamento del orden vigente –las relaciones capitalistas de propiedad–. Lo cual no tiene que ver con una momentánea carencia de fuerza para lograr el cambio, sino con una meta que ya es programática. Algo que es lo propio de todo partido reformista1. Digamos de inmediato: este desplazamiento político, analizado en abstracto, no conduce necesariamente a la corrupción. El reformismo se puede manejar con algún grado de moralidad y legalidad. Pero, como se sabe, en el país eso no ocurre.

Dos: en organismos de izquierda en descomposición (caso del Partido de la Revolución Democrática), el aparato estatal se pasa a visualizar como una amplia fuente de ocupaciones seguras y de ingresos monetarios medios y elevados. Al cual se llega no sólo a título personal sino con toda una amplia clientela a cuestas. También, el Estado se entiende como fuente de fortunas “milagrosas”, de fama y de poder. En que el poder no se maneja para impulsar cambios socioeconómicos de alcance nacional, sino para obtener prebendas y fortunas personales. Por eso, se pasa a hablar de perseguir el poder por el poder. Este, deja de ser un medios para obtener las transformaciones que el mundo del trabajo necesita, sino un fin por sí mismo.

Tres: a partir de esta concepción genérica del aparato estatal, se pasa a justificar todo arreglín y toda pirueta de saltimbanqui político. La izquierda se puede unificar con la extrema derecha clerical, los demócratas con los golpeadores–represores, los masones con los curas, etcétera. La misma persona, en muy pocos años, puede ser candidato de los tres principales partidos, uno detrás del otro. Y se comprende que ante semejante “pragmatismo” o desvergüenza, la conciencia de clase se ve completamente diluida. ¿Qué puede pensar un trabajador o campesino común al ver que el Partido de la Revolución Democrática busca alianzas con el Partido Acción Nacional y su gobierno, el mismo partido que lo reprime, que aplica el neoliberalismo y que les arrebató el triunfo electoral en 2006? La “sesuda táctica” que regula el comportamiento de estos grupos es del tipo: “yo tengo 25 por ciento de los votos, el partido A, 40 por ciento y el partido B, 20 por ciento. Luego, me conviene aliarme con B para ganarle a A. Quién es A y quién es B, es algo que no importa. Arribar al gobierno tal o cual es lo único valedero.” Obviamente, aquí no hay ideas ni principios, sólo el oportunismo más rastrero y cloacal. También el total rechazo de la política como conflicto de clases y, por ende, el cero afán por desarrollar la conciencia clasista de los trabajadores. De hecho, encontramos aquí una confesión silenciosa: el interés clasista de los trabajadores ya no interesa.

Cuatro: ¿cómo se puede desarrollar la conciencia política adecuada de los trabajadores? Escuchemos a un escritor autorizado: “la verdadera educación política de las masas no puede ir nunca separada de la lucha política independiente y, sobre todo, de la lucha revolucionaria de las propias masas. Sólo la lucha educa a la clase explotada, sólo la lucha descubre la magnitud de su fuerza, amplía sus horizontes, eleva su capacidad, aclara su inteligencia y forja su voluntad”2. Asimismo se apunta: “fuera de la lucha de clases, el socialismo es una frase vacía o un sueño ingenuo”3.

Obviamente, este tipo de lucha política, efectivamente de izquierda y socialista, queda completamente prohibida. No sólo por la actual ley electoral y otros instrumentos legales. También es rechazada por los mismos dirigentes “progresistas”. Para éstos, al Estado se le debe un profundo respeto pues se visualiza como el gran dador de recursos, como el gran proveedor. Y, como dice el dicho popular, “no se trata de patear al pesebre”.

Quinto: junto a la lucha de masas, una conciencia clasista adecuada exige estudios teóricos de amplio vuelo y ligados a los problemas sociales concretos. Según apuntaba Wright Mills, “en una sociedad en que gran parte del poder y el prestigio se basan en mentiras, el interés auténtico por la verdad se convierte en una de las pocas posesiones de los desposeídos”4. Por lo mismo, el político de izquierda también suele ser un buen teórico. Pero en los grupos políticos que nos vienen interesando, la teoría provoca sueño y hastío5.

Sexto: la descomposición va dando lugar a una organización política peculiar, en la que destaca la combinación de dirigentes corruptos y militantes serviles. Más precisamente, en esta organización podemos destacar: a) canales de mando que operan desde arriba hacia abajo. Lo que, en principio, suele ser el rasgo típico de toda formación burocrática. Pero aquí hay algo adicional y más específico; b) los “de abajo” aceptan esas órdenes en términos de una sumisión de corte servil: no se discuten. Pueden disgustar, pero “ni modo”: se trata de la voluntad del jefe; c) la sumisión se logra, básicamente, mediante el uso de la coacción económica: el que no se pliega, deja de acceder al botín y, peor aún, se lo expulsa del grupo. No de la organización partidaria, sino del grupo informal que en ella opera.

En una organización de izquierda efectiva, el relacionamiento social que regula las actividades de la organización se ubican en las antípodas de lo recién descrito. Por ejemplo: a) son las bases las que libremente eligen y revocan a los dirigentes; b) en vez de sumisión servil lo que opera es la disciplina consciente y crítica; c) queda prohibida la coacción económica y lo que se supone impera es la igualdad, la libertad y la solidaridad entre los militantes6.

 

IX. Desafíos

 

De lo expuesto podemos deducir que el hombre de izquierda no puede ser un hombre corrupto. Hipótesis que no responde a consideraciones moralinas (si se quiere, de tipo kanteano), sino a una noción sociológica elemental: el tipo de actividades y el tipo de organización social que exige la izquierda política (auténtica, no remedos), es del todo incompatible con el tipo de relaciones personales que favorece y determina el fenómeno de la corrupción. Los fines de tal o cual organización deben ser coherentes con el tipo de relaciones sociales que la sustentan. Son éstas las que posibilitan que se logren o no esos fines. Y es la organización –o sea, el tipo de relaciones sociales que la definen– la que moldea la personalidad (actitudes, valores) de sus integrantes. A la vez que incorpora o atrae a aquellos cuya personalidad, ya formada, es adecuada o funcional al tipo de organización. Todo esto –el hombre real es lo que hace: “sólo las acciones dejan conocer lo que somos”7 y lo que hace depende de la estructura social (status y roles) donde está inserto– se puede considerar elemental, pero muchas veces se olvida. Por lo mismo, se pasan a enfatizar los golpes de pecho que nada resuelven, salvo fomentar la hipocresía y al final de cuentas, el escepticismo más radical.

Recordemos aquí a Wright Mills: “puede haber hombres corrompidos en instituciones sanas, pero cuando las instituciones se están corrompiendo muchos de los hombres que viven y trabajan en ellas se corrompen necesariamente”8. Esta es una de las hipótesis centrales que se maneja en el texto. De donde se deduce que combatir la corrupción exige disolver (“tirar a la basura”) a las actuales instituciones. También que el escándalo que provoca este propósito –tanto en las derechas como en la “izquierda” tipo Partido de la Revolución Democrática– es una confesión silenciosa de que la corrupción “gusta”, que se estima “conveniente.”

Para la izquierda, la situación que debe afrontar es complicada: construir y consolidar esa organización o red social, que junto con ser eficaz a los fines inmediatos y últimos, sea capaz de exigir los valores morales congruentes con el proyecto de la clase, no es para nada sencillo. La historia nos ofrece atisbos muy interesantes; también fracasos rotundos. A la vez, el hombre radical no puede vivir en algún limbo aislado. Muy por el contrario, debe ser capaz de penetrar a fondo en el mundo de la población trabajadora. Un mundo que para nada es inmune a los vicios propios de la civilización burguesa y donde, por añadidura, también campean los ya anotados de una corrupción generalizada. Naufragar en este mundo es una posibilidad con probabilidad no baja. Por lo mismo, sin un muy alto nivel de conciencia y sin una incansable labor para generar, desarrollar y consolidar organizaciones sociales funcionales para el combate por un nuevo orden, la derrota y el descrédito serán inexorables.

 

1. “La izquierda pretende socializar los medios de producción con el fin de desarrollar

la humanización del hombre mismo. El

hombre nuevo de la sociedad libre debe ser desarrollado en la fábrica más que en el distrito electoral. Por eso, el izquierdista plantea que el control obrero –en mayor o menor proporción– debe ser la primera y permanente reivindicación de las negociaciones y de la estrategia de

todos los sindicatos.” Cf. W. Mills, “El poder de los sindicatos”, pág. 292. Edic. Siglo Veinte, Buenos Aires, 1965. Estos afanes, se

suprimen del todo con el estilo oportunista.

2. V.I. Lenin, “Informe sobre la revolución de 1905”; en “Obras Escogidas en 12 tomos”, Tomo VI, pág. 172. Edit. Progreso, Moscú, 1976.

3. V. I. Lenin, “Socialismo pequeño burgués y socialismo proletario”, en ob. cit.,

Tomo III,  pág. 161.

4. W. Mills, “De hombres sociales y...”;

pág. 20. Edición citada.

5. “Todos lo jefes deberán instruirse cada

vez más en todas las cuestiones teóricas, desembarazarse de la influencia de la

fraseología tradicional, propia de la vieja concepción del mundo, y tener siempre

presente que el socialismo, desde que se ha hecho ciencia, exige que se le trate como tal,

es decir, que se lo estudie.” F. Engels, Adición al prólogo a “La Guerra campesina en Alemania”. Citamos de Marx–Engels, Obras escogidas en 3 tomos, Tomo II, pág.180. Edit. Progreso, Moscú, 1973. Después de leer a Engels, piense el lector en personeros como René Arce, Jesús Ortega, Jesús Zambrano et al. Todos ellos, analfabetos y oportunistas de colección.

6. Para detalles ver J. Valenzuela

Feijóo, “Organización para el cambio”,

caps. XIV al XVII. Edición citada.

7. Molière, El Avaro.

8. W. Mills, “La élite del poder”,

pág. 318. FCE, México, 2001.

 
 
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