Los Solórzano Dávalos son originarios de Morelia, donde su familia gozaba de excelente posición cuando estalló la revuelta de 1910: entonces el padre perdió su hacienda y los jóvenes tuvieron que dejar la escuela y ganarse la vida de una u otra manera, amparados quizá en algunas de sus buenas relaciones de antaño. De momento, Jesús, el mayor, se colocó como telegrafista, pero ante la falta de mejores perspectivas decidió trasladarse a la ciudad de México, con la esperanza de ampliar su horizonte vital. Estaba destinado a fundar una estirpe de toreros de clase y elegancia superlativas.
Jesús Solórzano Dávalos
(1908–1983)
Hombre de campo desde la infancia, Chucho se familiarizó pronto con el ambiente taurino de la capital, tanto que no cejó hasta verse anunciado como sobresaliente del Algabeño, matador sevillano que esa tarde se presentaba como rejoneador en El Toreo. Para sorpresa de todo mundo –incluido sin duda él mismo– resulta que tenía el toreo en la cabeza, y no tardó en convertirse en novillero puntero, ganador de la Oreja de Plata de 1929, disputada entre otros por Carmelo Pérez, el legendario hermano de Silverio. Esas credenciales le dieron acceso a una alternativa a todo lujo (Toreo, 15.12.29, cuando Félix Rodríguez le cedió a “Cubano” de Piedras Negras); pero, siguiendo los usos de la época, renunció a la misma para presentarse en España como novillero. Pronto se labró un cartel envidiable, con repetidos éxitos en Barcelona, Sevilla y Madrid –donde desorejó a un Miura poderoso y difícil– que lo condujeron al doctorado definitivo, tomado en la Maestranza de manos de Marcial Lalanda con “Niquelado”, de Pallarés (30.09.30). La confirmación madrileña fue en la corrida de Beneficiencia del 06.04.31, preludio de su apoteosis con “Revistero”, de Aleas, al que desorejó por partida doble (04.06.30). Un rápido apogeo que no fue capaz de sostener en posteriores campañas españolas. Pero en México se consagró como figura la tarde de su recordado faenón a “Granatillo”, de San Mateo (10.01.32). Y en años subsecuentes iría sumando a ese nombre inmortal los de “Cuatro Letras”, “Redactor”, “Leonés”, “Tortolito” –con el que bordó la quizá mejor tanda de verónicas de recibo que haya presenciado El Toreo–, “Brillante”, un punteño de imponente catadura, o los seis pavos de Zotoluca que triunfalmente estoqueó por cornada de Garza, con quien alternaba mano a mano (15.12.40). Ésa de 1940–41 fue su última gran temporada en la capital, aunque aún se dio tiempo para cuajar al nada fácil “Picoso”, de La Laguna, y sentar cátedra con un toreo quieto, cadencioso y profundo para triunfar al lado de Armilla y Manolete (16.01.46), antes de despojarse definitivamente del añadido en la Plaza México (10.04.49), siendo “Campasolo” de Matancillas el último toro que estoqueó.
El llamado rey del temple no sólo derramaba arte y distinción al bordar la verónica estatuaria o la chicuelina de manos bajas, también fue un banderillero finísimo y alcanzó sobresaliente conocimiento y dominio sobre los duros astados de la época. Pero entre que los toros le pegaron fuerte (en Puebla, en enero del 35, uno de La Trasquila le partió la femoral) y que, rico ya, tiraron mucho más de su voluntad el polo, su fastuosa residencia acapulqueña y las faenas de campo y tentadero en que era consumado maestro, se fue marginando de la lucha en los ruedos bastantes años antes de su retirada oficial.
Eduardo Solórzano Dávalos
(1912–1995)
Sobre el mismo molde estético de Jesús, aunque de personalidad menos acusada, Lalo Solórzano puso ser un torero sobresaliente de su tiempo si hubiese aplicado de matador la dedicación que tuvo de novillero, tanto en México como en la España inmediatamente anterior al boicot de 1936. Doctorado por Garza en Puebla (16.04.39, con “Poblano” de Heriberto Rodríguez), al sobrevenir la escisión que enturbiaría la siguiente Temporada Grande decidió jugar al lado de su padrino de alternativa y los ganaderos zacatecanos, distanciándose del grupo que encabezaban su hermano, Armillita y Balderas, con Silverio como as bajo la manga. Y aunque tuvo una de las confirmaciones más triunfales que se recuerdan en la capital, desorejando a los dos de su lote de Torrecillas, “Talismán” y “Sabroso” (30.12.39), sus apariciones posteriores fueron muy esporádicas, y pocos lo recordaban ya cuando anunció su despedida coincidiendo con la presentación de Manolete en México. Esa tarde (09.12.45), muchos se habrán sorprendido con lo desenvuelto y elegante de su estilo, aunque era ya un torero sin el necesario sitio y a la vuelta de todo.
Jesús Solórzano
Pesado (1942)
Hijo del fundador de la dinastía y heredero legítimo de su clase y despaciosidad toreras, tuvo aún menos fibra y enjundia que sus antecesores, conformándose con pasar a la historia como autor de escasas aunque memorables faenas, como las que cuajó en la México al novillo “Bellotero”, de Santo Domingo (oct. 64) y, entre 1969 y 74, a los cuatreños “Pirulí” y “Fedayín”, ambos de Torrecilla. El trazo de su verónica revestía auténtico señorío, y con las banderillas ideó un par por dentro bautizado como moreliana, tras un giro en la cara pasando en falso. Muleta en mano era difícil que se confiara, mas cuando vio claro a un toro alcanzaba cumbres de finura y temple distintas, por su naturalidad y sello, a las de cualquier otro gran artista.
Tomó la alternativa en Barcelona de manos de Jaime Ostos (25.09.66, con “Rayito”, de Atanasio Fernández) y en México se la confirmó Capetillo con “Zapatero” de Santo Domingo (19.02.67). Como su padre y su tío Eduardo, alguna vez triunfó de novillero en Madrid (18.07.66), mas sus ímpetus siempre limitados malograron lo que pudo ser una carrera fulgurante.
Mexicanos en Sevilla
El 29 de mayo en la Maestranza, Sergio Flores no sólo ratificó con creces el golpe de autoridad dado en Madrid. Una oreja que debieron ser por lo menos dos –la del sexto y la salida en hombros las perdió con la espada–, pero que es, además, la primera que un mexicano cobra en Sevilla en ¡32 años! (la última se la cortó César Pastor a un novillo de Hermanos Sampedro el 6 de mayo de 1979).
Tampoco es que la empresa de la Maestranza escriture paisanos a tuti plen: apenas cinco matadores y una docena de novilleros en todo este tiempo. Un tema que merece abordarse con el tiempo y la calma debidos.