La historiadora Margarita López Cano, una de las pocas investigadoras que han abordado la ópera no sólo como un género musical, sino como parte del contexto político, social y cultural de México, presentó el libro Ópera y vida cotidiana en la Puebla imperial, en el que refiere a los teatros, a los compositores y a la sociedad que adoptó esta música en los años 60, bajo el gobierno del emperador Maximiliano de Habsburgo.
López Cano se ha ocupado de la ópera desde varios ámbitos. En radio, por ejemplo, produce desde 2001 Los secretos del canto, un espacio en el que aborda a los autores y las composiciones de este género, y en el que reproduce algún aria en voz de los intérpretes contemporáneos más importantes.
Ayer, como resultado de su tesis doctoral, presentó esta investigación pionera en México, el segundo país en el continente americano en tener espectáculos de ópera y en donde la tradición, se remonta a 1708, año en el que se estrenó la primera composición escrita en la Nueva España: El Rodrigo, de Manuel de Sumaya, un maestro de capilla de la catedral de la ciudad de México.
No fue sino hasta el siglo XIX cuando el género vivió su época de esplendor. A las funciones, apuntó López asistieron por igual republicanos, monarquistas, centralistas, federalistas, conservadores o liberales, y en muchas ocasiones fue en los teatros donde se dirimieron sus diferencias políticas.
Con el imperio que intentó establecer Maximiliano, la población “repuso” el estatus social y que le había quitado Benito Juárez. Por ello, la ópera, el teatro, los bailes, las recepciones elegantes y elitistas hicieron que ese sector se sintiera “cómodo” con ese estilo de gobierno.
Para ese entonces, explicó, la ciudad de Puebla era uno de los espacios más conflictivos del país: por las relaciones ríspidas entre la iglesia y el Estado, por la intervención francesa y la solidarización de los pueblos para vencer a los extranjeros, y por el sitio de 62 días que culminó con el sometimiento de las tropas mexicanas.
Aún en este contexto, la ópera servía para financiar la guerra y para pagar a las viudas, ya que las entradas se destinaban a los hospitales de sangre y a las familias de los soldados heridos. A los teatros, apuntó la investigadora, “se acudía con patriotismo”.
Señaló que si bien sólo las élites podían asistir a escuchar ópera, toda la población estaba involucrada con la música: las mujeres de sociedad tenían clases de piano y las cantantes ensayaban con las ventanas abiertas, haciendo que sus voces se escucharan en el vecindario.
Con ello, la ópera se volvió parte de la vida cotidiana, pues las composiciones no sólo se escucharon en los teatros, sino en los eventos sociales, diplomáticos y religiosos de la época.
En Puebla, la ópera contó con gran afición. En los primeros 30 años del siglo XIX se escucharon autores como Gioachino Antonio Rossini, Vincenzo Bellini y Gaetano Donizetti, y para la segunda mitad La Traviata de Giuseppe Verdi se convirtió en el aria favorita del público.
Los poblanos imitaban los comportamientos europeos: iban al teatro luciendo sus mejores vestidos y joyas, y notaban la ausencia o la asistencia de ciertos personajes, pues “iban a ver y a que los vieran”, tal como expresó López Cano.
En el libro Ópera y vida cotidiana en la Puebla imperial, consideró Ángeles Chapa, miembro del Instituto de Investigaciones Bibliográficas de la Universidad Nacional Autónoma de México, se aborda uno de los temas que hasta ahora han sido poco explorados: la influencia de la ópera en la música popular y en la conformación de las bandas militares.
Concluyó que con este texto se abre una veta de investigación sobre la ópera como un fenómeno cultural que en algún momento del siglo XIX llegó a ser popular.