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Martes, 25 de enero de 2011
La Jornada de Oriente - Puebla -
 
 

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Un fantasma aterrador recorre Puebla

 

 

Ramón Beltrán López

Hace más de 150 años se publicó el Manifiesto del Partido Comunista. Presagiaba, o daba inicio, a la tormenta política que envolvería al mundo hasta 1980. Era el inicio de una ideología que proponía un nuevo orden mundial, tal como lo planteará el nazismo varias  décadas después. 

Actualmente casi nadie recuerda el inicio y el fin de dicho documento. Hoy las ideologías parecen haber quedado guardadas bajo llave en el baúl de los recuerdos. 

¿Y como iniciaba el susodicho documento? ¿Y por qué razones regresó a mi mente?

Lo transcribiré textualmente:

“Un fantasma recorre Europa: el fantasma del comunismo. Todas las fuerzas de la vieja Europa se han unido en una santa cruzada para acosar a ese fantasma: el Papa y el Zar, Metternich y Guizot, los radicales franceses y los polizontes alemanes”.

Ese texto vino nuevamente  a la memoria cuando  atestigüé –accidentalmente– la discusión en que participaba un pequeño grupo de personas en torno de una mesa de café, en uno de los portales de nuestra ciudad.

El motivo de la reunión, según pude colegir unos minutos después, era un tema que aparentemente quitaba el sueño a algunos de los participantes, que provocaba profunda irritación e intranquilidad en otros, y que  conducía al resto a  una especie de paroxismo de indignación. Un fantasma recorría Puebla. Y era imprescindible organizar una nueva cruzada.

El licenciado Rufus lanzaba cataratas de frases, una tras otra, sin interrupción alguna, destinadas a enumerar las nefastas consecuencias que produciría la tan anunciada medida gubernamental en una sociedad como la nuestra.

El maestro Soberanes recordaba a los presentes que la entidad gubernamental que estaba a punto de ser modificada o suprimida, formaba parte indisoluble de la estructura de gobierno de los países más desarrollados del orbe.

La poetisa Tela Rimas casi lloraba al expresar que la citada dependencia había derramado toda suerte de dones y beneficios, desde hace casi medio siglo, sobre aquellos ciudadanos más necesitados  de sus servicios. O sea todos.

Varios otros de los asistentes asentían o negaban mediante enérgicos movimientos de cabeza.

Y es que, podía deducirse, ese fantasma ya recorría Puebla y había que unir fuerzas para conjurarlo.

Ese fantasma, mucho más peligroso que el del comunismo, era –ni más ni menos– que la posible desaparición de la Secretaría de Cultura del gobierno del estado. O su fusión con la de Educación Pública.

¿Cómo era posible que a alguien se le hubiera ocurrido la peregrina idea de convertirla en una dependencia de la Secretaría de Educación? Y no al revés.

–Como si los verdaderamente cultos pudiéramos convivir como subordinados de los maestros normalistas, exclamó alguno, de barba desaliñada y lentes gruesos.

–Como si la educación primaria o secundaria fueran lo mismo que “La Cultura”, afirmaba una larguirucha de aspecto monjil.

–Lo que se pretende es terminar con nuestra cultura para convertirnos paulatinamente en una colonia estadounidense, descargó lapidariamente aquel obeso participante de ademanes burocráticos y terminología marxista. Quieren convertirnos en una estrella más de su bandera, transformarnos en una nueva reservación indígena sin identidad propia.

Y así continuaron por varias horas  hasta que alguien propuso que se desarrollara un plan de acción para impedirlo.

Y ahí empezaron los problemas. Mientras unos sugerían que se publicaran desplegados, en todos los medios impresos, locales y nacionales, y atiborrarlos de destacados abajo firmantes, con autoridad moral indiscutible y que protestarían contra la ingrata medida.

Varios de los presentes manifestaron su oposición absoluta ante el hecho de que sus firmas podrían aparecer estampadas junto a las de otros –ausentes, por supuesto– que carecían de la calidad moral y de  la autoridad para ostentarse como “cultos”. Dejaron en claro que unos y otros eran como el agua y el aceite. Y que, además, unos publicaban  “obra” y otros no. Que unos eran universitarios de pura cepa...y para toda la vida, mientras que  otros se limitaban únicamente a firmar la nómina en algunas dependencias oficiales.  En fin, se notaba claramente que había “cultos” de distinto pelaje. Y de distinto linaje. Y que, afortunadamente dijeron algunos algunos, aún existen “clases” entre los cultos.

Y a los pocos minutos ardió Troya. Y todo se debió a la sugerencia de que se creara un instituto que verificara quien podía ostentarse como “culto” y quien no.  Quienes eran los cultos de abolengo y quienes eran los de cuño reciente o advenedizos. Quienes eran los verdaderos y quienes los “cultos piratas”. Porque se intentaba proponer que, una vez alcanzada la denominación de origen, la certificación de “culto verdadero”, un organismo ad hoc expidiera  la credencial respectiva. Como un IFE de la Cultura. Y de esta manera podría  hacerse una consulta que pulsara la opinión entre aquellos, previamente certificados, respecto a las modificaciones sugeridas.

–Ya parece que un asunto así se podría consultar abiertamente, entre el peladaje ignorante, espetó la poetisa, mostrando su desagrado.

–¿Y quien formaría el jurado calificador?

–¿Y quién certificaría a los certificadores?

–¿Y quiénes son los cultos de a de veras en nuestra adorada Angelópolis?

–¿Y como se repartirían las cuotas de poder, en la Mesa Directiva, entre las distintas capillitas y  círculos de elogios mutuos?

–Por supuesto que, varias horas después de aburridas discusiones decidí abandonar una reunión a la que, por supuesto, no había sido convidado, mientras continuaba la discusión sobre las formas de conjurar al fantasma.

 
 
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