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Jueves, 13 de enero de 2011
La Jornada de Oriente - Puebla -
 
 

 OPINIÓN 

Ni más sangre ni más ingenuidad...

 
Israel León O’Farrill

Hace unos días, varios intelectuales encabezados por el caricaturista Rius (Eduardo del Río) y el periodista –ese sí teacher– Julio Scherer convocaron a realizar una campaña para rechazar la violencia con el lema “¡No + sangre!”, lo que ha generado varias reacciones, tanto de adhesión, como de rechazo. Antes que nada, he de decir que ofrezco este humilde espacio, como lo he venido haciendo desde hace ya más de dos años, para manifestarme en contra del clima que se vive en el país, y a favor de esta misma campaña: No más sangre, estamos hartos; pero también he de decir que habría que manifestarnos en contra ya de la ingenuidad. El día martes, La Jornada publicaba las declaraciones de varios intelectuales que se sumaban a la campaña por considerar, como diría el escritor Élmer Mendoza, que “está cubriendo una prioridad de apoyo a la sociedad. Cuando los artistas toman la voz el mensaje suena más fuerte, entonces aumenta la posibilidad de que llegue a toda clase de oídos.” A Rius y Scherer se suman las voces de Elena Poniatowska, Fernando del Paso, Raquel Tibol, Lourdes Arizpe y muchos otros más. Supuse que no habría mayor resistencia a semejante campaña, que todos estaríamos a favor de detener el baño de sangre y de censurar la violencia y todas sus consecuencias. Pues estaba equivocado.

El mismo martes, en Radio Fórmula, Ciro Gómez Leyva y Héctor Aguilar Camín criticaron la iniciativa y al periódico La Jornada por estar sustentando la campaña. Aguilar Camín afirmaba que poco había surgido de La Jornada para la solución de este conflicto; Ciro decía que poco se había hecho desde el periodismo para solucionar la problemática. Bien, quisiera hacer algunas puntualizaciones al respecto. Primero que nada, no es labor del periodismo desarrollar proyectos, propuestas o políticas públicas para solventar los problemas nacionales. Ha de informar sobre los mismos y ha de difundirlos; a la vez, a través de los espacios de opinión, trabajados por especialistas de diferentes áreas, habrá de ir analizando de manera crítica el quehacer de las diversas áreas de la cosa pública. Quizá podrían colaborar en el desarrollo de sondeos, encuestas y estudios más de corte cuantitativo. Pero en esencia, el periodismo tiene dentro de sus labores el diagnóstico de lo social. Para el desarrollo de esas propuestas, bien puede echar mano el Estado de la academia –como generalmente lo hace el periodismo para sustentar notas y opiniones–, principalmente en las universidades públicas. Es ahí donde estarán los especialistas en casi todos los temas relacionados con las políticas públicas, su aplicabilidad y desarrollo; también del tema que nos ocupa, que es la inseguridad. Sin embargo, algunos profesores universitarios que estaban investigando temas de narcotráfico y crimen organizado han desaparecido, han sido asesinados o han migrado a otros países donde su seguridad pueda ser garantizada. El periodismo –y en este caso La Jornada– no necesariamente ha de dar la solución a los problemas nacionales, como claman Gómez Leyva y Aguilar Camín, el problema es mucho más complejo que eso, y no se solucionará ignorándolo o censurando.

Por otro lado, ambos sostenían que no podíamos culpar al presidente Calderón de todas las muertes relacionadas con la guerra emprendida desde el primer día de su mandato, sino que habría que culpar a los gobernadores de los estados. Tienen razón en parte, Calderón no es el único culpable, pero sí es el pretendido jefe de Estado y representa a todo un aparato que debería generar las condiciones mínimas de seguridad para sus conciudadanos en coordinación con los estados; igualmente, como jefe de Estado es quien debería soportar las críticas a todas las acciones que desde su administración se han desarrollado. Sin embargo, los defensores del statu quo, tanto mediáticos como los oficiales –como el desafortunado Poiré y su diarrea verbal– llevan en sí el signo del conservadurismo más rancio: aquél que descalifica la más mínima crítica o levantamiento de voz, pues viene de todos aquellos que “no ven que es lo único que había que hacer” y acusan a los críticos del sistema por ser “revoltosos y poco propositivos”. Como propuso Helguera en entrevista con Carmen Aristegui en CNN: habría que hacer la campaña “no más saliva”. Yo diría que habría que hacer también otra de “no más ingenuidad”.  Para Helguera el problema es de falta de generación de empleos: “Alguien ofreció ser el presidente del empleo: si esa promesa hubiera sido cierta, eso ayudaría a contrarrestar el crimen organizado.” Cierto, aunque habría que añadir a la ecuación el incremento de programas culturales y la eficiencia del sistema educativo, como sostiene Poniatowska.

Finalmente, como dice Rius, hay que evitar a toda costa que lleguemos al importamadrismo (Proceso 1784), o en su defecto, que los ciudadanos tengamos que ir tomando las investigaciones o defensa por nosotros mismos. El caso Wallace y el caso Alejo son suficientes para que se justifique la crítica al Estado y a su representante en el Ejecutivo, el presidente de la República. ¿O también ellos son unos criticones que poco han hecho y propuesto?

 
 
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