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Lunes, 13 de diciembre de 2010
La Jornada de Oriente - Puebla -
 
 

 TAUROMAQUIA 

Perera, imponente, nos redime de una moruchada

 
ALCALINO

El ganadero de Campo Real reaccionaría indignado ante el encabezado anterior, aduciendo que de ninguna manera se dedica a la cría de moruchos (es decir, de toros criollos y sin registro). Pero, en realidad, los indignados tendríamos que ser nosotros, condenados por la triple alianza (empresa–apoderados–ganaderos) a soportar un interminable desfile de encierros sin casta ni trapío –Xajay a salvo– durante la presente temporada grande capitalina. Lo de Campo Real, además, linda directamente con el fraude si nos atenemos a la presentación de su destartalado encierro, verdadero hato de desecho que nunca debió llegar a la México. Pero mientras persistan las listas negras del empresario, y la moda de ganaderitos de nombre, concentrados en sus negocios citadinos mientras malatienden sus vacadas un par de vaqueros sin los saberes ni haberes indispensables, condenados estamos al espectáculo del desrazado medio toro, sin fuerza en los remos ni alientos para soportar siquiera el puyacito simulado al uso. Y la paralela demostración de impotencia de los espadas nacionales, símbolo de una tauromaquia en involución.

 

Triste realidad

La anterior afirmación, tan dura como suena, nace también del contraste entre la tremenda suficiencia y poderío de los espadas visitantes, que encarnan un arte y una técnica en permanente evolución, y la patética situación de los nuestros, negadores casi todos de una larga tradición de creatividad vanguardista, irreconocible en las circunstancias actuales.

 

El sol sale por Extremadura

El domingo último, quien ejemplificó dicho contraste fue Miguel Ángel Perera, extremeño de la Puebla del Prior con 27 años de edad y seis de alternativa. Es verdad que “Quitapenas” fue el único de Campo Real que ofrecía posibilidades –un manso dúctil que durante media faena repitió sobre la muleta con humillación y clase–. Pero qué muleta la de Perera, que si había ofrecido ampuloso recital con el capote –parones, tafalleras, miguelinas, gaoneras y caleserinas perfectamente ligadas, a favor de las nobles acometidas del acapachado cárdeno–, con la flámula ha bordado un faenón, basado en un quietismo enervante –recuerda por momentos a Ojeda, y de los actuales a Castella– que fía todo al mando de las muñecas y su largura de brazos, que le permiten estirar plásticamente la trayectoria curva de los pases y llevar el engaño a rastras. Se sucedieron así las series en redondo sobre ambos pitones hasta que a “Quitapenas” le dio por escapar en busca de los tableros, lo que dejaría algo trunca la parte final del trasteo, por más que Perera lo disimulara con toreros adornos, antes de tumbar al fugitivo de un sopapo algo desprendido que dio paso al par de trofeos auriculares.

 

Para el olvido

El resto fue una irritante sesión de aburrimiento con cargo a la mansedumbre de un encierro impresentable, débil y sin embestida. Se medio salvó el abreplaza, un cárdeno nevado sin pizca de clase con el que estuvo decoroso El Zotoluco, aunque por alargara tercamente la faena terminó por impacientar a la parroquia. Lo demás fue una corrida–basura, sin que valiera la voluntad de los diestros ni las protestas del aterido respetable. Para colmo, a los dos mexicanos del cartel se les ocurrió obsequiar sendos novillotes, seguramente asesorados por la asociación de otorrinolaringólogos del rumbo, a la golosa espera de pacientes aquejados de males respiratorios. Eulalio recibió en pago la orejita de un juvenil astado de Garfias, y El Payo llegó a encandilar a una concurrencia en franca huida con afanosa faena a otro mulo de Campo Real al que pinchó bastante, diluyéndose entre fumarolas de vaho el relativo entusiasmo que lograra suscitar.

 

Memoria guadalupana

Ayer, la corrida dominical, con la reaparición de Castella, la confirmación de Arturo Saldívar –dos veces orejeado en Las Ventas durante 2009– y un encierro surtido a medias por dos ganaderías distintas –así de escaso andará de reses adecuadas el campo bravo mexicano–, se anunció como Guadalupana, aprovechando la coincidencia con la fecha más tradicional del calendario. Y este hecho nos remite a la Feria Guadalupana verificada en El Toreo de Cuatro Caminos hace ya 54 años. Fue la última llamarada empresarial de Antonio Algara quien, aunque llenó la plaza de bote en bote las seis tardes de la feria, al final se declaró en sospechosa bancarrota, llevándose entre las pezuñas al arzobispo primado con el que, de cara a los medios, había hecho una alianza de conveniencia.

 

Excesiva expectación y magros resultados

Entre el 7 y el 12 de diciembre de 1956, seis tardes compartidas por siete matadores –cinco mexicanos y tres españoportamiento pero también en presentación: mientras La Punta, Matancillas y San Mateo lidiaban señoras corridas de toros, Jesús Cabrera y Rancho Seco enviaron sendas novilladas, manejable la primera y desastrosa la tlaxcalteca. El Callao se doctoró en la segunda y le cuajó a “Gordito”, de Cabrera, la faena de su vida, sin trofeos por matar mal. Esa tarde reaparecía de sus dolencias cardiacas Fermín Rivera y le cortó las orejas al cárdeno “Los 21”. Los iberos Antonio Borrero “Chamaco”, con excentricidades y chabacanerías, y Miguel Báez “Litri”, con buen asentamiento y reposo torero, arrancaron cada cual una oreja. Y otra nuestro paisano José Huerta del incómodo “Llaverito”, en la mejor tarde de la feria, la de los sanmateos que también desorejaron “Litri” y Ordóñez. Lo demás, incluidos los imponentes pero paradotes sextetos parladeños de los señores Madrazo, no hizo historia, como tampoco la idea de organizar en la capital corridas en serie, visto que la experiencia comentada transcurrió con más pena que gloria.

 

Ordóñez inmortaliza a ”Cascabel”

Hubo, sin embargo, un suceso mayor, y ése fue la portentosa faena bordada por Antonio Ordóñez a favor de la ducal nobleza de “Cascabel”, el quinto de San Mateo lidiado en la tercera corrida (09.12.56). El animal, aunque voluntarioso y bravo, apenas se sostenía sobre las patas, y fue cosa de ver el mimoso temple con el que el maestro de Ronda empezó a ligarle derechazos y naturales hasta estructurar una faena de época, recordada con nostalgia por quienes la presenciaron, en la plaza o por televisión. Para los restos del sanmateíno hubo paseo en torno al anillo, y a manos del gran artista fueron a parar las orejas y el rabo, unánimemente reclamados y aclamados a pesar de que había pinchado una vez en su intento por coronar aquella joya con la suerte de recibir.

Otras corridas habrá habido en 12 de diciembre, pero ninguna feria guadalupana más.

 
 
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