En nuestro país pesa sobre la historieta una trágica maldición, el ser considerada un arte menor, un objeto desechable, de poca importancia. Podemos buscar muchos culpables, pero los principales responsables son sus consumidores. Lectores que se transforman en oligofrénicos adolescentes, así tengan 30 o 40 años de edad.
Asistir a una convención de cómics en nuestro país es encontrarse inundado por una avalancha de superhéroes estadounidenses y retorcidos
fans que a la menor provocación nos resaltarán los valores de tal o cual título. Desde muy temprana edad asistí a convenciones de este tipo y es terrible ver a gente que su único mundo es el creador por
DC o
Marvel, pero desconocen cualquier otro tipo de historieta.
Hace un poco más de un año me encontré en medio de una convención dedicada al
manga donde un grupo de mujeres bastante obesas cantaba –en supuesto japonés– una canción mientras sus disfraces de colegialas brindaban un espectáculo terrible. El director de una conocida editorial mexicana regalaba ejemplares al que supiera la respuesta de una pregunta de sus personajes favoritos. Tras bambalinas me había dicho que los
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