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Lunes, 2 de agosto de 2010
La Jornada de Oriente - Puebla -
 
 

 TAUROMAQUIA 

Cataluña abraza la censura

 
ALCALINO

El pasado miércoles, el Parlament catalán condenó a muerte a la fiesta de toros por 68 votos contra 55 y 9 abstenciones, muy notorias las del PSC, el partido en el poder. Noticia del día en España, en Francia, incluso en países lejanos. Estupor entre la prensa extranjera –los 300 puestos para periodistas que hubo que habilitar en el recinto no tenían precedentes. Júbilo entre los abolicionistas, capitaneados por un argentino apellidado Anselmi. El torero catalán Serafín Marín simplemente hundió la cabeza, completamente abatido. Desde el lado sereno de la inteligencia, los Fernando Savater, Rafael de Mendizábal, Vargas Llosa, Francis Wolff, Antonio Caballero, Almudena Grandes, Luis Eduardo Aute, catalanes de pro como Albert Boadella, Víctor Pin o Nuria Amat, e incluso intelectuales desafectos a las corridas, como Javier Marías y su tocayo Cercas hablan de atentado a la cultura, censura antidemocrática, retorno del Santo Oficio, en claro contraste con la ausencia de argumentos del abolicionismo: muera la tortura y viva la civilización, lo de costumbre. Más la negativa cerril a reconocer que se trata de un gesto de afirmación nacionalista. Un modo de deslindarse de la incómoda vinculación con España y sus símbolos.

“Soy catalán, no español”, ¿dónde habré oído esto?

 

El proceso

Ya en 2004, los concejales barceloneses habían declarado a su ciudad “contraria a las corridas de toros”, pero fue en abril de 2009 cuando el colectivo proanimalista ¡Prou! entregó al parlamento autonómico una Iniciativa Legislativa Popular (ILC), amparada por 180 mil firmas, solicitando la abolición de las corridas, sin tocar por cierto los corre bous, versión catalana de los festejos callejeros en que se veja impunemente a bovinos de desecho. Una de tantas tauromaquias autóctonas, ancestral como lo es el culto mediterráneo al toro. Pero sin relación con el espectáculo a la usanza española, el enemigo a batir.  Curiosa distinción, a fe.

Jurídicamente hablando, esa ILC fue la puerta de entrada a la votación del miércoles 28. Aunque la tramitología local incluía un debate intermedio, y numerosos invitados hablaron en el Parlament en pro o en contra de la fiesta, la suerte estaba echada. En realidad, fueron palabras al viento, destinadas a perderse entre las paredes del recinto más que a ser escuchadas por los aburridos parlamentarios. Afuera, mientras los abolicionistas se movilizaban, el medio taurino guardaba silencio. “No pasa nada, Barcelona era ya una plaza perdida desde hace tiempo”.

No pasa nada: ¿en dónde habré oído esto?

 

Somero vistazo

Los que celebraban con la misma euforia con que se festejaban hace un mes los goles de España eran jóvenes –ellas sobre todo– cuyos gestos y atuendo remiten al modelo Beverly Hills: jeans o mini, pelo recién lavado y discreto maquillaje: victoria del mundo anglosajón, en suma. Por el contrario, la resignación del perdedor vestía saco y corbata. Incluso Serafín Marín, que en el último  San Isidro y antes en la propia Barcelona ha hecho el paseíllo tocado con berretina, un tipo de gorro inequívocamente catalán, vestía ropa elegante. Elegancia, clase, aplomo, señorío, estoicismo, muerte, vocablos comunes al lenguaje taurino que la globalización rampante no entiende ni desea entender: su incorrección política es patente, a los jóvenes no les dicen nada. Detrás de su astuto instructor argentino, los activistas son chicos alegres que, incluso, habían celebrado con inocultable gozo y furibundos correos al blog las graves cornadas de José Tomás y Julio Aparicio, impúdicos torturadores de pobres bestias.

“Stop Animal Cruelty ¡No more blood!”, pancarta sostenida por un hombre desnudo y bañado de pintura roja el miércoles, en las afueras del parlamento catalán. Simbolismo en el gesto, en la expresión, en el idioma...

 

México: ¿Y yo por qué?

La noticia taurina más trascendental del siglo mereció de la prensa mexicana unas cuantas líneas de compromiso. Incluso El País, el principal diario español, tan antitaurino por lo demás (léase editorial del jueves 29, repásese su historial post–Joaquín Vidal), destina a su corresponsalía mexicana un espacio considerablemente mayor que cualquier diario deportivo de circulación nacional. Hasta en Colombia y Perú –no se diga Francia–, cobertura y comentarios tuvieron mayor profundidad y envergadura. Pero aquí no hubo reacciones de peso, el medio taurino no da la cara, la fiesta agoniza. Salvo para La Jornada, la importancia de la nota del jueves no es mayor que cuando en Canarias, la otra autonomía española oficialmente antitaurina, se decretó la muerte civil de unas corridas de toros rigurosamente inexistentes allí para ese entonces (1991).

 

Locos de alegría

En cambio, el activismo antitaurino está de enhorabuena y la prensa nacional e internacional lo refleja generosamente. Hablan de redoblar iniciativas, modificar leyes, visitar escuelas y redacciones, aleccionar turistas. Y, como siempre, de tortura, barbarie, atraso, esas cosas etéreas que conviene extirpar para civilizar la convivencia. Es el triunfo de la policía cultural, censora implacable de lo que debe ser prohibido o permitido, lo que nos conviene ver y lo que no. Que la ignorancia sea por fin una e indivisible, por encima de tradiciones, artes y oficios. Manifestaciones culturales en suma. Estorbos todos que una globalización tomada al pie de la letra intenta eliminar.

 

Consumatum est

Desde Cataluña, hemos asistido al triunfo del fanatismo sobre el individualismo cerril de los taurinos, de la militancia ciega sobre un no menos ciego inmovilismo, de la publicidad tremendista sobre una parte de nuestro patrimonio cultural.

Y de la corrección sobre la incorrección política. La globalización anglosajona ha hablado.

 
 
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