Contrario a lo vaticinado por las encuestas, los resultados de la jornada del domingo pasado no se inclinaron hacia un claro ganador. Los tres grandes partidos políticos del país vieron mermadas sus fuerzas, al perder importantes “bastiones”; el Partido Revolucionario Institucional (PRI), aunque resultó ganador en la mayor parte de los estados en contienda, perdió dos entidades de enorme relevancia y en las que, además, nunca habían experimentado una derrota: Puebla y Oaxaca.
Tampoco podemos considerar que el Partido Acción Nacional (PAN), que perdió en Aguascalientes y Baja California (aunque en este último sólo se realizaban elecciones legislativas), estados tradicionalmente azules, haya obtenido una victoria contundente. En el mismo caso se encuentra el Partido de la Revolución Democrática (PRD), que si bien gobernará en alianza con el PAN en Oaxaca, Puebla y Sinaloa, dejará la titularidad del Poder Ejecutivo de Zacatecas.
De este ejercicio, que resultó en últimos términos en un nuevo reacomodo de fuerzas, nos quedan algunas interrogantes. En primer lugar, la sorpresa que suscitaron los resultados finales nos lleva a preguntarnos, ¿por qué las encuestas, mecanismos que en los últimos años han cobrado una enorme relevancia en los procesos electorales, fallaron de manera tan evidente?
Aunque estoy consciente de la variedad de respuestas que podrían explicar este fenómeno y que varían según cada contexto particular, hay una que considero general y fundamental: venturosamente, el elector está aprendiendo a valorar su voto. Esto se demuestra en el hecho de que, frente a la presión y coacción ejercida por muchos de los gobiernos estatales –caciques de sus estados en algunos de los casos– los ciudadanos hayan elegido omitir, o de plano mentir a los encuestadores, protegiendo con ello su derecho al sufragio libre y secreto.
Con este hecho, simple pero contundente, queda de manifiesto una cosa. En estas elecciones ganó la democracia, que venció a la inseguridad que se vive en el país, a unas campañas electorales más bien grises y llenas de irregularidades, y al desencanto ciudadano frente a la actuación de sus gobiernos; ganó al enraizarse en la consciencia ciudadana, que con su voto demostró su confianza en que el cambio todavía es posible por la vía democrática; ganó porque continúa fortaleciéndose con nuevas transiciones políticas y una alternancia cotidiana en los gobiernos locales. No podemos dejar de abonar en este terreno.