Cuando escribo estas líneas de inicio de columna, estoy a punto de salir a ver Eclipse, tras apelar a la lógica de checar primero Celda 211 y Entre hermanos, que seguro saldrán de cartelera antes que aquella, tercera entrega de la saga Crepúsculo, que por alguna razón cambia de director a cada nuevo avance. La primera y original –justo llamada Crepúsculo– fue dirigida por la tejana Catherine Hardwicke; Luna nueva fue realizada a su vez por Chris Weitz, mientras que Eclipse ha sido responsabilidad de David Slade. (Sabemos además que Breaking dawn, la cuarta película de la serie –a presentarse en parte I y parte II en 2011 y 2012 respectivamente– será dirigida por aún otro: Bill Condon). Eso sí, hasta ahora las tres entregas de esta saga sobre vampiros, tan sedientos como enamoradizos, proceden de las respectivas novelas de Stephenie Meyers, adaptadas siempre por Melissa Rosenberg. Repiten en los papeles principales Kristen Stewart (cuyo personaje de Bella Swan tiene más de masoquista que de valiente), Robert Pattinson (cuyo Edward sigue rifándosela para conformarse con el perfume de Bella en vez de ceder al aroma de su sangre) y Taylor Lautner (quien como Jacob hace ya rato que le quiere hincar el diente a Bella, aunque no “licantrópicamente” hablando). Entonces voy, veo Eclipse y se las platico en un rato (admitiendo que más bien me lanzo a ver a Kristen Stewart, porque el “eclipse” en sí mismo me tiene sin cuidado).
OK; retomo la escritura tres horas después. Si Crepúsculo, de 2008, fue en mucho una sorpresa con su sugerente premisa de base (“Cuando puedes vivir para siempre, ¿qué es eso para lo que vives?”); y si Luna nueva, del año pasado, mostró ser menos afortunada (en status de cuarto menguante, aunque fuese luna llena para la taquilla), ahora Eclipse –y es de lamentarse– parece de plano haber perdido la bóveda celeste, con su título convirtiéndose en premonición de lo que parece haber iniciado para la exitosa franquicia. El plato fuerte en Eclipse, previsto como su clímax, es la encarnizada batalla entre el clan Cullen y un ejército de vampiros “recién nacidos”, comandados por Victoria, quien aún busca vengarse de Edward por matar a su amado. Antes de las hostilidades, todo es reiterativo: la enemistad de Jacob y Edward en su disputa por Bella; el rostro de ella en eterno mode de lánguida incertidumbre; la omnipresente y ya cansina preocupación por lo que puedan pensar los Volturi acerca de todo; y en general, nada que no hayamos visto bien en Crepúsculo o (ya de bajada) en Luna nueva. Vamos, como que se acabó la magia a–la–Capuletos–y–Montescos, ahora que las dos “familias” (vampiros y humanos, además de esa tercera –tribal– de hombres–lobo) parecen cada vez más conformes y a gusto los unos con los otros. Eso sí, al film se le agradece que incorpore ciertas presencias femeninas que traducen en personajes de peso más disfrutables: Bryce Dallas Howard (La aldea; Dama en el agua), como la bella pero rencorosa Victoria; Dakota Fanning, como Jane Volturi (desde Luna nueva, de hecho) y Anna Kendrick –recién desempacada de Amor sin escalas– como Jessica (su rol desde el inicio de la saga). Pero aún con ellas, el Eclipse es casi total. Mucho tendrá que innovarse en Breaking dawn, partes I y II, para que esta ya larga historia disfrute en efecto de un nuevo amanecer.
Para cerrar este espacio, permítanme insistirles en Celda 211, poderoso drama carcelario español –ganador de ocho de los 16 Goyas a que fue nominado– dirigido por Daniel Monzón, e insistirles igual en Entre hermanos (Brothers) –con Tobey Maguire, Natalie Portman y Jake Gyllenhaal– del mismo y extraordinario Jim Sheridan que antes nos regaló films tan entrañables como Mi pie izquierdo (1989), En el nombre del padre (1993), Golpe a la vida (1997) y Tierra de sueños (2003). Resultan espléndidas opciones para quienes no andan como pa’ vampiros.