No tengo que recordarte, porque tu memoria es muy superior a la mía, que nos conocimos en 1987, cuando un amigo común te llevó a desayunar a mi casa. Más tarde me presentaste a Enrique Doger, por entonces un simple investigador de la UAP. Me contaste de tu admiración por Eduardo González, mi cuñado, que un año después murió con ocho años menos de los que tienes ahora. Hicimos una amistad que fue creciendo con los años y las coincidencias; siempre leí en ti a un talento excepcional, una gentileza y una caballerosidad que inquietaba mucho a las mujeres.
En 1988 participamos en el movimiento de Cuauhtémoc Cárdenas y vi tu afinidad por el conocimiento de los procesos electorales, aunque tu formación como economista siempre fue muy probada. ¿Recuerdas cuando fuimos a la casa del ingeniero Luis Rivera Terrazas para invitarlo a participar en el mitin que organizamos frente a la casa de los hermanos Serdán, que fue conducido por ti y por Alfonso Arau, con el que se fundó el Partido de la Revolución Democrática en Puebla? Luego, cuando vimos llegar a sus filas a los mismos de siempre, les entregamos las hojas de afiliación sin haber llenado las nuestras. Recordarás que alguna vez comentamos sobre el primer pronóstico de que aquel partido sería un organismo sin alma había resultado un pálido reflejo de lo que luego ocurrió. ¿Te imaginaste que aquel partido que fundamos se convertiría en el que va por los chescos para los dirigentes del PAN?
Me pregunto cuántas veces fuiste con nosotros al Distrito Federal a las sesiones para convencer a Carlos Payán de que hiciéramos una Jornada regional para Puebla y Tlaxcala, ¿lo recuerdas? Yo te veo algún día en los restiradores donde se acomodaban las galeras de La Jornada, aprendiendo a pegar las tiras en las hojas de formación y escribiendo textos para los domis que hicimos concibiendo lo que es hoy La Jornada de Oriente, y te veo entrevistando a Fernando Benítez en la presentación que hicimos en el Hotel del Alba (así se llamaba entonces, ahora ahí se cuecen habas electorales) para hacer la primera nota, la primera crónica del primer número de nuestro entonces semanario. Tengo frente a mí aquel ejemplar mientras escribo.
Luego te fuiste con José Doger a su administración y te vimos salir de la dirección de Comunicación en 1994. Cuando José me pidió crear en la universidad un centro para atender la emergencia que había creado la erupción del Popocatépetl no dudé un minuto en proponerte como el director del que llamamos el Centro Universitario para la Prevención de Desastres Regionales. Algo sabíamos del Popo, pero poco de desastres, además de los que habíamos vivido en 1973 y en 1985, y nos pusimos a aprender. Recuerdo mi sorpresa cuando en un instante ya habías conseguido un lugar para instalarnos y habías colocado los muebles que fuiste a sacar del deshuesadero de la universidad. Te fuiste pronto del Cupreder, por desgracia, pero te vimos despegar tanto como funcionario universitario, ahora con Enrique Doger, como analista de los procesos electorales.
Otra de tus importantes creaciones, quizá la mayor –me gustaría muchísimo poder escucharlo de ti–, fue el Centro de Investigación sobre Opinión, el hoy celebérrimo CISO. Es una hechura tuya que ya forma parte de la institución universitaria y que te dio una formación que luego nos hizo ver tu enorme calidad en el análisis demoscópico. Hoy, esta empresa que llevas con tu esposa, Nora Zarco, me parece a mí la mejor de la entidad y una de las mejores del país.
Te escuché el domingo con Fernando Canales transmitiendo los resultados de tu encuesta de salida. Te admiré más que nunca por esa decisión de pelear y crear, a pesar de todo.
No te he querido ir a ver, Rigo: me duele mucho. Prefiero recordarte intentando cargar la lancha de cedro que queríamos meter al río Apulco para llegar a lo que quedaba de La Junta Arroyo Zarco en el desastre de 1999, o mirándole los ojos a Carlos Payán o a Carmen Lira cuando te daban su opinión sobre la creación de La Jornada de Oriente; o presentándome a tu hija María José con la alegría de un hombre que lo que más amó fue tener hijos. Prefiero recordarte cuando a Jana y a mí nos invitaste a comer a tu casa nueva con el orgullo de quien finca un futuro estable y alentador. Te prefiero ver abrazando a mis hijos. Te prefiero intenso, te prefiero vital; aunque te nos pierdas por temporadas, te prefiero aquí, te prefiero con nosotros; no quiero que te vayas. Y si te vas, te quiero de regreso pronto, como Miguel Hernández a Ramón Sijé, pajareando tu alma colmenera por los altos andamios de las rosas.