Uno de los oficios que está a punto de desaparecer en Puebla, como en muchas ciudades de México, es la del llamado fotógrafo ambulante o minutero, personaje que viaja con burrito y caballito de utilería a cuestas para capturar un recuerdo del visitante a las plazas, parques y espacios públicos.
En el Paseo Bravo los fines de semana todavía se puede ver a uno que otro recorriendo el parque en la búsqueda de niños y melosas parejas de novios que deseen retratarse e inmortalizar el momento con imágenes que revelan instantes íntimos en diversas situaciones, como almuerzos, vacaciones o fiestas públicas.
Pero sin duda alguna, la fecha en que coinciden los pocos que quedan en la Angelópolis es el 12 de diciembre, durante el festejo a la virgen de Guadalupe, en la iglesia de la calle Reforma y 11 Sur, donde vemos desfilar a una infinidad de infantes vestidos de indígenas –imitando a Juan Diego–, tomándose una foto sentados sobre un burrito o mejor aun, con el ayate como telón de fondo.
Aunque la escenografía es según el gusto del fotografiado, esta puede ser de un paisaje panorámico, un cúmulo de rosas, una feria de pueblo y, entre las más socorridas, de algún personaje.
Conocidos también como ambulantes porque no tenían un espacio fijo, hoy en día se desconoce cuántos fotógrafos minuteros hay en Puebla, pues ninguna institución lleva un registro de ellos.
De acuerdo con la investigadora Lilia Martínez, directora y fundadora del Centro Integral de Fotografía (CIF), el fotógrafo minutero era un hombre que utilizaba delantal y sacaba las fotos “al minuto”, de ahí su nombre minutero, a diferencia de quienes lo hacían en varias horas e incluso en días.
Sobre tres patas de madera estaba su cámara, siempre cubierta con un paño negro, el cual sacaba para tomar la foto y volvía a poner para hacer el revelado. Cuando ya estaba lista la lavaba en un recipiente con agua para sacarle las sales de plata que aún retenía. Luego las secaba al aire y las entregaba al cliente.
La alegría que provocaban aquellas fotos al verlas de inmediato era inmensa, además de que eran económicas y populares. Con el tiempo aquel minutero fue sustituido por una moderna Polaroid.
“El trabajo daba mucho que desear, pues por esa misma prontitud la imagen tomada con cámara análoga no era de gran calidad, a diferencia de ahora, que con sólo dar un click al aparato se logran grandes avances”.
Sin embargo, la tecnología es uno de los factores que ha permitido, poco a poco, la posible extinción del oficio con la llegada de teléfonos celulares con cámaras que están al alcance de cualquier persona que desconoce de velocidad, apertura de diafragma, de luz y sombra; por ello, “como ya no hay demanda de este tipo de fotografías, el oficio está desapareciendo, además de que podemos tomar una foto y ver la imagen de inmediato”.
Por muchas décadas la fotografía minutera fue para algunos el modo de escapar de la dura situación de la falta de trabajo en la ciudad. Fue también la manera de confeccionarse un “personajillo” que obtiene un poco de reconocimiento social y consigue un salvoconducto para poder moverse y viajar, a veces en burro o caballo, por los lugares más recónditos de la geografía.