En la historia de la fotografía en México, Puebla ocupa un lugar muy importante. En esta ciudad, aseguró la doctora en Historia del Arte por la UNAM, Deborah Dorotinsky, es en donde se dan los primeros registros de fotografías en el país a presos y “mujeres públicas” para que el ayuntamiento llevara un control sanitario y cuantitativo.
“En las llamadas carte de visite o postales, las féminas que ejercían el oficio de la prostitución se retrataban con elegantes trajes rentados para aparentar su pertenencia a familias de abolengo, mientras que los presos se dejaban crecer la barba, se improvisaban heridas en la cara y gesticulaban cuando les tomaban la foto para que no fueran reconocidos por la policía”.
Las prostitutas, según registros, eran de primera, segunda y tercera categoría, y se tomaban la foto porque las autoridades de entonces se lo pedían para prevenir enfermedades.
Se dice que una particularidad para reconocer a una “mujer pública” fotografiada, de principios del siglo XX, era el cabello largo y suelto, característica que no se repetía con el resto de las féminas.
Dorotinsky forma parte del Instituto de Investigaciones Estéticas de la casa de estudios e indaga, desde hace varios lustros, temas relacionados con la historia de la fotografía, la antropología y la cultura visual en las representaciones de género, raza y clase social en el siglo XX. Recientemente presentó el libro Historias de prensa, que reúne el trabajo gráfico de fotorreporteros de La Jornada.
La semana pasada estuvo en Puebla para charlar sobre la historia de la fotografía y cómo ha influido en la sectorización de la sociedad.
Expuso que la primera cámara de daguerrotipia llegó al puerto de Veracruz en 1839, traída por Prelier, un viajero francés, y a partir de 1865 el álbum de familia se torna en un objeto imprescindible en los hogares mexicanos.
La práctica social del retrato también indica una imperiosa necesidad y casi desesperada búsqueda de inmortalidad, producto de una angustia existencial. No surge entonces como una actitud en relación con los otros, sino como manera de verse a sí mismo en el tiempo y a través de éste.
“La fotografía canalizó la esperanza escatológica del siglo: sobrevivir como imágenes de papel sensible, vencer el horror de la desintegración, afirmar una felicidad irreal o irrealizable”.
Desde entonces la fotografía ha sido un arma de dos filos: nace como un dispositivo elitista, pues no cualquiera tenía el privilegio de ser “inmortalizado” en una imagen para reforzar los lazos sanguíneos y, por otro lado, es utilizada como el medio más eficaz para la propaganda fascista.
Al principio se retrataban cosas estáticas, ya que el tiempo de abertura del diafragma era de hasta 20 minutos, asociado a que las cámaras no se producían en serie, no contaban con lente (zoom) y tampoco había papel para imprimir, debido a que sólo una persona contaba con la patente.
Con la debacle de la pintura, detalló la investigadora, se empezó a polemizar sobre si realmente la fotografía era una técnica o una expresión artística. “Los pintores de la época decían que la imagen no lograba captar la calidez ni la emotividad de la persona, como un lienzo”.
No obstante, para Dorotinsky “la fotografía oscila entre la documentación y la creación artística. Como ejemplo están las imágenes de inicio de siglo pasado, que realmente eran auténticas piezas de arte, muy creativas, ante la disyuntiva de la tecnología”.
Además de Juan Crisóstomo Méndez, finalmente agregó que en Puebla surgieron fotógrafos como Martínez Vaca, pero no existe referencia de mujeres, hasta la llegada de las hermanas Casasola, en 1920, en la ciudad de México, así como Cruces y Campa, Manuel Castillo, Octaviano de la Mora, en Jalisco; Romualdo García, Nicolás León y Julio Valleto, este último en Orizaba, quienes marcan el desarrollo del género.