Hasta antes de las 4 de la tarde de ayer, ninguno de los cientos de infantes que participaba en el Carnaval de Huejotzingo había disparado las réplicas de mosquetes que portaban los adultos disfrazados de zapadores, indios, suavos, turcos y zacapoaxtlas. Pero una vez que comenzó la batalla entre unos y otros, con la que se recuerda la invasión francesa de 1862, varios progenitores apoyaron a sus hijos para que también apretaran el gatillo.
La incitación de los padres a sus vástagos puede parecer inocente si sólo se considera que los rifles no están cargados de proyectiles. Pero las estadísticas permiten inferir el peligro latente en la celebración: en promedio han fallecido tres personas por quemaduras de tercer grado, cada año, en las cinco ediciones más recientes del carnaval, y aproximadamente otras 500 han sido lesionadas por la pólvora en el mismo lustro.
Se podría aducir que el Carnaval de Veracruz suma más víctimas –hasta ayer ya se habían contabilizado cuatro muertos, mientras que en Huejotzingo no acaecía todavía ningún fallecimiento, pero lo cierto es que el festejo jarocho rebasa por mucho el número de participantes y asistentes del huejotzinca, y además, según datos de la Procuraduría General de Justicia, en la mayoría de los casos los decesos en Veracruz ocurren por riñas, congestiones etílicas y ahogamientos, mientras que en Puebla los fenecimientos son por descargas accidentales entre quienes desfilan.
Además, el de Veracruz es un carnaval eminentemente sexual, en el que se rinde culto a los placeres carnales y las deidades lujuriosas, mientras que en Huejotzingo todo tiene que ver con la pendencia, con la campaña militar. Con el riesgo de morir.
Los custodios
El Carnaval de Huejotzingo se realizó por vez primera en 1869. Los estudiosos y algunos de los pobladores más viejos consultados por esta casa editorial coinciden en que el festejo es una amalgama de hechos históricos y ficticios, que ha ido mutando por la improvisación del genio popular, algo que no tiene muy contentos a los tradicionalistas más celosos.
Los acontecimientos reales son la batalla del 5 de Mayo de 1862 y el primer casamiento indígena de la Nueva España bajo las normas de la iglesia católica, que sucedió precisamente en Huejotzingo. La leyenda es el rapto de la hija de un corregidor a manos del bandido Agustín Lorenzo y sus secuaces.
Hoy la conservación del protocolo, los significados de los atuendos y los materiales con los que se fabrican las máscaras son motivo de preocupación y hasta disgusto, sobre todo por parte de los más viejos y sus descendientes, cuyo comportamiento es muy similar al de custodios de la tradición.
Un ejemplo: la mañana del sábado pasado, los reporteros de La Jornada de Oriente se acercaron a uno de los puestos colocados en el zócalo huejotzinca para vender rifles, máscaras y otros elementos para la fiesta. Al preguntarle a la vendedora quién podría brindar información precisa sobre los orígenes del carnaval y su desarrollo, un cliente de unos 60 años terció en tono agresivo: “¡Nadie les va a querer contar nada!”.
–¿Por qué nadie nos va a querer contar? –se le preguntó.
–¡Pues porque ya son pocos los que saben bien de la tradición! Ahora ya cualquiera compra un rifle y quiere echar tiros, los chamacos ya no saben nada de lo que significa el carnaval, ni por qué se hace –reviró molesto.
–¿Usted nos podría contar? –se le pidió.
–No, yo no puedo.
–¿Por qué?
Los periodistas siempre mienten, no dicen las cosas como son.
Al otro lado de la acera, en una papelería llamada Nieva, una vitrina capta poderosamente la atención. Contiene máscaras para el carnaval. Su precio, superior a los mil 600 pesos, contrasta dramáticamente con las que se exhiben en los puestos callejeros, en los que el regateo puede dejar la prenda hasta en 300 pesos.
Rosa María Serrano Rojas, psicóloga de profesión y quien en ese momento hace las veces de dependiente, revela de inmediato al foráneo su linaje ilustre: es nieta de Andrés Serrano Méndez, uno de los más prestigiados fabricantes de máscaras en la región, que murió hace apenas dos semanas, el 14 de enero de este año.
“¡Hubieran venido antes, para que él les contara la verdad!”, exclama Ofelia Serrano Rojas, madre de Rosa e hija del finado.
Rosa María se apresta a explicar que las caretas son de piel, para que el danzante esté cómodo, “como cuando uno escoge calzado: si es corriente va a ser sintético, pero si es fino es de piel”. Añade que las barbas son de cabello natural y entra en detalles que para el neófito son casi incomprensibles, como la extensión y la curvatura que deben tener los bigotes y las diferencias entre los sombreros originales de indios y zacapoaxtlas con los que “ahora ya cualquiera fabrica”.
En seguida se queja por las adaptaciones que algunos participantes de la fiesta han hecho a sus disfraces: la túnica que usan los zapadores tiene bordados motivos prehispánicos, por lo regular las representaciones humanas del Popocatépetl y la Iztaccíhuatl.
–¡Ahora ya hasta les ponen un trailer!, ¡imagínese, qué tiene que hacer un trailer ahí! –exclama.
–Pues... supongo que nada –contesta el reportero.
–¡Pues el señor se lo puso porque es chofer! –contesta indignada.
Los espontáneos
En torno al Carnaval de Huejotzingo está floreciendo lo que los expertos en marketing suelen llamar “una industria turística”. Hoy cualquiera puede comprar rifles, sombreros, turbantes y cajas para almacenar los cartuchos de pólvora, sin la obligación de tomar parte activa en los festejos.
La comercialización se ha ido sofisticando al punto de que también se fabrican ahora réplicas en miniatura de los sombreros, se hacen calendarios, gorras, playeras y hasta kits de belleza que incluyen cortauñas, depiladores de ceja, y limas con el logotipo oficial del carnaval.
El elemento más trastocado de todos es también el más emblemático: el fusil. Originalmente los fabricantes tallaban en la culata imágenes mexicanas como los bustos de caballeros águila y tigre, así como representaciones de Quetzalcóatl o las figuras de zapadores, indios, suavos, turcos y zacapoaxtlas.
Hoy las culatas que se pueden encontrar en el mercado siguen incluyendo a las figuras tradicionales, pero se les han unido otras: Homero Simpson, Piolín, el Pato Lucas, Transformers y personajes de La Guerra de las Galaxias.
En defensa de las innovaciones salió Luciano Hernández, un joven estudiante de antropología de 22 años y quien este año se disfrazó de indio:
“Esto es algo que tiene que suceder y nadie se tiene que molestar. El carnaval es para echar desmadre, para echar tiros, para pasar un rato agradable con la familia y los amigos. Nadie tiene que espantarse. Ésta es una fiesta del pueblo. Ahora nos la quieren organizar bien, dizque para que no haya heridos, pero más heridos va a haber si no nos dejan echar tiros de mentiras ahorita, porque la gente está harta y después va a terminar echando tiros de adeveras”.