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Puebla > Estado
jueves 26 de abril de 2007

MEDIEROS

Estado, minorías lingüísticas y medios

Antoni Castells i Talens

El número 56 tiene resonancias mágicas y místicas en México. Es el número oficial de lenguas indígenas que enriquecen el patrimonio cultural de la República. Nos lo dice el gobierno desde hace años. Según cifras de la Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas, 10 por ciento de la población del país habla una lengua indígena (19 por ciento en Puebla). Y ahora, pasemos a los medios.

La presencia de las lenguas indígenas es casi nula en la comunicación de masas. A excepción de las 20 radios indigenistas, de algunos medios comunitarios (legales e ilegales) y de alguna radio privada, las lenguas de Cervantes y Shakespeare dominan el paisaje mediático del país. El otro paisaje, el indígena, es un desierto para una población que debe ser algo más que un patrimonio cultural de la República, y que por tanto merecerá sus derechos comunicativos y culturales.

Para entender la situación de los medios en lenguas indígenas del siglo XXI y cómo hemos llegado a ella, nos pueden ser útiles unas ideas que publicó ya hace 15 años Stephen Riggins, un sociólogo canadiense, y que aún esperan quien las traduzca al español (y al náhuatl, y al maya, y al tzeltal, y al ñuu savi).En su libro Ethnic Minority Media, Riggins consideró el uso de los medios de comunicación indígenas por el Estado para sus propios intereses, los del Estado.

En particular, Riggins identificó cinco modelos, compatibles entre sí, que explican las estrategias de comunicación que el Estado diseña para ocuparse de las audiencias indígenas:

1. El modelo integracionista: el Estado subsidia a los medios de minorías étnicas para integrarlas a la sociedad. Con esta estrategia, el Estado se crea una imagen de institución benevolente y puede observar a los pueblos indígenas desde una posición privilegiada que le permite detectar y detener cualquier movimiento autonomista que juzgue excesivo.

2. El modelo económico: el Estado percibe en el multiculturalismo beneficios educativos que pueden ayudar a elevar el nivel económico del país. El multiculturalismo se ve como una fase de transición hacia la asimilación de los pueblos indígenas y como en el modelo precedente, el compromiso del Estado con las culturas indígenas es superficial porque el objetivo final es el desarrollo económico y político del Estado, no el desarrollo de los pueblos y culturas indígenas.

3. El modelo divisorio: el Estado puede usar el factor étnico para mantener o crear tensión y rivalidad entre pueblos indígenas y conseguir así el control social.

4. El modelo preventivo: el Estado establece sus propios medios en lenguas indígenas como acciones preventivas para que no surjan medios independientes.

5. El modelo proselitista: el Estado (o una organización transnacional o religiosa) promueve sus valores a través de los medios en lenguas indígenas para asegurarse de que el mensaje llega a las audiencias que normalmente quedan fuera de alcance.

6. Los modelos no son categorías rígidas de políticas públicas, pero ayudan a entender las motivaciones más ocultas del apoyo del Estado a los medios de comunicación. En el caso de México, los medios en lenguas indígenas nacieron realmente con el sistema de radios indigenistas de los años 80, un modelo exitoso pero que algunos investigadores han identificado con los modelos integracionista, económico y preventivo.

Parecía que las radios comunitarias, como estructuras independientes del Estado, iban a despedazar los modelos de Riggins, pero hace un año llegó la ley Televisa-TV Azteca, y estos modelos siguen siendo la mejor herramienta que tenemos para entender nuestra época.

300 años después de la conquista

Joan Martínez

Hoy se cumplen exactamente 300 años de una antigua batalla en tierras de Castilla. El combate, bajo un sol abrupto como corresponde a un escenario nada lejano a la Mancha quijotesca, enfrentó ante la imponente fortaleza de Almansa a los ejércitos de dos pretendientes al trono de la monarquía hispánica: Felipe de Borbón (antepasado directo del actual rey de España) y Carlos de Austria. El encuentro y la lucha, una más entre las decenas que marcaron una guerra que duró 15 años y que enfrentó a todas las grandes potencias europeas del momento asolando la península, no tendría mayor trascendencia si no hubiera implicado la subsecuente entrada a sangre y fuego de las tropas borbónicas en un pequeño país mediterráneo hasta entonces celoso de su independencia: el reino de Valencia, el actual país valenciano.

Con la victoria de quien devendría poco años después rey de España, Felipe V, se consagraba definitivamente la hegemonía de Castilla sobre el resto de pueblos de la península en la construcción del Estado español moderno. El país valenciano primero, luego Aragón y Cataluña, perdieron en aquellos años “por el justo derecho de conquista”, como rezaba el decreto subsecuente a la ocupación, sus instituciones políticas e iniciaron un periodo aciago de subordinación cultural y persecución lingüística.

Con todo, ¿qué relación puede guardar hecho tan funesto y desgraciadamente corriente en la historia con los medios de comunicación actuales? Lo cierto es que 300 años después, los efectos de la batalla de Almansa siguen muy presentes en la sociedad valenciana. No es que la represión lingüística, la prohibición del catalán en todos los ámbitos de la vida pública siga vigente, como lo estuvo durante siglos, tras casi 30 años de democracia. Tampoco es que la imposición del castellano en la educación y en todas las esferas de la alta cultura haya sobrevivido incólume a la muerte del dictador Francisco Franco. No es eso. Con la llegada de la democracia a España, las formas de coacción y sometimiento cultural mutaron de acuerdo a las nuevas circunstancias, y grupos políticos anclados en las instancias de poder combinaron la violencia real y la intimidación con la promoción de prejuicios lingüísticos arraigados durante siglos de ocupación y el fomento de discursos falaces en torno a la naturaleza de la lengua propia, como es el caso del intento de hacer del valenciano, el nombre que se le da en Valencia al catalán, una lengua intrínsecamente diferente a la catalana.

En Valencia no es algo extraño, hoy en día, ser insultado o agredido simplemente por hablar en catalán. Éstos hechos cotidianos, los ataques a librerías vernáculas, tan habituales, los atentados de que han sido víctimas en los últimos años importantes intelectuales valencianos, no han merecido gran atención por parte del sistema comunicativo del país. Como señalaba recientemente en una entrevista el catedrático de periodismo de la Universitat de Valncia J. Lluís Gómez Mompart, medios audiovisuales como el canal autonómico valenciano, Canal 9, creado inicialmente para promover el uso del catalán pero que apenas lo utiliza, adolecen de un férreo control político y de una bajísima calidad que desembocan en una caricaturización de la sociedad que intentan describir.

Para hoy precisamente, el gobierno valenciano, probablemente temeroso de un revés en las próximas elecciones del 27 de mayo, tenía previsto iniciar el cierre de las antenas repetidoras que hacen llegar al país valenciano la única cadena de televisión en catalán de calidad: la televisión autonómica de Cataluña, TV3. Amplios sectores de la sociedad, asociaciones culturales, sindicatos de profesores, partidos políticos, se movilizaron para impedir semejante ataque a la libertad de expresión, a los anhelos de muchos valencianos de disfrutar de medios de comunicación que cubran la totalidad de su ámbito cultural dejando de lado un sistema español de tintes claramente colonialistas que divide los países catalanes en tres autonomías.

Lo peor del asunto, ciertamente, no es si el partido en el poder consigue empobrecer el panorama comunicativo valenciano en fecha tan señalada, intento que ayer mismo un juez desautorizó poniendo algo de sentido común en la situación, lo realmente grave es que en pleno 2007 existan todavía algunos grupos de poder que crean legítimo y razonable privar a un pueblo de sus formas de expresión y reconocimiento. Y ello, 300 años después de la conquista.