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viernes 14 de julio de 2006 |
OPINIÓNRecordemos la Revolución FrancesaEduardo MerloMuchos hemos aprendido la historia solamente a través de las imágenes, así cuando alguno nos menciona la Revolución Francesa, de inmediato pensamos en el famoso cuadro de Eug�ne Delacroix, donde se ve a una dama de no malos bigotes, despechugada, con un gorro frigio en el que nadie se fija por obvias razones, que sostiene una deshilachada bandera con los colores azul, blanco y rojo; también lleva un mosquetón, y se abre paso entre los cadáveres de soldados y civiles, seguida por una multitud de desarrapados quienes portan armas, todo en medio de espesa humareda provocada por la pólvora. Otro cuadro famoso ilustra lo que pasó después de esa marcha incontenible que colmó la enorme plaza de la Bastilla, cárcel entonces casi vacía, pero que representaba la iniquidad de un régimen descompuesto, donde la corrupción había alcanzado niveles nunca antes vistos. El pueblo desató una revolución que se inició en esa plaza, el 14 de julio de 1789. Revolución es una palabra que viene de revolver, es decir poner todo de cabeza; como la avenida de un gran río que ha estado represado y que logra rebasar el dique, destruyéndolo completamente y precipitándose estruendoso sin que nada lo pueda detener, hasta que se agota el caudal y ya no queda nada, porque todo fue arrasado. Eso sucedió ese 14 de julio, pero no se dio como un milagro o por algo espontáneo o de repente; fue el resultado de una situación inaguantable para el país, el cual tenía un gobernante indolente, ignorante, tonto, controlado por las veleidades de su mujer y agobiado por la exigencia de sus parientes. Contrastaba con su abuelo: Luis XIV, quien fue soberano absoluto que se daba el lujo de decir L’etat se mois! (¡El estado soy yo!) y lo era. En contraste su nieto Luis XVI, fue el pusilánime que mencionamos. Iluso que creía que todo lo estaba haciendo bien, que realmente no había tanta pobreza como le decían los intelectuales; esos pensadores que siempre andan echando a perder las fiestas y la alegría, el optimismo; gente negativa que siempre busca defectos. La falta de una auténtica circulación de bienes, equitativamente repartidos entre los componentes de la sociedad, ocasionó una terrible crisis financiera. Muchos de los inversionistas veían mermadas sus ganancias debido al acaparamiento de negocios suculentos, por parte de los parientes reales, o de los allegados a las amantes, a los cortesanos influyentes, a todos los que gozaban del favor de los validos. La milicia denotaba también una lucha sorda por el poder; los puestos de mando se daban al mejor postor y los jefes eran soldados de pacotilla que relucían oropeles y medallas en las grandes recepciones, pero que resultaba una carga onerosa. El alto clero gozaba de inmensas riquezas y de un poder sin límites, de tal manera que era un estado dentro de otro estado. Las crisis financieras se sucedían y se hizo un buen intento de solventar el problema, llamando a lo que hoy llamaríamos un economista: Jaques Turgot, quien se enfrentó con los influyentes nobles que exigían mayores impuestos, por supuesto a los trabajadores pobres y a la incipiente clase media rica, que podría pasar por burguesía. Turgot se negó al exceso tributario y a seguir empeñando el erario, salvo la regulación de impuestos para los terratenientes, que hasta entonces pagaban cuotas irrisorias. El escándalo fue tal que el rey fue presionado por su consorte para destituirlo, dado que atentaba contra la gente de clase, algo nunca visto. El estado, alentado por los allegados al rey, cedió aceptando dinero del extranjero, con lo cual el alivio era temporal y las consecuencias más difíciles. La nobleza desplazada, intrigaba para resucitar los intentos de mayor participación en el poder, se inspiraban en el movimiento que llevó al pueblo británico a dar un golpe de estado, decapitar al rey y a establecer una constitución. Los presuntuosos nobles franceses, favorecidos, hablaban llenándose la boca, de los Estados Generales, lo cual era un ente que ni a simbólico llegaba. Se trataba de un órgano dizque representativo, en el cual se reconocían tres estados, que eran: el primero: la nobleza, el segundo: el clero y el tercero: el pueblo. Así, a simple vista, sonaba democrático; sin embargo, en su organización, la autoridad estaba repartida en cinco tantos: dos para la nobleza, dos para el clero y uno para el pueblo, con lo cual el tercer estado llevaba la peor parte, ya que siempre era vencido en las votaciones. Se pensaba que con ese mendrugo el pueblo estaba ya satisfecho. “nicamente el abate Siey�s, preocupado por la situación, decía: “¿qué era el tercer estado? Nada. ¿Qué es el tercer estado? Algo. ¿Qué será el tercer estado? Todo”. Desesperado por la crisis, el gobernante fue aconsejado por un asesor suizo, de convocar a los Estados Generales y a prometer –aunque fuera en el papel– que el tercer estado tendría igualdad de votos, lo que de antemano era imposible, dado que el primer estado consideraba al tercero como de activistas sin escrúpulos, terroristas de estado, pretensiosos de prerrogativas, manipuladores del pueblo ignorante y hasta de fanáticos que pretendían dilapidar el erario repartiéndolo entre los pobres; en resumen: un peligro para la nación. Por lo demás, el decían al rey que el tercer estado estaba tan dividido entre sí, que ellos mismos se atacaban unos a otros, y con ello siempre ganarían los otros dos estados. La reapertura de los Estados Generales en 1788, fue ocasión de exacerbar los ánimos, pues los asesores extranjeros recomendaron a Luis XVI que modificara los estatutos y diera igual calidad de voto a los tres estados, lo cual no fue aceptado por el monarca, más bien por su consorte y todos los intrigantes cortesanos. Las discusiones en los Estados Generales desembocaron en una escisión, pues a instancias del conde de Mirabeu, desapareció esa figura legislativa para conformar la Asamblea Nacional, el 17 de junio de 1789, la cual fue desconocida y hostigada por el Estado, echándolos de la sala de debates, por lo cual los demócratas se reunieron en el famoso “juego de pelota”, instalándose como auténtica representación del pueblo de Francia. La represión violenta a esta expresión auténticamente popular, así como los manejos secretos e intentos de sobornar a los patriotas, entre muchas otras cosas, dieron lugar a la movilización de las masas que fueron a la Bastilla aquel 14 de julio de 1789. Menospreciar al pueblo, esquilmarlo, engañarlo y reprimir la libertad de votos y manipular las elecciones, fueron la ruptura del dique que dio lugar a la terrible e incontrolable avenida que arrasó con todo. Afortunadamente después de esa poda, renacieron los principios de: libertad, igualdad, fraternidad. Al recordar la Revolución Francesa, parecería que no ha pasado el tiempo. |
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