Jueves, abril 25, 2024

Tártaro mexicano

Esa mañana al levantar la cabeza frente al puesto de periódicos y observar las primeras planas colgadas en el tendedero urbano, algo colapsó, algo fue trastocado, la armonía noticiosa fue cercenada de tajo al igual que las cabezas humanas que fueron esparcidas en la pista de un antro en Michoacán, cual pelotas de billar dispersadas ante el tiro de apertura.

Las cabezas aún mantenían el rictus de dolor y miedo. Las cabezas fueron un elemento informativo para las portadas de la gran mayoría de los diarios de circulación nacional.

El grito de guerra contra el “narcotráfico y el crimen organizado” fue lanzado por el recién electo presidente, Felipe Calderón, en el año 2006.

La textura informativa de la prensa de circulación nacional –y por ende la prensa local– adoptó un tono hiperrealista, durante meses el horror se reprodujo a través de cabezas segadas, abandonadas, aventadas o colocadas como mensaje, un recado para mostrar a la población la intensidad de la “guerra” y la urgencia por acabar con la violencia a través de más violencia. Enfrentamiento tras enfrentamiento, tiroteo tras tiroteo, emergieron más “daños colaterales” y “falsos positivos”, las cabezas dejaron de ser “efectivas” como marketing del terror de una guerra intensa.

La narrativa informativa estaba urgida de cuerpo, de suplicio a cuerpo entero. La realidad se encargaría de generar la nota, de colocar el cuerpo martajado. El cuerpo aparece colgado, expuesto en puentes peatonales, de avenidas y carreteros. Puentes con cuerpos desnudos, encapuchados, martirizados, eran el mensaje de una guerra por territorios, una guerra entre el Estado y su “enemigo” efímero, poderoso, sanguinario y cruel.

A mediados del sexenio de Felipe Calderón, el cuerpo mutilado retorna como mensaje. Cuerpos amputados fueron tirados en carreteras, abandonados en avenidas, en bolsas negras de plástico: torsos, brazos, cabezas en hieleras, cuerpos, pedazos encobijados con pancartas, cartulinas detenidas con navajas y picahielos. La guerra no parece tener fin, nadie gana, nadie pierde, sólo aumentan los daños colaterales y falsos positivos.

A finales del sexenio, el cuerpo sigue siendo el vehículo del terror: camionetas son abandonadas en las principales avenidas de las ciudades con cuerpos ultimados, desnudos, ahí arrojados.

El sexenio de la guerra termina con el culto al cuerpo y su mortificación, el cuerpo como mensaje de una guerra sórdida.

Con el regreso del PRI a la Presidencia, la guerra no sucumbe, baja su visibilidad y redobla intensidad. En la nueva lógica de la guerra el cuerpo se invisibiliza, el horror se socava, se disuelve, se sepulta, se incinera.

En esta nueva fase el cuerpo es un mensaje soterrado, “el pozolero” disuelve la posibilidad de visibilizar el horror, el terror de una guerra ahora silenciada.

Las fosas clandestinas se vuelven una fuente documental de un ver no ver. La ausencia del cuerpo en un campo de horror disimulado. La desaparición del cuerpo es el nuevo mensaje, es la ausencia de la cara de la guerra. Paralelamente, las ejecuciones masivas colocan al cuerpo “bueno” y al “cuerpo malo” en la palestra pública de la justicia: Palmarito, Puebla; Tlatlaya, Estado de México; Tanhuato, Michoacán; El poblado de Guadalupe y Calvo en la Sierra Tarahumara; Gómez Palacios, Durango; Los Jóvenes del bar Heaven en la Ciudad de México; San Ignacio, Sinaloa; Chilapa, Guerrero; Ecuandureo y Ayotzinapa. Masacres perpetradas en un contexto de combate directo por las plazas.

El horror en este sexenio fue ambiguo, cuerpo, masacres y fosas. Por si ello no fuera suficiente, la experiencia real y mediática de este Tártaro mexicano, apenas nos enteramos de la existencia de morgues trashumantes en Jalisco. Tráileres que transportan cadáveres, cuerpos amontonados, desconocidos que esperan ser sepultados en un cementerio que aún no existe.

Cajas de tráileres que guardan cuerpos de supuestas víctimas del crimen organizado que no han sido identificadas.

Indiscutiblemente, México es un Tártaro recubierto con tres capas de oscuridad, un sólido muro de bronce que sella este pozo doblemente oscuro. México figura ser el hogar de los condenados, los condenados vivos, los condenados muertos.

Dos sexenios de excesivo martirio y desprecio al cuerpo, a la vida y a la muerte digna.

En el cuerpo y su ausencia está el centro de la política, el cuerpo es lo político y no se ve por ningún lado su incorporación como narrativa y un reconocimiento para el acceso a las justicias.

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