Hace una semana se conmemoró un aniversario más del golpe de Estado en Chile que concluyó con un gobierno electo democráticamente que encabezaba reformas estructurales a un sistema capitalista que había generado pobreza y exclusión de las inmensas mayorías de la población de ese país. La portada del diario El Mercurio abrió su edición del 11 de septiembre agradeciéndole a Augusto Pinochet haber terminado con un sistema reformista “porque de lo contrario hoy Chile sería otra Venezuela”. Este fue el anuncio de salida para una reedición de un debate que aún se encuentra lejos de estar cerrado tanto en el país sudamericano como en el resto de América Latina: ¿cómo entendemos el dilema de reforma o revolución?
Hoy en día debería de ser una discusión baladí decir que el capitalismo engendra desigualdad y violencia social, que para evitar la destrucción del capitalismo se conformaron Estados de Bienestar que repartían beneficios sociales para sustraerles posible base social a los grupos que pugnaban por un cambio radical de las estructuras. Sin embargo, esto no está lejos de ser verdad. Para la derecha latinoamericana cualquier intervención del Estado, aunque ésta esté encaminada a preservar el sistema en su conjunto, sigue siendo “comunismo”.
Puesto el debate en esos términos no es de extrañar que la diputada Camila Flores, ferviente defensora de la dictadura militar y opositora feroz al derecho al aborto legal, abriera su intervención en tribuna afirmando que el músico Víctor Jara, cantante popular que daba voz a multiplicidad de sectores en su búsqueda de mejores condiciones de vida, afirmara sin ruborizarse que “Víctor Jara mataba con su guitarra”.
Uno esperaría que la diputada tuviera un poco de inteligencia y dijera que su afirmación estaba basada en que con su música Víctor Jara denunciaba a la violencia del capitalismo generando conciencia entre sus escuchas y, por ello, era “responsable intelectual” de la rebelión y la violencia que tuvo que ser sofocada mediante la intervención “democrática y democratizante” de las fuerzas castrenses.
Sin embargo, eso era mucho esperar de la ignorancia supina de la diputada chilena. Para corroborar su dicho afirmó tener pruebas de notas publicadas por El Mercurio en las que se afirmaba que por las noches Víctor Jara salía en una vagoneta roja –no podía ser de otro color pues era propiedad de comunistas– y buscaba a pobres e indefensos policías para golpearlos con su guitarra. ¡Esa era la prueba irrefutable de la diputada para afirmar que Víctor Jara mataba con su instrumento musical!
Pero por un momento pensemos que Camila Flores tiene un poco de materia gris y regresemos al tema de la conciencia y sus peligros. Víctor Jara sí convocaba a ver de cerca los resultados de ignominia que provocaba el capitalismo. Jara y su música impulsaban el ánimo para buscar construir un mundo diferente. En ese sentido, Víctor Jara y otros tantos músicos, poetas, cuentistas, escultores, etc., podrían ser señalados como causantes de la rebelión en contra de un sistema que es prodigo en repartir muerte y destrucción a lo largo y ancho del planeta.
Visto de esta manera podríamos entender por qué para la derecha latinoamericana y el capital nacional y multinacional el mundo esté repleto de peligros potenciales. Todo aquel que cuestione de alguna manera la forma y reproducción del sistema capitalista en América Latina es un peligro.
Es un peligro el defensor de la Madre Tierra que defiende su territorio de las empresas mineras y/o productoras de materias primas. Para la derecha latinoamericana el ambientalista “mata” al capitalismo con un árbol, un río.
Es un peligro el defensor de los derechos humanos que protesta contra las arbitrariedades cometidas por el Estado para garantizar los intereses del capital. Para la derecha latinoamericana el pro derechos humanos “mata” al capitalismo con la constitución política del Estado nacional.
Es un peligro la feminista que denuncia la dominación patriarcal y la violencia de género. Para la derecha latinoamericana la feminista “mata” al capitalismo con sus marchas y pintas anunciando su voluntad de defender su cuerpo y su derecho a decidir sobre él.
Es un peligro el periodista que denuncia la inopia del Estado y su complicidad con los intereses del gran capital. Para la derecha latinoamericana un periodista con una computadora o una cámara es más peligroso que mil fúsiles, pues con estas “armas de destrucción masiva” pretende acabar con el capitalismo.
Lo anterior no son más que unos cuantos ejemplos de la paranoia de la derecha latinoamericana. Para ellos es inconcebible reconocer que esas críticas son en realidad las llamadas de atención para que no se llegue al límite del sistema donde la violencia descarnada y generalizada, ahí sí, amenace con la destrucción del capitalismo.