Uno de los elementos que registra mayor transformación entre una generación y otra, es la educación. En los últimos 50 años el aprendizaje ha sido orientado por la conducta, la genética, las representaciones mentales y ahora por el cerebro.
Los paradigmas educativos originalmente plantearon la importancia de la enseñanza, luego el aprendizaje y ahora encontramos que tan importante es una y otra, al reconocer que todos los animales aprenden, pero ninguno es capaz de enseñar, sólo el ser humano.
En los asuntos del cerebro, la dicotomía también ha estado presente, inicialmente en la distinción de cuerpo y alma, luego entre mente y cerebro, después entre razón y emoción y ahora en su integración.
De dónde se nutre la mente, pregunta Shakespeare. Una respuesta viene de los científicos: se nutre de la cabeza, del cerebro, porque sólo allí se producen las innumerables conexiones necesarias para “la vida intencional del intelecto humano”.
Los estudios de la inteligencia llevan a considerar la existencia de zonas especializadas en donde se localizan las funciones corticales superiores, sin embargo, las neurociencias han demostrado que se trata de redes neuronales.
Hasta ahora la mayor parte de la investigación realizada ha sido aplicada al aprendizaje de algunas habilidades como la lengua y las matemáticas en personas con discapacidad, no ha sido estudiada la enseñanza.
Una de las mayores crisis que han producido los modelos basados en competencia es la separación entre aprendizaje y enseñanza, se ha priorizado la primera como si la segunda no existiera o jugara un papel marginal.
De ahí se deriva la importancia y la oportunidad de relacionar neurociencias y educación, a efecto de volver a unir lo que la escuela ha separado y rescatar el papel central de quien desempeña esta tarea.