Viernes, abril 19, 2024

PRITanic 89

La arrogancia del avance técnico y científico de principios del siglo XX se evidenció en el fastuoso barco Titanic, el más grande y lujoso navío antes construido. El Titanic representó el mito refundacional de una burguesía ascendente que se regodeaba con el triunfo del todavía incipiente capitalismo.

Fue un barco cargado de festejos y suntuosidad. Este buque fue, incluso, considerado por sus hacedores como “el barco insumergible”, era el bastimento más seguro jamás construido.

El desenlace que tuvo el Titanic es de todos conocido y recordado a través de la romántica película que lleva su nombre, dirigida y escrita por James Cameron y protagonizada, entre otros, por Leonardo DiCaprio y Kate Winslet.

Tanto en la realidad, como en el film, se puso de manifiesto el fracaso de la insolencia y altivez. El sobrado y vulgar aburguesamiento del capitalismo fue materializado en una gran y suntuosa maquinaria en la que mil 500 personas perecieron, la mayoría en la profunda oscuridad del náufrago en las gélidas aguas del Atlántico.

Hoy el PRI asemeja esa ostentosa maquinaria que, dicho por sus hacedores, era “insumergible”.

A 89 años de su fundación, se pone de manifiesto otro fracaso más del PRI por la insolencia y altivez de sus cohabitantes. El sobrado y vulgar aburguesamiento de la revolución mexicana y el interminable enganchamiento del partido a la democracia y al neoliberalismo. Todo, en conjunto, ha dejado de estar arraigado en ésta que fuera una gran y suntuosa maquinaria política.

¿Qué es la revolución para el PRI? La revolución para el partido fue el mito fundacional de una nación y de un proyecto que logró amalgamar la mexicanidad. Lo mexicano, fue la revolución. Intelectuales como Paz, Zea o Uranga se identificaron con el nacionalismo del partido, articularon ideas, discursos y, sobre todo, rituales que resultaron ser fundamentales para arraigar el proyecto de nación en cada rincón del país durante décadas.

En los últimos años, el priismo optó por sepultar el principio revolucionario para dar paso al estreno de la “democracia”: ambigua fórmula que redujo el nacionalismo pregonado por el partido y su política de desarrollo estabilizador. Con la democracia el PRI refuncionalizó su hacer política, desde entonces, ausente del pueblo, pero, casualmente, no renovó su ritual hecho para el pueblo.

La revolución se aburguesó hasta llevar al partido al aislamiento de las bases y de la sociedad. Intelectuales como Krauze, Camil, Volpi, Castallena, allanaron el camino a la democracia y, sobre todo, al neoliberalismo, pero no se comprometieron a renovar la mexicanidad en la democracia y en el noeliberalismo. No se identificaron plenamente con el PRI y, por ende, no favorecieron a la renovación de sus rituales políticos. Hoy por hoy, el PRI no parece tener intelectuales externos.

El PRI es un partido sin paradigma, al menos no muestra un paradigma vigente, es un partido que no se ha refundado, renovado en ningún sentido, intelectual, político y, sobre todo, ritual. No tienen un discurso vivo, es un partido que dialoga y ritualiza con significantes vacíos.

Es un partido que parece interpelar, hoy en día, la mexicanidad desde la revolución mexicana. Basta con observar la celebración de su 89 aniversario, encabezada por su candidato a la presidencia José Antonio Meade. La esencia del mexicano o de lo mexicano representado en ese ritual no corresponde con la realidad, se observan: “mujeres con trajes típicos, rebozos, hombres con sombrero, campesinos vestidos con manta, mujeres con trenzas cerúleas y listones polícromas. Todos, son el prototipo de los personajes apócrifos de una película mexicana como “Allá en el rancho grande”.

En los rituales del PRI sigue predominando esa visión exteriorizante del mexicano, ese complejo de la inocencia, inferioridad, humildad, humanidad y candidez natural. Los líderes del partido, ante este escenario, quedan inscritos como una burguesía refundada en la democracia y el neoliberalismo. Lo que no parece entender el PRI y estos líderes es que con ello confirma el aburguesamiento de la revolución y, una revolución aburguesada, es el aniquilamiento del partido. Ese cuadro de imágenes es, en sí mismo, esquizofrénico. Así como los discursos –algunos ya reciclados– que acompañaron dicho homenaje: “México tiene sed de hambre y de justicia”, “El partido ha cometido errores y sabe reconocerlos”, “El que la hace debe pagarla”, “Es necesario que los militantes den la batalla de su vida para ganar la elección de julio próximo, exhorto a la militancia a salir, pelear, ganar”; “El PRI dará el compromiso con la ley de seguridad, orden y para ello instalará ya su comisión de ética”; “No se permitirá el triunfo de los caudillos, los mesías. Sí a la institucionalización y a la consolidación de la paz social”; “El PRI es unidad, compromiso, amor por México”. Estos discursos distinguen a un PRI propio del proyecto nacionalista posrevolucionario, hoy, a ojos de todos los mexicanos, inconcluso, lejano y ajeno.

La revolución, el neoliberalismo y, sobre todo, la democracia y el PRI son elementos no cerrados, no cuajados, saltan a la vista por ser, también, altamente contradictorios.

La democracia sepultó la revolución mexicana, la dejó inconclusa, la democracia trajo el neoliberalismo, y el PRI, no ha logrado reformularse a través del primero, del segundo ni del tercero. El PRI no es ya revolucionario en acción, ni democrático en la práctica, ni neoliberal por convicción, e incluso sigue operando bajo una identidad difusa: revolución, Estado, partido y presidente.

El PRI es, hoy por hoy, un partido con una profunda contradicción de raíz que no comienza a ser resuelta ni siquiera en sus propios rituales.

El PRI, al igual que el fastuoso Titanic, evidencia ahora que asistimos al fracaso por la insolencia y altivez. El sobrado y vulgar aburguesamiento de la revolución mexicana y el interminable enganchamiento del partido a la democracia y al neoliberalismo.

Esa suntuosa maquinaria política está hoy enmohecida, urge una cuarta refundación o le deviene el olvido perpetuo en la profunda oscuridad del hundimiento en las gélidas aguas de la política nacional y de la nueva mexicanidad.

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