Poder Judicial es un poder que simplemente no puede. La aspiración de cualquier ciudadano es vivir en un Estado democrático de derecho. Un lugar en donde quien violente las reglas sea castigado sin importar posición social, económica o política.
El problema de la justicia en México es que se convirtió en brazo ejecutor del sistema político. La administración desarrolla una cultura de servidumbre. Funciona a base de intercambio de favores, posiciones y dinero.
En Guatemala, Colombia y Brasil los tribunales tienen en la cárcel a sus ex presidentes. En cambio, en Tlaxcala, los diputados locales negocian el perdón de las cuentas públicas de los presidentes municipales de su misma filiación política.
La diferencia es muy simple. Ante la violencia y la pobreza, los jueces que desempeñan esa noble tarea decidieron asumir su responsabilidad y contribuir al cambio de la sociedad. Cosa que difícilmente veremos en Tlaxcala.
Hace algunos años un magistrado en funciones denunciaba que sus compañeros actuaban como juez y parte. Canalizaban a sus despachos, que operaban con prestanombres, los casos más complicados. Con lo que mantenían un canal directo con la delincuencia.
El cambio de orientación en el sistema de justicia trae molestos a los profesionales. Porque eso los obliga ir más allá del acuerdo bajo la mesa. Y en una de esas puede que hasta aprendan Derecho.
Si alguien tiene curiosidad por conocer la forma en que se ha integrado el Tribunal Superior de Justicia de Tlaxcala. Basta y sobra con revisar las designaciones realizadas por los gobiernos de alternancia entre 1999 y 2017. Porque eso les permitirá descubrir la cadena de favores.
Combatir la corrupción y la impunidad no requiere más leyes generales o secundarias. Pasa por poner y mantener la mirada sobre la actuación de secretarias, jueces y magistrados. En conclusión, el Poder Judicial es un poder que simplemente no puede.