Beatriz Patraca
En 1853, el venezolano Manuel Carreño Muñoz publicaba un libro por entregas llamado Manual de urbanidad y buenas maneras para el uso de la juventud de ambos sexos, mejor conocido como El manual de Carreño. Las reglas de educación y buenas costumbres que en éste mencionaba, todavía eran operativas en buena parte del siglo pasado y muchas perviven hasta nuestros días por ser normas de elemental cortesía. De hecho, el libro se editaba hasta hace bien poco y si no, se puede descargar por internet en pdf, que total, hacia la tecnología va el tema como casi siempre en esta columna.
El Manual de Carreño del que algunos todavía hemos oído hablar, además de compilar normas de etiqueta para comportarse en la mesa, en el transporte público, en la familia, en visitas cortas, en visitas largas y en un largo etcétera de situaciones sociales, tenía también un tufo elitista y clasista en donde la jerarquización de la servidumbre y de las personas con “más y con menos clase” era base fundamental de las relaciones. Quitando esta parte retrógrada y algunos aspectos que también hacen gala de un machismo hijo de su tiempo y de su sociedad, en general podríamos rescatar la importancia de la urbanidad como lubricante social, y de la cortesía como una consideración hacia los demás.
Estos días ha circulado en diversos medios el término phubbing que se refiere a dejar de prestarle atención al de junto por estar utilizando las aplicaciones del teléfono. Para muchos, es una falta de respeto terrible. Para otros, el Facebook, el Whatsapp, el Twitter, etc., son formas de socializar igualmente válidas. En realidad es una paradoja, porque las mismas familias que antes comían viendo la tele y sin prestarse atención unos a otros, son las que ponen el grito en el cielo cuando ahora los hijos miran a una pantalla individual y no a una común.
Si Carreño viviera y viera esto, se volvería a morir. También se mueren del disgusto los agoreros que diagnostican el fin de las relaciones personales porque a fin de cuentas las aplicaciones sociales permiten una nueva forma de interactuar. Lo que debería prevalecer es el sentido común y la cortesía. Las personas de carne y hueso con las que nos tomamos un café también tienen su corazoncito. Así que a aguantar como valientes la reunión por aburrida que sea y a aprovechar cuando el otro va al baño para echar una mirada al teléfono. Quizá eso a Carreño no le molestaría tanto, aunque tampoco estoy muy segura: era muy estricto.