Martes, abril 23, 2024

Los veneros del diablo

Siempre se han exaltado las riquezas naturales del territorio nacional, cuyo perfil geográfico se ha comparado con el cuerno de la abundancia. Sin embargo, nunca como ahora se ve cumplida la profética visión de López Velarde en su Suave Patria, cuando al enumerar y elogiar esas riquezas, menciona al petróleo como “maldito”, pues atrae la desgracia, la envidia, la destrucción y la muerte, por parte de quienes buscan apoderarse de ella; son los “veneros del diablo”. Lo que estamos viviendo en esta fase de “acumulación por despojo” del capital, es precisamente esa guerra a muerte desatada en contra de toda la población que “sumida en el subdesarrollo”, como lo califica el capitalismo, ha sabido disfrutar, administrar y conservar esos recursos, bajo una lógica de equilibrio entre las verdaderas necesidades humanas y el respeto a la naturaleza.

En esta ofensiva por adueñarse de los bienes comunes, no sólo está el petróleo, la biodiversidad, los paisajes, la flora y fauna, el agua, el sol, el viento, la historia, los sitios sagrados, sino también y especialmente la búsqueda de la más mínima partícula de metales que la avaricia humana ha definido como “preciosos”: oro, plata, níquel, cobre, entre otros. Hace unos días se celebró a nivel mundial, el día de la resistencia a la minería a cielo abierto, recordando que los proyectos mineros han traído a América Latina, no el “desarrollo” prometido, sino una estela de destrucción, contaminación y muerte por parte de mineras norteamericanas, canadienses, inglesas, suizas, chinas, australianas y japonesas, generando a lo largo del territorio 229 conflictos ambientales en 20 países latinoamericanos (37 de ellos en México).

Esos conflictos ambientales van desde el despojo de tierras y agua hasta asesinatos de opositores, contaminación de mantos freáticos y tierras, destrucción de la biodiversidad. Aquí hay que recordar que el sistema de la minería actual, la llamada “a cielo abierto”, remueve enormes capas de la corteza terrestre (sin importar lo que haya encima de ellas), principalmente mediante el “fracking”, que consiste en inyectar enormes cantidades de agua y sustancias tóxicas a grandes profundidades para romper las capas internas y colectar de los residuos pequeños granos de metal. Las empresas justifican su ecocidio, invocando su “generosa aportación” al ineludible deber del “desarrollo”, y afirmando que inyectan el agua contaminada a grandes profundidades donde no hay mantos freáticos, lo cual es una mentira.

Sin ir más lejos, recordemos que muy cerca de nosotros, en la sierra norte de Puebla, existen ya numerosos pueblos en resistencia a los proyectos mineros de muerte por parte de mineras canadienses, principalmente; recordemos también que en agosto de 2014, una mina del grupo México derramó 40 mil metros cúbicos de sustancias tóxicas sobre los ríos Sonora y Bacanuchi, provocando uno de los mayores ecocidios ambientales de nuestro país, sin que hasta la fecha se haya hecho justicia a los miles de pobladores ribereños afectados.

También recordemos que en diciembre de 2014, los pobladores de Salaverna, Zacatecas, fueron desalojados a la fuerza por el gobierno estatal, con el pretexto de que la comunidad estaba asentada sobre un terreno inestable, cuando en realidad se dejó paso libre a la minera Tayahua de Slim, para que procediera a destruir impunemente el territorio. Esta es la verdadera cara del desarrollo que proponen los proyectos mineros.

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