Los movimientos estudiantiles y/o juveniles acaecidos en los últimos días en la UNAM develan múltiple realidades, todas, en su conjunto, alarmantes, son una mala señal que nos remiten al pasado, al presente, pero nos debe interpelar a pensar también en el futuro.
No es que la historia se repita, no es que la historia sea cíclica, que la historia y los sucesos sean una espiral. En los espacios públicos se escucha a la gente manifestar su preocupación, como si la masacre de estudiantes perpetrada el 2 de octubre de 1968 fuera a repetirse 50 años después, en el mes de octubre de 2018. Tal como se repitió el sismo acaecido en el 85 pero en septiembre de 2017.
Las recientes manifestaciones estudiantiles y juveniles en la Ciudad de México son el reflejo de la existencia de múltiples latencias. Si observamos el pliego petitorio de los jóvenes y estudiantes: “se exige la correcta asignación de docentes a cada asignatura acorde a los grupos existentes en ambos turnos, considerando la capacidad y el mobiliario con el que se cuente en cada una de las aulas; en cuanto a la asignación de la nueva administración, el alumnado tendrá conocimiento previo del historial profesional de los docentes que se postulen a dirección, y que al realizarse su elección se lleve a cabo una consulta con la comunidad del plantel, para así mantener su opinión; la autoridad tenga la obligación de respetar, no cohibir y no intervenir en las expresiones político–culturales de la comunidad estudiantil, tales como murales y actividades recreativas.
“También es imperativo que exista el compromiso escrito de dar mantenimiento de forma periódica para preservarlos; justificación y transparencia de labores administrativas y del presupuesto asignado al plantel durante la administración de la licenciada Guadalupe Márquez Cárdenas y de las futuras administraciones; la solución a problemáticas en los siguientes puntos: acoso, atender de forma continua e inmediata a las denuncias realizadas por parte de la comunidad; seguridad del plantel, exterior e interior.
“Dar mayor soporte, continuidad y una adecuada atención a los programas del sendero y transporte seguro; se realizan acciones para desarticulación, destitución y expulsión de grupos porriles, y de aquellas personas que los promueven y protegen; no existe ningún tipo de represalias físicas o académicas contra cualquier estudiante que haya participado de alguna forma en este movimiento estudiantil”.
El pliego petitorio de los jóvenes y estudiantes deja ver algunas de las problemáticas, en primera instancia, la excesiva burocratización de la vida universitaria, la reducción de espacios de participación y expresión cultural, artística y política.
Opacidad en el manejo de los recursos, déficit democrático, ausencia de autonomía, el anhelo de eliminar el acoso en los planteles, la exigencia de seguridad al interior y en los entornos, transporte seguro y la expulsión de los grupos porriles. La latencia del movimiento estudiantil juvenil en México consiste en la exclusión social y política, la inseguridad, la violencia política a la que están sometidos, la vulnerabilidad y la exclusión. Así como la falta de diálogo.
La existencia de grupos porriles en las universidades es el síntoma de una latencia de control político y social del estudiantado a través de una violencia irregular. Es la manifestación de un control y tutelaje prototípico del régimen presidencial semiautoritario, el cual, de todos es sabido, ha traído serías consecuencias a la vida política estudiantil y juvenil, desde las represiones perpetradas en los espacios regionales en los años sesenta y setenta, así como las frecuentes represiones que se popularizaron después del movimiento estudiantil del 68 y el de 1971.
Grupos porriles que derivaron en la fortificación de policías secretas, clandestinas y en engrosar, posteriormente, las filas del narcotráfico, al fungir como mediadores entre estas empresas ilegales, el Estado y los gobiernos locales.
La latencia del movimiento estudiantil, las demandas paralelas entre el pasado y el presente, la represión y la salida política que se ha dado a estas tensiones y conflictos fueron y siguen siendo alarmantes. El conjunto de esos sucesos nos debe emplazar a meditar nuestra lectura individual y pública sobre el 68, máxime a cuestionar esa narrativa oficial que ha colocado al movimiento como un parteaguas del México moderno, esa que sostiene que el movimiento estudiantil del 68 es el suceso madre de la democracia mexicana.