Esta fue una de las consignas que se escucharon en las principales ciudades de Chile el pasado 16 de agosto, durante la protesta masiva de los apicultores, principalmente mujeres, que tomaron las calles para protestar por la creciente mortandad en las colmenas de todo el país, ocasionada por el uso indiscriminado y criminal de agrotóxicos, gracias a la complicidad de los funcionarios agropecuarios del gobierno, quienes además de haber promovido y hecho aprobar una Ley de Bioseguridad que favorece abiertamente a los intereses de las transnacionales del agronegocio, niegan permanentemente la realidad del ecocidio o lo minimizan. Esto no es nuevo y el escenario se ha venido repitiendo en numerosos países de América Latina, como Argentina, por ejemplo, en donde apenas hace unos días, ante la presión de la ciudadanía y después de 26 años de secreto, la Comisión Nacional de Biotecnología tuvo que revelar parcialmente la lista de quienes integran dicha comisión, encargada de regular y otorgar permisos a las empresas para implementar actividades relacionadas con los transgénicos, confirmando lo que era un secreto a voces y que había sido denunciado por la sociedad civil: 26 de 34 de sus miembros están directamente relacionados e incluso forman parte de las empresas que han impuesto el cultivo de transgénicos en el país, como el cultivo masivo de soya que es fumigada desde el aire con agrotóxicos, como el glifosato, que no sólo ha diezmado a la población de abejas, sino que ha afectado la vida y la salud de los pobladores que viven cerca de los campos soyeros, como se documentó en meses pasados en el Tribunal que se realizó contra Monsanto en La Haya.
El papel de los polinizadores, como las abejas, es fundamental para la producción natural de alimentos, tal como se ha venido practicando en la agricultura campesina, por eso les estorban a las transnacionales y no les preocupa desaparecerlas; al contrario, eliminarlas, restringe aún más la capacidad de la población de producir sus propios alimentos y salirse del círculo criminal de los agronegocios: producir alimentos caros y que enfermen a la población lentamente para que las farmacéuticas (controladas por las mismas empresas), también se lleven su tajada. En el caso de Chile, con una tradición más fuerte de participación ciudadana, las movilizaciones de los agricultores apenas inician y seguramente se incrementarán hasta echar abajo las leyes aprobadas a espaldas del pueblo y hasta echar abajo la Comisión Nacional de Bioseguridad, en manos de las empresas. Habrá que estar atentos a ese proceso y aprender de él.
En el caso de México, hay que recordar que también existe un litigio entre los productores de miel de Campeche y Yucatán en contra de los permisos que ilegalmente se habían auto otorgado las empresas a través de sus funcionarios a sueldo en las diferentes dependencias del gobierno federal y estatal, quienes supuestamente debieran velar por los intereses de los mexicanos, y hasta ahora han logrado detener la siembra de soya transgénica, pero la importancia de las abejas no radica sólo en la producción de miel, sino que aún más importante es su labor como polinizadoras de todos los cultivos; como ya lo han repetido numerosos investigadores comprometidos: si desaparecen las abejas, queda anulada la capacidad de seguir produciendo alimentos naturales y saludables; de ahí la importancia de luchar en contra de los transgénicos y del uso de agrotóxicos, pues efectivamente defender a las abejas, es defender la vida misma. Pero por otro lado, también hay que seguir estimulando la producción local de alimentos nutritivos que están fuera de los circuitos de los grandes supermercados; hay que consumir lo que producen los pequeños productores y dejar de consumir alimentos industrializados, por lo menos quienes todavía tienen acceso a los mercados tradicionales y alternativos.