Martes, abril 23, 2024

Enemigos todos

Obrador es un personaje difuso, una caricatura de sí mismo después de haber recorrido por tantos lustros los agujeros de la política local y nacional. Es un político evanescente, ágil para construir esperanzas donde hay inanición. Síntoma cuasi inequívoco del buen político.

Hoy Obrador ya no es el Peje, menos lagarto, hoy Andrés Manuel López Obrador es el presidente de México. No ese presidente autoproclamado con una banda pirata y desteñida que fue colocada ante un pueblo bueno, ese presidente ilegítimo que lo primero que hizo fue mandar al diablo a las instituciones.

Hoy como ayer hay razones para tener esperanza, pero también, hoy como ayer, no hay fundamentos para sostenerla.

El siglo XX fue duro, estuvo caracterizado por disputas ideológicas y políticas de gran caldo. La disputa fueron las utopías y esperanzas: el fascismo, nazismo, comunismo y el neoliberalismo revestido de democracia. El triunfo de este último sepultó a las demás utopías y esperanzas, las volvió obsoletas, las convirtió en un aparato antidemocrático e irracional, vestigios de horror y trauma.

La democracia se convirtió en un signo de mesianismo judeo–cristiano ya que otorgaría una nueva esperanza y libertad sin dogmatismo, aparentemente.

La Cuarta Transformación revitalizó el sentido de esa esperanza, en la que Obrador se convirtió en una especie de teólogo apologeta, con un gran corazón marxista y una sólida alma neoliberal. Ante semejante caricatura, todos los motes le cuadran, posee una creatividad política desbordada, a veces contradictoria.

La esperanza pregonada por el mesías de la Cuarta se genera y refuerza ante la oscuridad del momento vivido, ello nos coloca de nuevo en el mismo conflicto sociopolítico ¿Cómo es que renace en México un régimen presidencial semiautoritario?

Múltiples respuestas podemos tener, por ejemplo: la persistente contradicción de tener y convivir con un pasado no superado, no clausurado, por el contrario, revitalizado, así como por un presente dominado por la simulación democrática. Creemos que nuestra democracia es hoy robusta e inmaculada, simplemente así por creerlo, sin mayor argumento.

El riesgo de esta esperanza dogmática es que invisibiliza de nueva cuenta el retorno de un gobierno en exceso nacionalista que toma por enemigos a todos, esos periodos de la historia en la que la sociedad organizada y fragmentada se convierte en enemiga del sistema.

Para millones de mexicanos hay razones para tener esperanza, para otros muchos no hay fundamentos para sostenerla: la ausencia de una justicia postransicional, la poca voluntad para clausurar los pasados más violentos y dolorosos del país, colocar en el banquillo de los acusados a los corruptos, a los que han vendido la patria en fragmentos, la Guardia Nacional pretoriana, la militarización legal del país, la persecución cuasi policial a las instituciones, a la burocracia, los recortes presupuestarios en materias sensibles como seguridad pública, educación, el desmedido poder y agencia otorgado a las fuerzas armadas en materia económica, administración y acción, el desprestigio y denostación hacia medios de comunicación, la anulación de equilibrios de poder, la centralidad de la figura presidencial en el sistema político, el corporativismo selectivo y, recientemente, la denostación a la sociedad civil.

Es lamentable observar que de nada o de poco han servido tantos libros, tanta tinta seca publicada en todos sus formatos para explicar qué es la sociedad civil y para qué sirve. Los gobiernos transicionales que pasaron de un régimen totalitario, autoritario o dictatorial a un sistema político democrático tuvieron mucho tacto para montar dicho concepto, convertirlo en una organización social funcional para, a través de ello, construir agendas políticas.

Podemos estar de acuerdo con que el concepto de sociedad civil fue creado por un sistema político democrático neoliberal para empoderar a los sectores excluidos de la voz y decisión política y, a través de una organización civil reconocida, legitimada por el Estado, pudieran colocar sus demandas sociales y políticas en la gran agenda nacional, siempre cuidando las formas democráticas.

Para el mandatario, sociedad civil y activismo político son la misma cosa, lamentable percepción. Tendrá que hacerse responsable de ese agudo yerro discursivo, pues generaliza la historia de la lucha social, de esa lucha de múltiples actores que durante décadas han mantenido pugnando por sus agendas políticas, condiciones de vida, la dignidad, la tierra, el agua, la libertad, la autonomía, etcétera.

La sociedad civil no es sólo un organismo autónomo, esta perspectiva del presidente es un tanto ortodoxa, propia de una izquierda conservadora que anhela sólo tener masas homogéneas, un pueblo bueno y tutelado.

El resultado de esta política de enemigos todos ha sido el asesinato de Samir Flores Soberanes, luchador social a favor de la tierra y el agua en Amilcingo, municipio de Temoac, estado de Morelos. Samir recibió en la puerta de su casa dos balazos en la cabeza, ello después de haber asistido a un foro informativo que el delegado de Obrador en Morelos, Hugo Erick Flores, realizó en Jonacatepec y en donde le cuestionaron las mentiras que éste sostenía sobre la termoeléctrica en Huaxca y del Proyecto Integral Morelos.

El asesinato de Samir Flores es uno más de la cadena de crímenes políticos irresueltos en este México mancillado, pero muy esperanzado y sobradamente democrático. El riesgo de esta esperanza dogmática es que invisibiliza de nueva cuenta el retorno de un gobierno en exceso nacionalista y semiautoritario que toma por enemigos a todos, retornamos a ese periodo de la historia en la que la sociedad organizada y fragmentada se convierte en enemiga del sistema.

Hay razones para tener esperanza, pero también, no hay fundamentos para sostenerla.

Definitivamente, asistimos de nuevo a lo que una voz sabía alguna vez profirió: “la herencia llega cuando todos mueren, hoy estamos echando la mirada a la alcoba del difunto”.

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