Martes, abril 23, 2024

Elección, doble contingencia y orden social

La zozobra, la incertidumbre y el miedo se personalizan en Obrador, pero bien podría no ser él, se le podría temer a Juan Canales, Francisco Gallo, Felicitas González o incluso a David Contreras. El nudo, colapso o vacío en el que estamos los mexicanos le hubiera podido tocar a alguien más. El peligro no es Obrador, pudo haber sido cualquiera que osara asumir la presidencia y que prometiera desmontar, al menos discursivamente durante su campaña, los añejos enclaves de poder. Ello sumado a un periodo de crisis permanente, hoy agudizada y a tope. Es hoy sintomático que los representantes del poder y sus intelectuales se empeñen, a través del miedo y la intimidación, a sostener esta realidad, en la que los únicos que no han perdido certeza y privilegios son ellos y sus cercanos. Avizoran un futuro en el que, después de muchos años, les puede tocar perder.

El modelo, sistema, régimen o como se le prefiera llamar parece haberse agotado, urge una vuelta o una renovación, pero ¿estamos en un escenario que nos permita ser optimistas? Ciertamente, no. El escenario es crítico, asemeja a la necesidad de salir de una crisis para entrar en otra, con otras magnitudes, con otros problemas y otros retos. Retos que tendrá que asumir Obrador, Juan Canales, Francisco Gallo, Felicitas González o David Contreras.

Para nadie es un secreto que estamos frente a una severa crisis de partidos, aparejada a una crisis de representatividad. El sistema de partidos ha sido sacudido desde sus entrañas, los estatutos, la ideología, la identidad y hasta los colores se diluyeron, no por la simplificación ideológica de la población, sino por el ejercicio inmoral de los partidos ante el descarado pragmatismo político–electoral.

La tecnocracia exacerbada arrebató a los partidos la poca dignidad que los revestía, los convirtió en organismos ascetas, distanciados, ajenos a los intereses, necesidades, injerencia y control o regulación de sus agremiados. Todos los partidos fungieron como uno solo y se cuadraron a las necesidades del Ejecutivo en turno y su grupo empresarial.

Esto no equivale a decir que los mexicanos vivimos en un vacío de poder, sino que asistimos a un poder alternado, cedido, prestado, por todos negociado. El objetivo: aprehender el poder y mantener el mito transicional, tanto federal como local, un mito que se denudó ante la selectividad de sus beneficiarios.

Las múltiples alternancias federales y locales nos hicieron vivir la ilusión de la democracia, el multipartidismo y los equilibrios de poder, pero, al final del día, los ciudadanos percibimos que no se trataba de ello, sino de un montaje, y ya no sólo de un partido único como fue en los pasados remotos, sino que fue solapado por otros partidos políticos, generando con ello un sistema único. En el pasado cercano era imposible pensar en otras alternativas, los intelectuales hicieron bien su trabajo.

Vivir en este perverso exceso democrático ha impedido que la ciudadanía demande, no se puede demandar más, asistimos a un sistema único de gobierno y adscripción, siempre selectivo.

El final del sueño hoy se manifiesta con Obrador, pero pudo haber sido Juan Canales, Francisco Gallo, Felicitas González o David Contreras. El dilema es seguir igual o impulsar una vuelta, un cambio que, de entrada, generará una doblecontingencia. El hartazgo de la población es mayúsculo, pero el contexto es adverso y más para los que más han tenido.

Hoy, aquella máxima de “todo cambia para que nada cambie” se tambalea. Estamos en un momento que apunta a otra transición, una transición que promete ser más real, hoy los que por años nada han tenido que perder apuestan por la transición, el cambio, no como aquella transición pactada, tersa, acaecida en el año 2000. Una transición en la que el ánimo del cambio era muy romántico, parecía algo impostergable.

Hoy el contexto es diferente: la crisis fue propiciada por todos los partidos, las transiciones apócrifas, el ejercicio de poder de la tecnocracia ciega y sorda, la preservación del modelo neoliberal o posneoliberal a costa de todo y todos, la corrupción y la impunidad, todo, en su conjunto, ha conformado el escenario en el que estamos, no fue Obrador el culpable de ello, no sería Juan Canales, Francisco Gallo, Felicitas González o David Contreras tampoco. La crisis en la que estamos sumidos los mexicanos fue propiciada por los que hoy pretenden salvarnos, pero, paradójicamente, quieren que esas crisis sigan vigentes. Argumentan que es lo único certero que tenemos, que es lo que nos resulta familiar, que igual no es lo mejor, no es perfecto, pero es lo menos malo.

México parece estar destinado a la circularidad histórica, a la repetición cíclica, a los múltiples comienzos. De ganar Obrador, o bien que haya sido Juan Canales, Francisco Gallo, Felicitas González o David Contreras, parece retornarnos al sistema de partido único. Obrador o quien haya ganado la elección se llevaría la presidencia, mayoría en las cámaras y casi la totalidad de estados de la República. Paralelamente, los equilibrios estarían menguados: un PRD disuelto, reducido, borrado; un PAN fragmentado, soterrado como alternativa política a corto y mediano plazo; un PRI derrotado, cuasi perdiendo el registro o como una lánguida oposición. Un PRI disuelto y colmado de pugnas generacionales en su interior. Tratando de sobrevivir sin anclarse en la historia reciente. Un PRI que desde antes de las campañas renunció a ser PRI para, contradictoriamente, seguir viviendo y seguir siendo PRI.

Esta realidad asemeja la indeterminación temporal de sentido que expuso Luhmann, en el que la paradoja se desplaza sin solución entre varios contextos históricos. Se ha roto la idea del “consenso normativo”, hoy la contingencia está en el nuevo orden social que se avecina después de la ruptura. En un escenario –como ya se anunció– de poder centralizado en el Ejecutivo, posible permanencia de un partido único, sin equilibrios ni contrapesos, control cuasi total de las cámaras y gobiernos en la casi mayoría de los estados de la República, valdría la pena preguntarnos ¿cómo será el orden social? ¿Cómo será en este escenario el comportamiento del otro, los no incorporados en este proyecto, a decir: la derecha moderada y más recalcitrante y la izquierda moderada y la más radical así como los grupos de centro que fueron excluidos del triunfo electoral? Estamos en un nudo ciego, en una doble contingencia, puesto que el sentido de la acción social y el orden es algo indeterminado que se simplifica en una expectativa reflexiva o “teorema” del conflicto y tensión: “yo hago lo que tú quieras, si tú haces lo que yo quiera o, yo no hago lo que tú quieras porque tú no haces lo que yo quiero”.

Vaya dilema tenemos los mexicanos enfrente, seguir en las mismas crisis o apostar a la esperanza de la diferencia que viene acompañada por la sombra de la doble contingencia y el desorden social.

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